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Columna
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Competencia

Miguel García Delgado -autor de la escultura del torero Manolo González en el cementerio de San Fernando, de La Niña de la Puebla en Puebla de Cazalla, de El Paseante en Santa María de las Cuevas, de varios bustos de Luis Cernuda y no sé cuántas cosas más- ha estado en Valladolid para inaugurar una estatua que el Ayuntamiento le había encargado del patrón de la ciudad, San Pedro Regalado, ubicada en la bella plaza del Salvador.

Como no consiguió encontrar ninguna imagen fidedigna del santo, el escultor estuvo estudiando el misticismo de aquellos lejanos años de finales del siglo XIV para conseguir la expresión de su rostro; que es lo que hacen los buenos artistas: meterse en la cabeza al modelo para sacarlo después por la mano a través de la imaginación. A continuación esculpió el cuerpo en poliuretano y lo revistió en barro con hábito carmelitano. Y así fue como, al cabo de tiempo y trabajo, el pedazo de escultura de bronce, de 2,3 metros de altura sobre una peana de casi tres metros, gustó tanto a todo el mundo que los serios vallisoletanos casi me matan a abrazos a Miguel García Delgado sin dejarle respirar ni para contestar las entrevistas. No hay nada más gozoso que sentirse querido, y el homenajeado, sensible como el que más, disfrutó a fondo aquel baño de entusiasmo.

Hay algunos detalles curiosos. Uno es que San Pedro Regalado, que no es de los santos más sonados, además de ser patrón de Valladolid, lo es también de los toreros, porque en alguna ocasión paró con un gesto de la mano a un toro que galopaba enfurecido para cornearle. Otro es que se ha iniciado una campaña para promover su candidatura como patrón de los internautas, por aquello de su don de bilocación y su fama de navegante con la única ayuda de su capa extendida sobre las aguas. No es seguro que lo vaya a conseguir porque tiene un serio competidor en San Isidoro de Sevilla, creador de la primera base de datos de la historia. Quién iba a decir que los Santos Patrones se integrarían en la modernidad y entrarían en competencia, algo tan sintomático de la cultura occidental de nuestro tiempo.

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