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Reportaje:

A pleno sol

El deterioro de la capa de ozono parece haberse frenado sobre Andalucía

La evolución de la capa de ozono sobre Andalucía puede analizarse, de forma fiable, en una secuencia histórica que se inicia en 1979. Desde esa fecha se tienen datos objetivos de la situación de este manto protector, cuyo espesor mensual miden diferentes satélites artificiales y también se evalúa desde tierra, gracias a los sensores dispuestos en el observatorio que el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial mantiene en El Arenosillo (Huelva).

La información recopilada en este cuarto de siglo permite apreciar el progresivo deterioro de la capa de ozono sobre Andalucía, al menos en la primera mitad de la secuencia citada, fenómeno común a otras muchas regiones y causado por el ingente vertido de gases clorados a la atmósfera. Hasta 1996 se anotaba una disminución en el espesor de esta capa que rondaba, como media y por década, un 2,3%, proceso que parece haberse frenado a partir de ese año.

Como patrón de medida se utilizan las unidades Dobson, sobre las que se aplican dos valores de referencia: 300 unidades Dobson se considera una cantidad de ozono normal, mientras que 200 unidades sería el umbral crítico, por debajo del cual podrían manifestarse situaciones de riesgo. En ningún caso se ha llegado a este escenario extremo, pero sí que ha habido años donde la disminución de este gas ha sido notable. Así, en 1979 el espesor medio de la capa de ozono se situaba en torno a las 330 unidades Dobson y, con ligeras variaciones, este índice se mantuvo hasta 1983, año en el que se descendió hasta las 315 unidades. Incrementos y disminuciones se fueron sucediendo hasta que en 1993 se anotó un mínimo histórico (305 unidades). Curiosamente, las tablas que la Consejería de Medio Ambiente publica en su página web omiten los datos referidos a los años más desfavorables, ya que de las cifras medidas en 1979 se pasa a las de 1994, lo que supone un vacío de 14 años.

La tendencia a la baja que se manifestó hasta 1996 parece haberse frenado ya que, desde ese año, el espesor de la capa de ozono se mantiene más o menos estable, aunque tan sólo en ese ejercicio y el siguiente se alcanzaran los niveles que parecían normales a finales de la década de los setenta (alrededor de 330 unidades Dobson). Durante los últimos cinco años se han experimentado muy ligeras variaciones, situadas entre las 316 unidades Dobson de 2000 y las 311 de 1999 y 2003.

El año pasado se llegaron a alcanzar, incluso, picos de más de 400 unidades Dobson en momentos muy determinados del año (finales del invierno y comienzos de la primavera), aunque no dejaron de ser situaciones excepcionales, ya que la media del ejercicio se mantuvo dentro de la tendencia que viene siendo la habitual desde 1996.

Al mismo tiempo que se dispone de esta información, los sensores instalados en el observatorio de El Arenosillo vienen midiendo, desde 1997, los índices de radiación ultravioleta que se reciben en tierra, dato particularmente valioso ya que es, en definitiva, el que indica las precauciones que deben tomarse a la hora de realizar actividades al aire libre. La evolución de estos índices de riesgo está determinada por la posición del sol, y no tanto por las fluctuaciones mensuales que registra la capa de ozono (su mínimo espesor se alcanza en los meses de otoño e invierno), lo que supone un notable incremento de la irradiación durante los meses de verano.

Estos índices de riesgo se elaboran tomando como referencia los efectos que la radiación solar provoca sobre distintos tipos de pieles. Para Andalucía se ha elegido como referencia el tipo de piel II, el más común en Europa, aunque en las regiones del sur del continente es posible que sea más frecuente el de tipo III, algo más resistente. El índice de riesgo (denominado UVI) recorre una escala descendente que comienza en el valor 16 (nivel máximo que sólo se alcanza en las zonas altas de la atmósfera, más allá de la capa de ozono). A partir de 4 se considera que existe riesgo de sufrir afecciones cutáneas y que, por tanto, deben comenzar a tomarse precauciones si se está expuesto al sol.

De acuerdo a esta escala, durante 2003, y en el observatorio onubense, se alcanzaron niveles "extremos" de radiación ultravioleta (por encima de 9) entre el 1 de junio y el 1 de agosto, mientras que los niveles "altos" (entre 7 y 9) se concentraron entre los periodos 1 de abril-1 de junio y 1 de agosto-1 de octubre.

El análisis detallado de los diferentes niveles de irradiación permite, incluso, determinar los periodos máximos de exposición al sol. Así, cuando el índice UVI supera el valor 9, algo que comienza a ser frecuente en estos meses durante las horas centrales del día, bastan unos 14 minutos de exposición al sol, sin protección alguna, para que aparezcan daños en la piel. Por el contrario, los valores típicos de una jornada invernal, con índices de riesgo en torno al valor 1, permitirían tomar el sol durante más de tres horas sin que la piel se resintiera.

Vulnerables a las radiaciones

El deterioro de la capa de ozono motivó, hace ya algunos años, la alerta de los dermatólogos. Estos especialistas vienen advirtiendo un claro aumento de algunos tipos de cáncer de piel, debido tanto al incremento de las radiaciones UV-B (las más peligrosas) como a las escasas precauciones que a veces se toman a la hora de exponerse al sol.

Pero esta alteración en la calidad de la atmósfera no sólo incide en la salud humana, también parece repercutir en la supervivencia de algunos grupos animales especialmente vulnerables a las radiaciones solares, como los anfibios. Así lo cree Adolfo Marco, especialista del departamento de Biología Evolutiva de la Estación Biológica de Doñana, quien lleva varios años estudiando el problema y acaba de publicar un artículo sobre esta cuestión en la prestigiosa revista Ecology, trabajo en el que han participado otros expertos españoles, canadienses y norteamericanos. Según las investigaciones de Marco, es más que evidente el efecto que la radiación ultravioleta del espectro solar tiene en el declive, generalizado, que viene observándose en las poblaciones de anfibios que habitan en diferentes puntos del planeta. No es sólo un aumento de estas radiaciones sino, también, de la interacción que se manifiesta entre éstas y otros agentes nocivos.

En concreto, señala Marco, "se han encontrado cada vez más pruebas del sinergismo entre la radiación ultravioleta y diversos tipos de contaminantes muy frecuentes en zonas húmedas, como nitratos, aguas ácidas, pesticidas, derivados del petróleo o aceites industriales". También se ha demostrado cómo un aumento de estas radiaciones "provoca la alteración de la respuesta inmune en estos animales, facilitando la infección por patógenos que, por sí solos, tendrían un efecto leve".

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