_
_
_
_
Elecciones Europeas

La Unión recupera el vínculo transatlántico

Las relaciones con Washington han mejorado desde la crisis abierta del año pasado

El año 1999 fue el de la vergüenza para la UE cuando la concatenación de una serie de diferentes circunstancias causó la caída en bloque de la Comisión Europea; 2003 fue el del abismo, cuando la crisis de Irak abrió una seria brecha entre lo que el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, definió la nueva Europa y la vieja Europa, y aún más entre Washington y Bruselas. Hoy, las heridas se van gradualmente cerrando. Franceses y alemanes prometen no poner demasiadas pegas a la resolución de la ONU sobre el traspaso de soberanía a los iraquíes antes del 30 de junio y el papel de la fuerza multinacional; hay contención en las críticas a los abusos de militares norteamericanos en la prisión de Abu Ghraib y el presidente Chirac no censurará la política errática de la Administración Bush en Oriente Próximo en la cumbre del G-8, que empieza mañana.

Más información
La derecha francesa intenta restar valor a los comicios europeos

"Con Clinton vivíamos mejor y hasta lográbamos enmascarar nuestras diferencias, que siempre han existido", comenta un diplomático al repasar la política exterior de la UE durante los últimos cuatro años y las relaciones transatlánticas. "Una victoria de John Kerry en las elecciones presidenciales del próximo noviembre tranquilizaría bastante el ambiente", añade.

Desde la última cumbre EE UU-UE, hace un año, se escucha en las cancillerías que las relaciones con Washington se han encauzado y que han sido ya completamente restañadas las heridas entre los Veinticinco. Pero son muchos los analistas que sostienen que las contradicciones y los intereses nacionales afloran cuando se trata de encontrar una posición común en cuestiones delicadas. En todo caso, se destaca como notable la aprobación en diciembre de la primera doctrina de seguridad de la UE elaborada por el equipo del Alto Representante, Javier Solana.

La estrategia pone énfasis en la importancia que para la estabilidad mundial tiene que funcionen bien las relaciones entre europeos y norteamericanos, pero en un plano de igual a igual. La UE apuesta por el multilateralismo y discrepa de la teoría de la guerra preventiva de la Administración estadounidense, aun cuando no la excluye del todo para hacer frente a las grandes amenazas de este siglo: el terrorismo, las armas de destrucción masiva y los llamados países gamberros. Para la Unión, la solución del conflicto árabe-israelí es una prioridad estratégica.

Las más flagrantes fracturas de la UE se han producido con la guerra de Irak. La ocupación norteamericana fue apoyada política y militarmente por Blair, Aznar y Berlusconi, así como por los diez países de la ampliación, liderados por Polonia. Varsovia anuncia ahora que no sólo no ampliará su contingente una vez terminada la retirada de tropas españolas, sino que desea repatriar a sus soldados antes de fin de año. Franceses y españoles hablan de que haya una gran participación árabe en la fuerza multinacional. París propone, además, una conferencia internacional, y Berlín adelanta que no enviará efectivos aunque suscribirá la futura resolución del Consejo de Seguridad. Británicos e italianos siguen fieles a lo que marque la Casa Blanca.

En el conflicto palestino-israelí hay aparentemente mayor sintonía en estos momentos. Pero nadie va más allá de repetir la discutible validez de la Hoja de Ruta, el plan de paz de EE UU, UE, Rusia y la ONU y la labor de este cuarteto. Los Veinticinco no han modificado el objetivo de la creación del Estado palestino en 2005, pese a que el Gobierno israelí y la Casa Blanca ya han indicado que no será factible.

En ese embrollo, los Gobiernos europeos se sienten más satisfechos cuando afirman tener su propia estrategia para el Mediterráneo y Oriente Próximo, que pasa prioritariamente por el logro de la paz entre palestinos e israelíes y lejos de imponer la cultura de las sociedades democráticas occidentales, como quiere el presidente George W. Bush con su iniciativa de un Gran Oriente Próximo, que abarque desde Marruecos hasta Afganistán. Así se lo harán ver Chirac y Blair al inquilino de la Casa Blanca en el próximo G-8.

Dos cuestiones de no menor relevancia son la iniciativa de una política de relación privilegiada con los países fronterizos de Europa y norte de África tras la ampliación, así como la apuesta por Turquía. En la primera hay una concordancia teórica, aunque existen divergencias sobre dónde poner los límites una vez que ingresen en el futuro los países balcánicos; en la segunda, no hay posición común. La actual Comisión presentará en octubre un informe sobre los avances de Turquía y los líderes deberán pronunciarse en diciembre si abrir o no negociaciones de adhesión. No es improbable que digan no, pero más allá de eso se entra en la nebulosa de hasta dónde se puede llegar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_