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Columna
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Comisario

La ministra de Cultura, comentando hace poco un proyecto de su competencia, sugiere, medio en serio medio en broma, reemplazar por otra la palabra comisario, que se aplica habitualmente al responsable principal de una exposición o de un acto similar, siempre relacionado con la cultura. El comisario, en consulta con los técnicos, decide y dispone el contenido del acto, encarga los textos del catálogo, hace relaciones públicas y discursea. Lo normal. Pero la palabra comisario tiene para la ministra connotaciones siniestras.

Preocupado por un asunto de tanta trascendencia, rebusco en los diccionarios y compruebo que el término es exacto y se usa bien: un comisario es alguien nombrado para el desempeño de una función precisa y temporal. El cargo trae consigo un elemento de supervisión y, por tanto, de autoridad: alguien que viene de fuera a poner orden y, cumplida su misión, hace mutis por el foro. Originalmente, al menos en Francia, de donde a menudo tomamos palabras aunque no siempre su contenido, el comisario de policía velaba por que los policías, además de aplicar bien la ley, la cumplieran de un modo escrupuloso. Luego esto debió de cambiar también en Francia, y ahí tenemos al comisario Maigret, con pipa y chubasquero, investigando asesinatos. No obstante, el concepto perdura en el comisario político, encargado de velar por la rectitud ideológica, de evitar desviacionismos y revisionismos; un tipo avieso, censor, delator y espía.

Hay palabras que con el tiempo pierden sus raíces y adoptan una nueva personalidad. Por ejemplo, el título de condestable, que hoy impresiona a cualquiera, se confería al conde encargado de los establos reales, o sea, al que pasaba el día entre moscas y boñigas. Otras palabras, en cambio, arrastran su pasado como una mala mujer de novelón antiguo. Por eso hoy, a los oídos de la ministra, el término comisario no va con la cultura.

No estoy de acuerdo. En principio, comisario es un cargo administrativo desempeñado por personas de cuya honradez, capacidad y gentileza no hay que dudar a priori. Por tristes casos aislados no se puede condenar a nadie. Ni a los comisarios ni a los actos culturales, aunque algunos de estos últimos parecen haber sido organizados por un condestable.

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