La Monarquía y sus sombras
La luna de miel de los príncipes de Asturias ha empezado con una vuelta a España. El orden de las primeras etapas ha sido escogido minuciosamente: Cuenca, la España profunda que abraza lentamente la modernidad; el Pilar de Zaragoza, uno de lo símbolos fuertes del imaginario nacionalreligioso; San Sebastián, donde el nacionalismo cambia de nombre. En su elogiado -y semisecreto- brindis, el príncipe Felipe vinculó íntimamente "nuestro destino" -de él y su pareja- con "el futuro de los españoles". Parece como si desde el primer momento haya querido roturar con su paso el territorio sobre el que destino personal y futuro colectivo se deben encontrar.
Da la impresión de que la Monarquía restaurada ha vivido siempre con cierto síndrome de legitimidad precaria. Se diría que la familia real se siente acosada por sus sombras, que los datos objetivos de adhesión ciudadana no consiguen disipar el miedo a que un buen día los ciudadanos puedan considerar que la Monarquía ya ha cumplido su función. En política, la aceptación de las instituciones tiene mucho que ver con su utilidad. El rey Juan Carlos ha sabido ser útil para que el desmontaje del franquismo y la construcción de la democracia se hiciera sin grandes traumas. Los ciudadanos le reconocen esta tarea y ésta es hoy su principal legitimidad. Pero, la boda de don Felipe, con el proceso de relevo en la Corona como fondo, reabre los interrogantes sobre la necesidad de la Monarquía. ¿Tiene sentido seguir perpetuando una institución indiscutiblemente predemocrática? Quizás la principal virtud de la familia real ha sido precisamente entender esto: que nada garantiza la permanencia a la Monarquía y que tienen que ganarse la continuidad día a día. Por eso, el Príncipe se ha puesto a trabajar su futuro desde el mismo día de su boda. En la vida de las familias reales todo es política, incluso una luna de miel.
Las sombras de la Monarquía son el origen, la República, el régimen bicefálico, la transparencia y Europa. Don Juan Carlos fue instalado como rey por el franquismo. Después, a través del referéndum de la Constitución y de su acción política añadió la legitimidad del nuevo régimen a la legitimidad de origen, pero el pasado no puede borrarse. La República ha tenido poco hueco en la historia de España. Pero ha sido siempre un símbolo de la España democrática que casi nunca ha podido ser. Y si la izquierda aceptó la Monarquía fue porque las relaciones de fuerzas no le permitieron otra cosa. Después se ha reconciliado con ella. Pero la República está ahí: en el ideario de muchos partidos y en el imaginario de muchos ciudadanos. En la Monarquía parlamentaria la pugna entre la legitimidad predemocrática del jefe del Estado y la legitimidad democrática renovada periódicamente del presidente del Gobierno es inevitable. No ha sido fácil encontrar el justo equilibrio. Y, curiosamente, el más conservador de los presidentes, Aznar, ha sido el que ha llevado las tensiones más lejos.
Todo tiende al oscurantismo en el universo monárquico, empezando por lo que es la base de la institución: la sucesión familiar. El propio Príncipe ha querido dejar claro que su elección de pareja no había sido en términos racionales sino más bien sentimentales. Y a partir del azar de las afinidades electivas todo lo que rodea a la Monarquía está lejos de la transparencia que cada vez será más exigible en las sociedades abiertas. Pieza clave del oscurantismo: la irresponsabilidad. Es difícil sostener en una sociedad democrática que alguien esté por encima de la ley.
En fin, Europa. ¿Qué será de la Monarquía el día -espero que cercano- que los europeos elijamos un presidente por sufragio universal? Curiosa situación la de un rey irresponsable sometido a la obediencia de un presidente electo. Dicen que en la Casa Real se tiene muy claro que el día que la Monarquía deje de ser útil a los españoles no tendrá sentido. Este día pueden hacerlo más próximo aquellos que están aprovechando la boda para convertir a la Monarquía en la bandera del nacionalismo español más cerrado. Si la Monarquía tiene futuro en este país es como clave de bóveda que permita aguantar un mínimo paraguas común entre todos los pueblos de España y no como bandera de una reconquista nacional. Por eso resulta equívoca la Vuelta a España de la luna de miel.
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