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Columna
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El sacrificio

José Luis Ferris

Detrás de la dedicatoria impresa de un libro, de un texto, hay muchas veces un nombre, un enigma o una clave secreta. Federico García Lorca, por ejemplo, encabeza el poema Muerto de amor, de Romancero gitano, con las palabras "A Margarita Manso". La composición, se supone, va dedicada a ella, pero ¿por qué? ¿Quién fue la tal Margarita? ¿Tanta importancia tuvo en su vida como para dedicarle unos versos de tamaña belleza? Muchas son las preguntas jamás contestadas que cualquier lector de Lorca se habrá hecho alguna vez, pero lo interesante del caso es que Margarita existió, era de Valladolid y había nacido el 24 de noviembre de 1908. A los 15 años se trasladó a Madrid con su familia y con sólo 17 ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Quienes la conocieron, hablaban de ella con absoluta admiración. El falangista José María Alfaro decía que "era encantadora, era adorable... tenía una boca grande, muy espectacular... Todos nosotros teníamos nuestros sueños eróticos con ella". Sin duda, la joven era, para la época, una mujer trasgresora y liberada. Pese a mantener un noviazgo con el pintor Alfonso Ponce de León, casi siempre se la veía con Federico y con otros amigos del grupo del 27. Ella conocía mejor que nadie los sentimientos de Lorca hacia Dalí y los deseos frustrados de aquél. En mayo de 1926, poco después de que la bellísima Oda a Salvador Dalí viera la luz, el pintor catalán se sintió en deuda con el amigo enamorado y decidió ser complaciente. La condición para que la posesión física entre artista y poeta se llevara a cabo consistía en colocar a una mujer entre ambos, y la joven del experimento no fue otra que Margarita Manso, quien sentía auténtica fascinación por los dos. "Me juró Lorca", confesaba Dalí en 1955 a Alain Bosquet, "que el sacrificio de la muchacha estaba compensado por el suyo propio: era la primera vez que hacía el amor con una mujer". El poeta andaluz se comportó con exquisito tacto, abrazando tiernamente a la joven y susurrándole al oído versos de su romance Thamar y Amnón. Después la inmortalizó en un poema bajo el enigma de su nombre.

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