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Londres reúne 70 obras de Edward Hopper, el pintor de la condición humana

La Tate Modern recorre las seis décadas de actividad del artista estadounidense

Entre paisajes rurales y urbanos, habitados en ocasiones por figuras aisladas y siempre bañados por un atmosférico juego de luces y sombras, Edward Hopper construye su propia visión interior de la condición humana. Hace cómplice al espectador invitándole a observar la intimidad ajena en una serie de escenas inmortalizadas en cientos de reproducciones gráficas. Parte de sus originales, hasta un total de 70 cuadros, grabados y dibujos, se reúnen por primera vez en varios años en la muestra antológica que la Tate Modern de Londres dedica al pionero neoyorquino del arte moderno.

"Investiga a través de su arte lo que significa estar vivo en el siglo XX"
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Una gran expectativa precede a la apertura, mañana, de la exposición de Edward Hopper (1882-1967). Hacía más de veinte años que Londres no exploraba la trayectoria completa del pintor neoyorquino, modernista por antonomasia, cuya obra se ha popularizado a través de postales, carteles y demás reproducciones gráficas. Retratista de la condición humana, con un realismo que modeló a su propia imagen, Hopper influyó en sucesivas generaciones de artistas de todas las disciplinas, desde la pintura al cine y la literatura.

La exposición recoge unos 70 cuadros, grabados y dibujos originales, pertenecientes a cada una de sus seis décadas de actividad. Procedentes en su mayoría de colecciones estadounidenses, privadas y públicas, incluyen trabajos de formación, obras míticas como Transnochadores o De noche en la oficina y el último cuadro que Hopper pintó un año antes de su muerte, el dramático Dos comediantes. Entre las notables ausencias, sus inquietantes gasolineras, entre ellas el lienzo Gas.

Nicholas Serota, director general de las galerías Tate, recordó ayer, durante la presentación a los medios, que ha sido en los últimos 30 años cuando Hopper ha ganado el reconocimiento internacional que se merece. "Hasta entonces", dijo, "se le consideraba una figura regional, como lo demuestra la procedencia de estas obras. Pero Hopper no sólo ofrece una visión de Estados Unidos, sino que investiga a través de su arte lo que significa estar vivo en el siglo XX".

La inquietud existencial asoma en trabajos estudiantiles de principios de siglo, donde comienzan a aparecer las figuras aisladas que dominarían su obra posterior. Dos décadas después, en una serie de pulidos grabados, producto quizá de su formación como ilustrador, explora los efectos de la luz y las sombras. "Surgen ya sus tópicos y obsesiones. Con el tiempo, depuraría su aproximación pero empleando siempre el mismo vocabulario", afirma Sheena Wagstaff, comisaria de esta antológica que viajará a Colonia tras su clausura en Londres, el próximo 5 de septiembre.

La década de los veinte fue un periodo decisivo en la trayectoria de Hopper. En 1924, cumplidos los 42 años, inauguró su primera exposición individual, renunciando entonces a su trabajo como ilustrador. Contrajo ese mismo año matrimonio con Josephine Verstille Nivison, artista de personalidad dominante que influiría enormemente en el pintor: ya no recurrió a otro modelo femenino que su esposa. "Se tomó libertades, porque las mujeres de sus cuadros nunca envejecen", apunta Wagstaff.

Hopper se dedicó por completo a la pintura en su madurez. El arte avanzaba hacia la abstracción y el pop, pero él siguió explorando su estilo realista. Describía sus composiciones como "visiones internas" de paisajes rurales o urbanos, desérticos o con figuras anónimas, silenciosas, absortas en sus sueños. Son escenas misteriosas, tomadas y posteriormente cedidas al cine negro, en las que el argumento y su posible resolución escapa al encuadre. La farmacia en Drug Store, la chica solitaria tomando un café en la lavandería de Automat, o la calle vacía salvo por las grandes sombras de los elementos arquitectónicos de Early sunday morning incitan a una interpretación distinta en cada persona que los mira.

"Su intención era mostrar escenas que podrían suceder pero no ocurren. El espectador establece una relación con los personajes, especula sobre sus intenciones. Por eso su trabajo sigue vivo y en constante demanda", defiende la comisaria. "Hopper bloquea la trama de sus cuadros para forzar al visitante a seguir observando. A la larga, son las propias pinturas las que responden con sus vacíos, soledades, presencias y ausencias", señala Brian O'Doherty, amigo del artista y autor del documental que acompaña la muestra.

Le preocupaba la intromisión de la luz artificial en la natural y, con frecuencia, incluía múltiples focos luminosos en una misma escena. Antes aprendió a colocar al espectador en una posición de voyeur, de mirón, no muy distante de la que él ocupaba respecto a sus lienzos. Así nacen algunos de sus cuadros más famosos, en los que el pintor observa a través de ventanas, y sin dejarse descubrir, a individuos ensimismados en sus pensamientos o mirando, a su vez, algo que escapa del marco.

Entre estos iconos, Trasnochadores ocupa una posición estelar en las salas de la Tate: el bar nocturno con cuatro personajes, incluido el camarero, que no se hablan ni se miran ni se sienten vigilados. Junto al lienzo cuelgan dibujos preliminares de la fachada del bar, las cafeteras, el salero, la mujer, su presunto compañero y el hombre que nos da la espalda. Hopper dijo que la soledad que transmiten sus personajes no era intencionada.

<i>De noche en la oficina</i> (1940), de Edward Hopper, del Art Institute de Chicago y expuesto en la Tate de Londres.
De noche en la oficina (1940), de Edward Hopper, del Art Institute de Chicago y expuesto en la Tate de Londres.REUTERS
<i>Autorretrato</i> (1925-1930), de Hopper, procedente del Whitney Museum of American Art de Nueva York. 

/ REUTERS
Autorretrato (1925-1930), de Hopper, procedente del Whitney Museum of American Art de Nueva York. / REUTERS
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