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FÓRUM DE BARCELONA | Opinión
Columna
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La gran maqueta de Barcelona

Hace falta tiempo para juzgar el urbanismo del Fórum porque el batiburrillo de instalaciones destinadas a placeres temáticos no permite ahora adivinar cómo se interpretará socialmente ese inmenso balcón al mar. De momento, sólo se pueden juzgar algunas individualidades, como los dos edificios congresuales y los espacios menos afectados por las escenografías superpuestas. La pérgola fotovoltaica de Torres y Martínez Lapeña se ve ya como un acierto evidente. Y en la zona de baños de Galí es fácil imaginar la calidad paisajística, una vez limpia de las sucesivas superposiciones de mal gusto con que los teatreros la están mutilando. No dudo de que los debates tengan un buen nivel, pero no he logrado aún información suficiente.

Ahora lo más fiable es opinar sobre aquellos episodios que, a pesar de ser instalaciones temporales, se presentan ya como mensajes definitivos y autónomos respecto a los usos futuros del conjunto. Me refiero a las cuatro grandes exposiciones -Ciudades-esquinas, Voces, Habitar el mundo y Barcelona in progress- cada una de las cuales comunica conocimientos precisos. A veces pienso que hubiera sido suficiente reducir el festival a estas exposiciones y a una selección de los diálogos sin intervenir en la manipulación de la gran reforma urbana. Habrá tiempo para comentar las cuatro exposiciones. Pero conviene empezar con la última porque es donde se plantean temas generales, implicados a la vez en el futuro inmediato de la ciudad.

Barcelona in progress ha logrado mostrar las posibilidades de uso del gran triángulo azul y dar una explicación desde el interior al complicado sistema de patios y ventanas de un edificio difícil de interpretar, víctima a menudo de diversas chanzas, como la de aquellos que lo ven como una monumentalización de una discoteca del Maresme o la de aquel conocido arquitecto que clasificó el material rugoso de la fachada como una moqueta estilo Almodóvar. Las dimensiones y la complejidad visual del interior permiten descubrir unas cualidades espaciales no tan evidentes desde el volumen y su textura, un volumen que se justificaba por la alineación de dos avenidas -Diagonal y Prim- que ahora ni siquiera se insinúan en la gran plaza, con lo cual el edificio se ha convertido en un volumen demasiado autónomo.

La exposición muestra una serie de proyectos interesantísimos que están en marcha y que constituyen lo que podríamos llamar el programa urbanístico de la alcaldía de Clos, bajo la dirección arquitectónica de Acebillo, que tiene sus puntos culminantes en los entornos del Fórum, la plaza de las Glòries, el barrio 22@, el aeropuerto y el importantísimo nudo de la Sagrera con la llegada de la alta velocidad. Pero la joya de la exposición es, sin duda, la gran maqueta de la ciudad de Barcelona y su primer anillo suburbial -de río a río y de mar a montaña-, construida expresamente como un paralelo a las exuberantes maquetas de Nueva York y Tokio que figuran en la vecina exposición Ciudades-esquinas. La utilidad inmediata es entender la ciudad a partir del conocimiento casi anecdótico de los sectores propios o habituales. Es un juego de adivinanzas trascendentales que atraerá a mucho público. Otra utilidad es comprobar la importancia de la geografía en el desarrollo urbano: una llanura en suave declive perforada por una montaña litoral y unas colinas que han originado identidades diversas y han señalado las fundamentales líneas de acceso y comunicación. Queda patente que esta unidad geográfica no debe ser fragmentada en sectores administrativos independientes y que con ella se define una real Gran Barcelona, más pequeña que la supuesta área metropolitana pero más grande que el estricto municipio.

A pesar de esa unidad, sobresalen dos sistemas morfológicos distintos, cuya presencia no responde a las diferencias geográficas, sino a contradictorios procesos de implantación. Por un lado está la ciudad compacta de los diversos centros históricos y del Eixample y, por otro, la expansión desfigurada con polígonos residenciales y con naves industriales sin calle ni plaza -y sobre todo sin esquinas-, una expansión que empezó con Porcioles. En la maqueta se comprueba que esta morfología -que no corresponde ni a la ciudad ni al paisaje- ocupa casi la mitad de la superficie, en contradicción con la unidad geográfica que había presidido las anteriores implantaciones. Las alcaldías de Serra, Maragall y Clos han hecho muchos esfuerzos para lograr la urbanidad de lo desurbanizado y Clos ha construido incluso una teoría general sobre la ciudad compacta. Pero todos los proyectos presentados en Barcelona in progress, ¿responden a la voluntad de reconquistar la cohesión morfológica o se escapan hacia una nueva dispersión -ahora quizá monumentalizada- cuyo arquetipo puede ser el error urbanístico de Diagonal Mar? Esta duda se presenta, por ejemplo, al ver en la maqueta los proyectos para la zona de la Sagrera y su entorno. A pesar de la belleza escultórica del nuevo proyecto de Gehry, ¿ese trozo de ciudad alcanzará las identidades que corresponderían a un espacio público proyectado, sometido a las reglas de la cohesión formal? ¿O es que la teoría social, económica y estética de la compacidad no puede resistir los embates del pragmatismo acrítico, el sistema de producción liberal y las ideologías del enriquecimiento especulativo?

Una exposición que informa de los grandes aciertos programados y, al mismo tiempo, denuncia, aunque sea indirectamente, los peligros de aquellos mismos aciertos es, sin duda, una exposición ejemplar y me

morable.

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