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Reportaje:

Los niños de Pakistán quieren la 'sharia'

Los libros de texto de las escuelas públicas paquistaníes enseñan una versión integrista del islam y promueven la guerra santa

Ángeles Espinosa

"Si un hombre tiene cinco balas y dos van a la cabeza de soldados rusos, ¿cuántas le quedan?". Tan edificante ejemplo es uno de los muchos que ha recogido A. H. Nayyar, coautor de un informe sobre el currículo académico y los libros de texto en Pakistán. No está sacado de las madrazas responsables de formar a los talibanes, sino de las escuelas públicas que educan a la mayoría de los paquistaníes. "Distorsionan nuestra historia, glorifican la guerra y promueven la yihad (guerra santa) y el martirio", denuncia el texto. Muchos temen que el resultado sean las matanzas en las mezquitas chiíes de Karachi o los atentados antioccidentales que jalonan el país.

"El informe es fruto de dos décadas de debate entre los académicos y expertos, y que finalmente se concretó en dos seminarios que mantuvimos en 2002", explica Nayyar en una conversación con esta enviada. En septiembre de ese año estaba listo, pero el Instituto para el Desarrollo de Políticas Sostenibles (SDPI) retrasó su divulgación por la crisis de Irak. Desde que se hizo público hace unos meses, ha abierto un profundo debate en la sociedad paquistaní que revela la brecha entre liberales y religiosos.

"Hay un choque de ideas entre quienes quisieran un país ideológicamente comprometido con el islamismo y quienes desean que Pakistán emerja como un Estado moderno y laico", señala Nayyar. La discusión se prolonga desde que el dictador Zia ul Haq recurrió a la islamización del país para legitimar su Gobierno. "Lo que resultó fue una rama de educación que oficialmente fomenta la intolerancia, los prejuicios y la violencia", asegura el periodista Masood Ansari, preocupado por las consecuencias.

Ansari remite a una reciente encuesta entre estudiantes de secundaria que pone de relieve los perniciosos efectos del sistema educativo. Casi la mitad de los encuestados no apoya la igualdad de derechos para las minorías, un tercio apoya a los grupos que promueven la yihad, dos tercios quieren que la sharia (ley islámica) se ponga en práctica tanto en el espíritu como en la letra y casi un tercio defiende la liberación de Cachemira por la fuerza.

No puede ser de otro modo. Las 140 páginas del informe del SDPI, aptamente titulado La sutil subversión, prueban, con un análisis detallado de los actuales libros de texto paquistaníes que el sistema educativo está creando, una cultura de sectarismo, intolerancia religiosa y violencia. Las referencias a las civilizaciones de Moenjodaro, Harappa o Taxila han desaparecido, y cuando se menciona a hindúes u otras minorías se las presenta no sólo como enemigos del islam, sino como intrínsecamente malvados.

Una nueva historia

"Han creado una nueva historia de Pakistán que empieza con la llegada de los musulmanes al continente", manifiesta Nayyar. Pero, más allá de esta distorsión, los libros utilizados a partir del curso 1979-1980 "promueven una versión muy intolerante del islam". A nadie le pasa desapercibida la coincidencia con el inicio de la guerra de Afganistán. "Estados Unidos animó esta tendencia y dio dinero para que se incluyeran estos aspectos en los libros", denuncia Nayyar, que ha encontrado el origen del ejemplo que abre esta crónica en los libros que la Universidad de Nebraska preparó para los refugiados afganos a principios de los ochenta por encargo de la CIA.

"Ir a la yihad se convirtió de repente en una gran meta", explica Nayyar. "Quienes siguen ese camino son los más puros y el resto se convierten en impuros por exclusión; así, la yihad no sólo contra los infieles [los soviéticos en la guerra de Afganistán], sino contra otras sectas [los chiíes, por ejemplo]. Esto nos está causando muchos problemas", concluye el estudioso, para quien no queda duda de que la educación "es una de las fuentes de los actuales problemas".

"Están predicando intolerancia, odio y desprecio hacia las otras religiones", lamenta por su parte Rehana Hakim, directora de la revista Newsline. "Musharraf tiene buenas intenciones, pero resulta muy difícil invertir una política de años, desde la época de Zia ul Haq. Nos han estado lavando el cerebro con la yihad", justifica. Mientras quienes desestiman el informe no han respondido a las críticas que presenta, se han limitado a cubrir su retórica bajo el manto de la religión y del interés nacional.

Entre los ofendidos, el ministro de Asuntos Religiosos, Ejaz ul Haq. "Lo que hizo el general Zia estaba bien en su momento, y lo que está haciendo el general Musharraf es lo que se necesita ahora", ha declarado. Ejaz ul Haq, que no respondió a la solicitud de entrevista de este diario, es hijo de Zia ul Haq. En su opinión, responsabilizar a las madrazas de la intolerancia talibán es una exageración de la prensa.

Más sorprendente es el caso de la ministra de Educación, Zubeida Jalal, cuya peripecia personal para formarse en una zona remota del Baluchistán hacía esperar que respaldara la introducción de cambios. Sin embargo, cuando el mes pasado las sugerencias del comité oficial encargado de revisar el informe del SDPI desataron las protestas de la rama juvenil de Jamaat Islami (uno de los principales partidos religiosos), salió en televisión y se declaró fundamentalista. Desde entonces, ha pasado a la defensiva.

"Pakistán está perdiendo las oportunidades educativas que podría brindarle la época actual", se duele Nayyar. "La falta de educación mina nuestra capacidad de desarrollo y tiene un gran coste para el país". Según datos de la Unesco, el país, que tiene una tasa de analfabetismo del 70%, apenas destina el 1,7% de su producto interior bruto a educación, mucho menos que la mayoría de los países musulmanes, e incluso que el de muchos países subsaharianos. Los gastos de defensa alcanzan el 7%.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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