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Por un crecimiento más ecológico (y 2)

La mayor contribución de los países ricos al daño ambiental significa que deben asumir mayor responsabilidad para solucionar el problema. Eso significa cambiar su forma de producir y consumir energía: reduciendo las subvenciones, estableciendo precios adecuados y gravando adecuadamente con impuestos los productos que dañen al medio ambiente. También significa aportar más recursos a la conservación medioambiental en los países pobres. Entre 1990 y 2000, la financiación para proyectos medioambientales siguió aproximadamente el mismo camino que la ayuda general al desarrollo: se paralizó. La ayuda para el medio ambiente fue por término medio de 2.000 millones de dólares anuales, mucho menos de lo que se necesitaba, según se dijo, primero en la Cumbre de Río de 1992, y después en la de Johanesburgo, dos años más tarde. En lo referente a prioridades mundiales, podemos comparar esta cifra con los 900.000 millones de dólares que en la actualidad se dedican anualmente a gastos militares.

Los países desarrollados deben avanzar hacia patrones de producción y consumo más acordes con las necesidades medioambientales

Si queremos ganar la guerra a la degradación medioambiental, necesitamos dar un importante giro. Tres áreas pueden ayudar a acelerar el avance:

Los países desarrollados deben dar ejemplo y avanzar hacia patrones de producción y consumo más acordes con las necesidades medioambientales, incluido un mayor control de las emisiones de gases invernadero y un uso de mecanismos innovadores como los Fondos de Carbono para comprar compensaciones (reducciones de gases invernadero) a los países en vías de desarrollo. Los países más ricos deben también aumentar los compromisos de ayuda bilateral y multilateral. Invertir la tendencia descendente de las contribuciones al Fondo Mundial para el Medioambiente (GEF, siglas en inglés) sería un buen comienzo. Desde su creación en 1991, la financiación del GEF ha descendido casi un 10% en proporción al PIB combinado de 38 países.

Los países en vías de desarrollo deben mejorar las políticas referentes a los sectores del agua, la energía, el transporte y el comercio, incluidas las políticas de precios. Esto ayudaría a reducir el consumo de recursos naturales escasos. Además, las preocupaciones medioambientales deben integrarse más plenamente en la política del desarrollo. La comunidad internacional debe tomarse más en serio la energía renovable, el ahorro de energía y otras fuentes de energía menos contaminantes. El seguir como hasta ahora significaría que las emisiones de dióxido de carbono serían en 2030 un 70% más altas que las actuales, y la energía renovable equivaldría sólo al 4% del uso total de energía, frente al 2% actual. Necesitamos el tipo de esfuerzo común lanzado hace una generación en agricultura y que condujo a la revolución verde.

En los próximos 25 años se sumarán a la población mundial otros 2.000 millones de personas, la gran mayoría en países pobres con enormes demandas de energía y crecimiento económico. Si ese crecimiento no se consigue de una manera que resulte sostenible para el medio ambiente, sus efectos sobre la pobreza y el bienestar humano serán desastrosos. Dentro de 25 años será muy tarde para tomar las decisiones correctas. Por el bien de nuestros hijos y de nuestros nietos, debemos actuar ahora.

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