Misterio y fulgor
"¿Qué ocurre con todos aquellos escritores que sólo acertaron de lleno una vez , y esa única vez les dio para pocas páginas, veinticinco, diez, cinco?". La respuesta es bien sencilla: acabar dando con su texto en una antología como ésta. El antólogo los define con una imagen: "Escritores que sólo dieron un fulgor", que es una imagen precisa y sugerente, como lo deben ser las imágenes literarias. De manera que este libro es una rareza que se compone de19 fulgores y, conviene decirlo cuanto antes, un regalo para todos aquellos que gustan de divertirse con la buena literatura.
Todos los cuentos reunidos pertenecen a lo que podríamos llamar, de manera extensiva, literatura de misterio, unos decididamente terroríficos y otros más cercanos a lo fantástico. Todos cumplen con la premisa de unicidad y entre ellos hay mayoría de olvidados, el más desconocido de los cuales me parece un tal Nugent Barker; creo que tan sólo los nombres de E. F. Benson, A. E. Coppard, Richard Hughes y Richard Middleton les sonarán a los buenos aficionados a la lectura, además de Lawrence Durrell y Winston Churchill que, como notables exhibicionistas, permanecen en cartel en el Gran Teatro del Mundo. Y esa pertenencia al género de misterio ya dice mucho de la clase de fulgor que nos espera. Evidentemente, el género, en su menor exigencia -salvo las obvias y escasas excepciones: los relatos de fantasmas de Henry James, por ejemplo- y en su capacidad de enganche más inmediato, son propicios al hallazgo en un rapto de inspiración de quien sería incapaz concebir y mantener una obra en conjunto y coronar cumbres de la envergadura de El sur o La señora del perrito. Pero la belleza de este libro procede, justamente, de su singularidad y convierte la lectura en un juego delicioso y un homenaje a lo extraordinario.
CUENTOS ÚNICOS
Edición ampliada de Javier Marías. Traducción de A. García Reyes, A. Iriarte y
J. Marías. Reino de Redonda Madrid, 2004
448 páginas. 20,28 euros
La variedad de asuntos y escenarios es notable. La otra cama resuelve maravillosamente la presencia de un fantasma en la habitación doble de hotel; El miedo del lago muestra el horrible triunfo de un orgullo cerril; encontraremos una variante del muerto vivo en El hombre hueco; asistiremos a un ingenioso juego de construcción paralela entre el amor fantasmal y el amor real en Polly Morgan; nos impresionará, sin duda, la extraordinaria tenacidad de un muerto en Suena el teléfono; leeremos de la mano de R. Hughes uno de los más extravagantes y originales relatos de fantasmas que se han escrito e incluso conoceremos por vez primera la tan sorprendente como bien contada historia de un barco acobardado que rehúsa atender las órdenes del capitán y los esfuerzos de la tripulación. Y, como curiosidad, a dos de los autores seleccionados los hallaremos también en el libro Negra espalda del tiempo, del propio antólogo; son Wilfred Ewart, cuya misteriosa y prematura muerte en México está allí admirable y misteriosamente expuesta, y John Gawsworth.
No todos los relatos son, claro está, de pareja concepción y ejecución. De hecho existen diferencias de resolución entre, por ejemplo, un relato como Celos, excedido aunque absorbente, resuelto a la vez con lógica y torpeza, y esa joya que es El fumador de pipa; como tampoco es completamente feliz en su brevedad el de sir Winston Churchill, aunque la utilización dramática que hace de una cancioncilla popular incide directamente en el nervio central del espanto del relato y lo transfigura. En fin, un libro convincente, fiel, de entretenimiento y calidad garantizados y, también, de consecuencias inesperadas, como corresponde al género: cuando me encontraba releyendo la estupenda historia del muerto vivo sonó el teléfono de mi despacho y una encantadora voz femenina me ofreció un seguro de servicios funerarios en condiciones ciertamente ventajosas que, sin embargo, rehusé.
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