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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Escrito con fusil

Narrar la batalla de Madrid a través de las crónicas periodísticas de la época es una excelente idea. Me figuro que la tuvo el compilador de este libro, el historiador Josep Maria Figueres, y lo primero que hay que hacer es felicitarle. Y luego preguntarle por qué motivo no la ha llevado a cabo. Madrid en guerra. Crónica de la batalla de Madrid (1936-1939), que reúne textos de Mauro Bajatierra, Clemente Cimorra, Eduardo de Guzmán, Jesús Izcaray, Eduardo Zamacois, Alberto Martín Fernández, Juan Deportista, Víctor Manuel Albéniz, El Tebib Arrumi y Manuel Sánchez del Arco, con las fotografías de Juan Pando, no es la crónica general de la batalla, el denso y proteico relato que cabría esperar de la estupenda idea originaria. El principal motivo es que una antología de crónicas de guerra de esta naturaleza necesita un aparato crítico que les proporcione el sentido que en muchos casos el tiempo ha borrado. Es fácil de entender. Las crónicas fueron escritas para un lector (lector, muchas veces, de trinchera) que estaba perfectamente al corriente de todos los sobreentendidos: de los topónimos y de los evónimos, de los hechos y de los presagios; de la verdad y de la propaganda; de la muerte y de la huida. La primera obligación del editor contemporáneo es reconstruir tal paisaje de andamios.

MADRID EN GUERRA. Crónica de la batalla de Madrid (1936-1939)

Edición de J. M. Figueres

Destino. Barcelona, 2004

765 páginas. 28 euros

No lo ha hecho Figueres. Ni su ligera introducción global ni las más ligeras todavía que anteceden a los cuatro bloques temáticos en que ha dividido la antología (La Ciudad, El Frente, Las Batallas y El Final) cumplen esa función. Casi nunca el lector sabe dónde está. Ni en qué espacio ni en qué tiempo ni en qué circunstancia. A la confusión contribuyen algunos otros factores. No acaba de entenderse por qué el antólogo ha renunciado al orden cronológico (que algún sentido tiene en una batalla de tres años) o a la agrupación de los autores, clásica de las antologías colectivas. El tiempo y sus cronistas eran los protagonistas principales: se les debería haber concedido a cualquiera de los dos la primacía antes que proceder a la invención de unos ejes temáticos que nada más que desorden añaden.

Sin embargo, es verdad que la ordenación cronológica habría puesto en evidencia un último y más grave interrogante: ¿por qué las crónicas antologadas no van más allá del verano de 1937, cuando la batalla de Madrid acabó el día 30 de marzo de 1939, es decir, casi dos años después, con la entrada de Franco en Madrid? No he sabido hallar explicación concreta en ninguno de los textos del compilador Figueres. Sólo una deducción, a partir del hecho de que su trabajo se ha basado, más que en el seguimiento de la prensa diaria, en antologías publicadas durante la guerra. La edición de esos libros solía cumplir funciones de agitación y propaganda. Tal vez por eso no haya demasiadas recopilaciones más allá de 1938: habría sido inútil editarlas, especialmente en el lado republicano, cuando la guerra ya daba sus últimas boqueadas. Sea como fuere la limitación cronológica compromete gravemente y de forma objetiva el propósito del libro. La crónica de la batalla de Madrid queda escrita a medias. Algo que, incluso, deja en secundaria la tan discutible decisión del compilador de incluir un solo texto posterior al fin de la batalla, el del llamado Juan Deportista, donde se relata la fisonomía del Madrid vencido.

Este planteamiento de la edición compromete la recepción documental de las crónicas, pero no anula el interés general del libro. Aun sin el apoyo crítico, muchas de las crónicas se mantienen erguidas, como piezas notables del periodismo español, y es importante que este libro las rescate de volúmenes difíciles de encontrar, cuando no perdidos. Así, el relato de Jesús Izcaray -su concepción del reportaje es muy moderna- sobre la toma del Cuartel de la Montaña, ese militar rebelde que con la guerrera abierta y la camisa ensangrentada no deja de disparar, mientras grita ¡hijos de puta, hijos de puta! Así, el agudísimo artículo de Eduardo Zamacois, Vieja consigna: el tiempo convertiría en desgraciado presagio y en profunda metáfora su crítica del lema ¡no pasarán!: "El temerario ¡no pasarán! nos perjudica: ese lema insinúa una resignación desmoralizadora y nociva para nosotros, no obstante su acreditado heroísmo (...) Son ellos, nuestros enemigos, los sitiados en el Cuartel de la Montaña (...) los que tienen derecho a gritar ¡no pasarán! Nosotros no porque los que queremos pasar somos nosotros". Así, el paseo de Manuel Sánchez del Arco, acompañado de una rara piedad rebelde, por los restos de la división Líster: "Yo recorro estos caminos cubiertos y estas leves defensas de Brunete tropezando con armas abandonadas, con macutos que conservan los pobres útiles del aseo (...) Yo sé sus nombres y guardo cartas recogidas en las trincheras". Es decir: crónicas que sobreviven a la frustrada Crónica de la batalla de Madrid.

Un último apunte. Cualquiera lee hoy este libro escrito con fusil tratando de saber si la retórica de los cronistas republicanos y franquistas es intercambiable. Imposible extenderme. La respuesta es no.

Caballería republicana partiendo hacia el frente de Madrid.
Caballería republicana partiendo hacia el frente de Madrid.

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