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Columna
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Salir del aislamiento

Nadie, ni el más autosuficiente, puede vivir arrogantemente aislado en este mundo global. Lo saben hasta personajes tan suyos como Juan José Ibarretxe o Carod Rovira. El partido de este último se coaliga con la izquierda en Cataluña y presta su apoyo parlamentario a Rodríguez Zapatero en Madrid. El lehendakari, por su parte, se pasa el tiempo viajando a la capital de España: ya sea para actos institucionales, para la boda del príncipe Felipe o para explicar a los periodistas las bondades de su plan secesionista.

Como en nuestra comunidad no somos necesariamente ni los más guapos, ni los más altos ni los más rubios, tenemos que buscar amigos, alianzas y estrategias si no queremos quedarnos para vestir santos.

Así lo ha entendido el Consell de la Generalitat, paralizado desde aquel 14-M en que se quedó sin valedores en el Gobierno de Madrid. Hasta entonces, también, prevaliéndose de la amistosa complicidad de un Ejecutivo de su cuerda política, fiaba gran parte de su futuro -PHN, AVE, infraestructuras...- a las inversiones provenientes de la capital.

Eso se acabó. La alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, ha debido peregrinar ahora a Madrid, acompañada del consejero Gerardo Camps, para estimular el olvidado y circunstancial paisanaje del vicepresidente Pedro Solbes y pedirle 1.600 millones de euros. ¿Qué pasará con la Copa del América de no conseguirse en tiempo y forma la totalidad de las inversiones solicitadas?

La amenaza a la America's Cup no se esconde en la avidez de un Pasqual Maragall proclive a llevársela a Barcelona, como algunos auguran. El riesgo radica, más bien, en la improvisación y en la soledad aristocrática y paralizante de sus gestores. Si en algo hay que imitar a Maragall es en su habilidad para involucrar a instituciones y particulares en la gestión mixta de los Juegos de Barcelona en 1992, poniendo a su frente a un gerente, Josep Miquel Abad, al modo y manera como Peter Uebenroth pilotó con éxito el precedente de Los Ángeles en 1984.

En ese aprendizaje de los errores propios y de las virtudes ajenas está el presidente Francisco Camps. Hace unos días practicó en Madrid todo un ejercicio de seducción ante Esperanza Aguirre y un importante grupo de empresarios. Abriéndose a nuevos horizontes, el presidente valenciano planteó la centralidad de nuestra comunidad en la economía española. Según esta nueva e inteligente estrategia, la Comunidad Valenciana está en el centro de dos ejes geográficos: el Mediterráneo, desde la frontera francesa hasta Tarifa, que concentra el 50% del PIB español, y el transversal, desde Madrid hasta Baleares, que supone el 30% de la exportación de nuestro país.

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El corolario de esa tesis resulta evidente: invertir en la Comunidad Valenciana redundará en beneficio del conjunto del país, por aquello del efecto multiplicador que dicen los expertos en economía. La centralidad valenciana debe atraer a los inversores privados, por supuesto, pero también motivar al gobierno central para que no nos deje de lado.

A nadie se le escapa, tampoco, el efecto colateral de la tesis de Paco Camps: reconoce implícitamente que estamos en ese eje económico que quiere encabezar Pasqual Maragall, sí, pero con el centro desplazado más al sur, es decir, con unas reglas de juego diferentes a las esbozadas desde Cataluña.

En su viaje a la capital, en el que anticipó la creación de una agencia de captación de inversiones, el presidente de la Generalitat estuvo escoltado de personajes clave en ese intento de atracción de personas y de dineros: desde la responsable del IVEX, Maritina Hernández, hasta el de turismo, Matías Pérez Such. O sea, que en esta hora de abrir horizontes y ganar amigos hay que hacerlo a todos los niveles y en las áreas más diversas.

Como se ve, ahora todo el mundo viaja constantemente a Madrid. Al día siguiente que Camps lo hicieron el inevitable Maragall -para premiar a Ruiz Gallardón y lubricar así el lobby catalán que hace años que ejerce en la capital de España- y hasta nuestro Joan Ignasi Pla. El secretario general del PSPV-PSOE estimuló la creación de un poder valenciano, tarea a la que no se dedicó, por cierto, durante sus recientes años de diputado en el Congreso. Aparte por aplaudir su reciente conversión a la necesaria causa del lobbismo, está claro que unos y otros, todos, han decidido que salgamos de un aislamiento que no nos conducía a ninguna parte.

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