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FÓRUM DE BARCELONA | Opinión
Columna
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El Fórum, actores y espectadores

El Fórum ha arrancado con menor brío del que se deseaba y, una vez más, se ha abierto el debate, un debate que no tendría que obviar su propia génesis y evolución.

En 1997, el entonces alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, pensó en la necesidad de un nuevo acontecimiento de envergadura internacional que, tal como ocurrió con la celebración de los Juegos Olímpicos, fuera un nuevo revulsivo para la ciudad: que movilizara a la ciudadanía, canalizara inversiones públicas y privadas en torno a un proyecto común, consolidara la proyección de Barcelona en el mundo, permitiera seguir su transformación y mantener vivas las complicidades de la ciudadanía con su ciudad, así como la promoción de sus valores diferenciales.

Era una época de grandes movilizaciones en torno al conflicto de los Balcanes, de replanteamiento del papel de la ONU, la OTAN y la UE, en que ciudadanos y ciudades, empresas e instituciones públicas y privadas de Barcelona y de toda Cataluña, se unieron para trabajar a favor de la reconciliación de aquellas personas que un genocidio había dividido y enfrentado. Entonces surgió la idea del Fórum, un proyecto que aportaba un gran discurso político a las necesidades estratégicas de crecimiento y proyección de la ciudad. Sus tres ejes vertebradores, sus tres valores -la diversidad cultural, el desarrollo sostenible y las condiciones de la paz- encontraron una ciudadanía motivada e implicada en su defensa, que se sentía útil y actora en su proyección y plasmación en un contexto real y relativamente cercano.

Desde entonces, así como los valores del Fórum se han ido mostrando más necesarios que nunca, éstos se han ido desafectando del sentimiento ciudadano en relación con el evento. Sin duda, las discrepancias y distintos intereses políticos de las administraciones que conformaban su Consejo de Administración (PP, CiU y PSC-IC-ERC) en periodos electorales y frente a situaciones como la guerra de Irak; las políticas de inmigración; la propia conceptualización de España; una cierta contraposición entre un discurso basado en las ciudades y los ciudadanos, o entre las naciones y los Estados; la falta de proximidad al territorio y a la gente, de participación real... han podido dificultar un discurso y una acción más contundentes desde el organismo promotor, el propio consistorio barcelonés y, al frente, su alcalde.

Sin embargo, y para ello, no aprovechó a su mejor aliada para reorientar hacia el Fórum las movilizaciones ciudadanas y el debate político que, a raíz precisamente de estos asuntos, surgió en la calle, los bares, las escuelas, las universidades... Esta aliada era sin duda la ciudad -las ciudades, el territorio-, el espacio de convivencia por excelencia, el foro, el ágora natural. Allí donde se plantean los problemas con nombres y apellidos, los relacionados con la vida cotidiana, los que hay que afrontar y resolver. Barcelona y Cataluña perdieron la oportunidad de ser un laboratorio de la praxis de los valores que promueve el Fórum, de ideas novedosas y creativas, de redes de intercambio de experiencias nacionales e internacionales, de mestizaje verdadero. A las exposiciones, a los grandes debates, a las grandes performances culturales había que unir la proximidad de la acción, de la vivencia que sólo el territorio, las ciudades, sus ciudadanos y las distintas culturas que los une y al tiempo los diferencia ofrece.

Sin ello, hoy el Fórum no sabe cómo percibirse. Y aun siendo un acontecimiento emblemático, más oportuno y de más actualidad que nunca, en el que se abordan temas de gran interés y trascendencia y en el que Barcelona vuelve a ser pionera, los ciudadanos no lo sentimos nuestro porque no nos sentimos apelados, ni pensamos que los problemas que en él se abordan sean también los nuestros, ni que se nos plantee cómo podemos ayudar a resolverlos.

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Lo percibimos, pues, como espectadores, y como tal lo valoramos y respondemos: sabemos que, previo pago, podemos ver exposiciones, espectáculos, artesanos y artistas de distintos orígenes. Sabemos que podemos asistir a debates con personajes de gran prestigio, ahondar en cómo preservar el entorno y comprender un poco más y mejor las demás culturas. Pero lo enmarcamos sólo en lo lejano: la vida que viven otros que viven lejos y en un contexto aislado.

Pero el Fórum podía ser algo más. Tenía la oportunidad de provocar, en nosotros mismos, en nuestra vida cotidiana, familiar, ciudadana, en nuestro entorno más inmediato, en nuestro país, el cuestionamiento de nuestras actitudes como ciudadanos, intelectuales, políticos y gobernantes, frente al ejercicio real de los valores que promueve. De romper estereotipos y arriesgarse.

Quiero pensar que aún no hemos perdido la oportunidad. Creo que con los cimientos actuales, con la sensibilización y la movilización mediática, podemos pensar en cómo abordamos el last-forum o posfórum, para que estos 141 días de valores no sean efímeros, sino que dejen su huella entre nosotros, en nuestra praxis cotidiana.

Aún podemos abrir un debate ciudadano de cómo aproximarlo, popularizarlo. Aún podemos hablar de la convivencia de las distintas culturas que configuran España y las que conforman nuestras ciudades y territorios; de cómo gestionamos el agua o conciliamos crecimiento y preservación del entorno; de cómo nos educamos en los valores o de lo que aportamos a un mundo en conflicto. Y, sobre todo, de cuál es el legado que nos deja y de cómo los ciudadanos retomamos un papel activo en la sociedad y recuperamos la colaboración con nuestra ciudad.

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