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Emoción en La Habana

Estos días, las escenas en la terminal 2 del aeropuerto José Martí, de La Habana, a donde llegan los vuelos de Miami, eran las habituales; más cargadas de emoción, quizás, dadas las circunstancias: padres e hijos abrazados llorando; señoras muy peripuestas y con camisas de colores empujando carritos sobrecargados; viejos taxis esperando para llevar a los visitantes a sus pueblos de origen en el interior de la isla.

"No hay derecho a jugar así con la gente. Después de no pocos traumas, estas visitas ya se habían convertido en algo normal, en Miami nos habíamos acostumbrado a ver a la familia una vez al año, y ahora de golpe nos las quitan", decía José, un exiliado entre los cientos que llegan estos días a su país para realizar visitas relámpago a sus parientes, antes de que entren en vigor las medidas de la Administración de George W. Bush.

Durante tres décadas, por prohibiciones de Cuba o de EE UU, los viajes de los exiliados estuvieron prohibidos o fueron mínimos. Pero, en los noventa, la situación se relajó y cada vez llegaban más emigrados desde Estados Unidos: en 1994 fueron 37.000; el año pasado, 115.000. Ahora, en lugar de una vez al año, sólo podrán realizar un viaje cada tres años, por 14 días y siempre y cuando tengan familiares directos en la isla.

Paradojas de la vida, José trabaja de cajero en una tienda de Miami y su salario mensual, 800 dólares, supera al que, juntos, ganan en Cuba al año sus tres tíos, todos universitarios. Según la Administración Bush, las medidas para restringir los viajes y el envío de remesas familiares persiguen privar al Gobierno de los dólares del exilio (según la Comisión Económica para América Latina, las remesas son la principal fuente de ingreso de dinero fresco de Cuba, 1.000 millones de dólares anuales, por encima del turismo). José y su familia piensan que, como siempre, los cubanos de a pie y no las autoridades son los damnificados, vivan en Cuba o en EE UU.

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