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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dos miradas, dos universos

Manuel Rico

En la contracubierta de Una hoja de almendro, el editor relaciona la poesía de Jorge Fernández Gonzalo (Madrid, 1982) con las de Claudio Rodríguez y Luis Cernuda. No es tanto la sintaxis o "el impulso" (aunque también esté presente) al que se alude lo que creo más destacable en la influencia del zamorano, o la "reflexión" o "el ritmo de la idea" que se adjudica a la del sevillano. Más bien las influencias actúan en el aliento de fondo, en la matriz de la que el poema surge. La visión celebratoria, de fusión de la vida con la naturaleza de Rodríguez en los poemas que cantan al presente; la añoranza reflexiva de Cernuda en los poemas anclados en la memoria. Esos son los territorios por los que circula la palabra de Fernández Gonzalo. El campo abierto, la claridad, la manzana, el pájaro, el aire: ahí están gran parte de los ingredientes de un mundo que contiene sentimientos universales, viejos amigos de la poesía de todos los tiempos: la felicidad, el deseo, el amor, el paso de los años, la amargura. Sentimientos que son asumidos, mediante el lenguaje, no desde la desolación o el pesimismo, sino desde la contemplación celebratoria, al modo en que lo asumía Claudio Rodríguez en sus primeras entregas, más en Don de la ebriedad que en Conjuros. Esa mirada, que es la que predomina en el conjunto del libro, se hace menos contemplativa y más reflexiva en los poemas que aluden al pasado. Aunque en ningún momento el dolor, elemento consustancial a buena parte de la poesía cernudiana, sustituya a una suave melancolía. En cualquier caso, en el tono, en el ritmo y en el lenguaje utilizado por Fernández Gonzalo, el poeta zamorano es una presencia persistente, muy superior a la de Cernuda: "Desgraciado el que besa y no ha sentido / La convicción del mundo por sus labios". En la simbólica pugna que enunciaba al principio, que es, también, una pugna entre el optimismo existencial y el dolor por la pérdida, se impone el primero. El mundo que Una hoja de almendro nos ofrece es el mejor entre todos los posibles y es motivo de regocijo, parece decirnos el poeta. Aunque la realidad esté, en sus zonas más turbias, ausente.

UNA HOJA DE ALMENDRO

Jorge Fernández Gonzalo

Hiperión. Madrid, 2004

78 páginas. 6,92 euros

BELLA DURMIENTE

Miriam Reyes

Hiperión. Madrid, 2004

68 páginas. 6,92 euros

De Miriam Reyes (Ourense, 1974) conocíamos su libro anterior, Espejo negro (DVD, 2001), un libro irreverente, duro, en el que tanteaba las zonas más amargas de la conciencia. No está lejos de esa perspectiva este Bella durmiente, un libro de amor y desamor a la vez, de evocación de un pasado hecho de dolor y felicidad -más de lo primero que de lo segundo-, de acercamiento a una sexualidad que es gozo pero es también sumisión, sufrimiento, frontera con la muerte. Su lenguaje, coloquial pero afilado, lleno de ternura pero tamizado por una ironía amarga, nos sitúa en el universo contradictorio, lleno de claroscuros, de una mujer que evoluciona desde la infancia hasta la madurez sin desprenderse de la oscuridad que amenazó su vida en el momento mismo del nacimiento: "Mamá y yo / en la madrugada del 29 de diciembre de 1974 / nos acercamos a la muerte". La imagen de la madre como protección se contrapone a la de un padre amenazante, el amor evoluciona siempre condicionado por la separación y el miedo, la muerte es una presencia no por lejana menos poderosa y el sexo se tiñe con la culpa y con la sombra de la indiferencia: "no necesito más paredes y adentro tengo / mucho espacio: / ese desierto negro que tanto te asusta". Es la de Miriam Reyes una poesía de desolaciones, una poesía despojada y directa en la que, sin embargo, caben la iluminación expresiva (una iluminación oscura: "Asómate a esta boca / pozo de los niños ahogados / que te están esperando") y la sorpresa. Una poesía intensa. Tanto, que duele. Leyendo sus poemas uno tiene la sensación de asistir al prematuro cierre del ciclo de esperanzas que se suele abrir con la juventud. Ese lugar lo ocupa una madurez dolida que añora la pureza de la niñez abandonada: "Pura para que no me pudra el asco".

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