El tamaño no importa
La vida del actor John C. Holmes, corrida más que andada desde el día en que descubrió que con una herramienta de trabajo de 35 centímetros se podía llegar lejos en la industria del porno, estuvo siempre rodeada del polvo. En sus años de trabajo, haciendo el amor a más de 15.000 mujeres. Y, tras su retiro de la interpretación (?), esnifando incontables cantidades de cocaína. Su punto álgido: los salvajes asesinatos en los que se vio enredado, negro asunto de su época alucinógena de la que da cuenta Wonderland, película que no trata su etapa como actor. Por tanto, si hay alguien que busca lo que hay detrás de los pantalones del cartel, que se olvide de ello. Aquí no importa el tamaño. Wonderland es un chute de celuloide, un salvaje descenso al infierno del descontrol vital, un notable retrato de los bajos fondos de Los Ángeles y la descuidada narración de un suceso.
WONDERLAND (SUEÑOS ROTOS)
Dirección: James Cox. Intérpretes: Val Kilmer, Kate Bosworth, Dylan McDermott. Género: drama. EE UU, 2003. Duración: 99 minutos.
La estructura, basada en las repeticiones de un mismo hecho contado por diferentes personajes desde distintos puntos de vista, sirve para dar solución al problema de la ausencia de información demostrada sobre los asesinatos. Una estructura inventada por Kurosawa en Rashomon (1950) que no todos saben copiar. Así, junto a personajes que no aportan más que confusión (el de Carrie Fisher), hay también algún chapucero descuido (¡qué fácil entra en la casa precintada por la policía Dylan McDermott!). Sin embargo, el director James Cox sabe cómo introducir al espectador en la paranoia del tan superdotado sexual como débil mental Holmes. Acelerones, frenazos, cambios de textura, de color. Por momentos, uno parece adentrarse en la enrevesada mente y en la ejercitada nariz del mítico actor, todo ello al ritmo de algunas de las mejores canciones de los ochenta (Iggy Pop, Lou Reed...) y de la hipnótica música de Cliff Martínez (Solaris).
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