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Columna
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La linterna mágica

Apuesto a que también les quita el sueño esa minilinterna con la que los investigadores del CSI (a no confundir con los del CIS) escrutan la escena del crimen. Sí, me refiero a esa serie de la tele que resuelve los casos a toda pastilla privándonos a los amantes de la cosa negra de lo que más nos gusta: el ambiente y la sopa humana en la que se baña el detective. Pero no quería enredarme en el género, con perdón, sino en la linternita de marras. El fotogénico haz de luz materializaría la vista de los detectives, ahorrándole al realizador las chapuzas destinadas a paliar el ¡oh, lo descubrí! que precedía tradicionalmente al hallazgo de una pista. Pero lo más importante es que la linterna posee un alto valor simbólico, ya que al iluminar el detalle que orientará el caso está plasmando la propia naturaleza de la investigación, que consiste en sacar de la oscuridad el problema trayéndolo a la luz. En definitiva, la linterna sería la metáfora de la luz de la razón, esa otra metáfora que cambió el mundo en el siglo XVIII.

Pero hay más. La linterna del CSI ha venido a sustituir a otro elemento que puso de moda Sherlock Holmes, la lupa. ¿Se habían fijado? Ahí, el aparato jugaba un papel parecido, pero desde otro paradigma. La lupa ponía al descubierto lo que estaba más allá del ojo humano, era la metáfora del positivismo científico: los problemas se resolverían gracias a la confianza en los avances científicos de la humanidad. La lupa venía a ser la Ilustración con instrumentos.

No deseo seguir enredándoles con la mucha razón que usaba Holmes ni con los bártulos que el CSI utiliza para materializar el positivismo, prefiero hablarles de Eguiguren. Sí, el presidente del PSE está derrochando cacumen, lupa y linterna para encontrar la pista que saque a su partido de la oscuridad y lo lleve a la luz de la Lehendakaritza. Tres son los supuestos sobre los que trabaja: establecer un programa, atraerse al nacionalismo moderado y disuadir a Ibarretxe de que se empoce en su plan. En cuanto al programa, Eguiguren buscaría un punto intermedio entre el actual Estatuto y la deriva de Ibarretxe. Y aquí es donde se imponen la lupa y el telescopio porque una vez transferidas las competencias que faltan y completado el Estatuto -con los añadidos de Europa y la reconversión del Senado-, no se ve con cuáles armaría el nuevo. Dicen que dentro de unas semanas nos lo contarán, pero así, a ojo de buen cubero, sólo cabe imaginar que sean de orden simbólico, porque lo que es de orden práctico no quedan más que la Seguridad Social (intocable e inviable), Trabajo (parca), Judicatura (sutil) y, claro, el resto de las que conforman un Estado, pero entonces se entraría en territorio Ibarretxe.

Bueno, se podrían incluir la Renfe, los paradores y aquel extraño etcétera que adelantaron los catalanes. ¿Pero será suficiente para atraer a los nacionalistas moderados y sacarles de su nicho ecológico? Si tomamos las pasadas europeas, el PSE sólo podría ganarle al PNV -y por la mínima- arrebatándole un 24% de los votantes, todo ello sin contar los adeptos a IU y los cien mil de Otegi, que parecen los últimos de Filipinas acantonados en su fe más ciega.

Por si no fuera suficientemente ardua la labor, Patxi y Eguiguren tienen que contar con la cerrazón de Ibarretxe, que no siente que Euskadi deba subordinarse a España y que para construir su Euskadi de 1.000 años necesita distinguirse del PSE ahondando en su plan. Días atrás, otros 1.000 -expertos- decidieron que la palabra más difícil de traducir del mundo era "ilunga" un término tshiluba del Congo que significa perdonar el primer abuso, tolerar el segundo, pero nunca el tercero. A mí me da que los expertos no se fijaron en Euskadi, porque encima de complicada y de competir por el mismo campo semántico que ilunga (el nacionalismo sólo ve abusos), se escribe también Euskal Herria, por no decir País Vasco. Más que la linterna del CSI va a hacer falta aquí la de Diógenes, que aunque no buscaba lehendakari también buscaba un candidato.

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