Museos abandonados por la desidia
Las obras y la falta de personal alteran la vida cotidiana de muchos de los centros de exposiciones de la región
La masificación y la codicia mercadotécnica arrasan la treintena de museos madrileños y hacen peligrar, en muchas ocasiones, el rico patrimonio artístico en ellos exhibido. Ésta sería una interpretación pesimista de la situación. La otra lectura, optimista, vendría a destacar que nunca como ahora la mayor parte de los museos de la Comunidad de Madrid ha irradiado tanta influencia cultural hacia el público.
Entre ambos polos se emplaza la situación real de todos los centros de exhibición de artes plásticas en Madrid, que el martes pasado, durante el Día Internacional de los Museos, mostraron sus atributos y vergüenzas a cuantos quisieron franquear sus puertas. Todos, salvo el Instituto de Valencia de Don Juan, palacio neomudéjar situado en el número 43 de la calle de Fortuny (distrito de Chamberí). Este museo alberga una de las colecciones textiles más deslumbrantes de Europa, ajuar que, con otras pertenencias, le ha granjeado el rango de Bien de Interés Cultural desde que en 1981 fuera declarado tal. Empero, su supuesta e interesante bondad cultural no pudo ser degustada en esta ocasión por el público, ya que sus responsables no se avinieron a autorizar la entrada sin cita previa al privilegiado museo, ni siquiera en el día de puertas abiertas. Alegan problemas de personal.
La ampliación del Prado proyectada por Moneo ha sacado a 'Las meninas' de su sala habitual
La misma alegación que hacen en el Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Alcalá, 13; distrito de Centro), donde la exigüidad de su plantilla mantiene cerradas dos plantas dedicadas al arte contemporáneo español y suntuario. Y eso pese a haberse acometido en su fachada y en su interior una completa remodelación, con rescate de piezas originales de su arquitectura y ornamentación neoclásicas, que convierte a este centro -con sus 17 goyas, como botón de muestra- en el segundo museo de Madrid en pintura de la edad moderna.
Las obras, además, alteran la vida cotidiana o mantienen bloqueados algunos otros de los principales museos madrileños, como el Municipal, el Thyssen o el Romántico. También el del Prado, en el que Las meninas, de Diego Velázquez, la tela más importante de la pintura española, ha sido sacada de la sala que ha ocupado durante un siglo para venir a ser colocada en pleno pasillo. La ampliación dictada por el proyecto de Rafael Moneo, que compromete el ábside sobre el que la sala velazqueña limitaba, exigía el traslado de esta pintura, como así se ha hecho.
Otra de las dependencias del Prado, el Casón del Buen Retiro, durante décadas albergue de la mejor pintura histórica española, y que provisionalmente fuera receptora del Guernica de Pablo Picasso, languidece en una situación lamentable desde hace seis años. Algunos expertos en arte barroco temen que las pinturas al fresco de Lucca Giordano -que ornamentan sus techos- puedan estar en peligro en tal situación, dictada por una política cultural incomprensible seguida durante el anterior Ministerio de Cultura respecto al Casón.
Y ello pese a la costosa construcción de una atarjea perimetral emprendida en su día para estancar sus fondos de las cercanas escorrentías del Retiro y ampliar sus sótanos, en un proyecto donde todo indica que el punto de vista de los contables ha pesado más que el los técnicos.
Otro museo castigado por la desidia en los últimos años ha sido el del Aire, situado en el punto kilométrico 9,2 de la autovía de Extremadura (A-5), que fuera con su homónimo londinense el mejor de Europa por la riqueza de sus fondos. La situación se ha visto tan deteriorada que la dirección del centro ha prohibido las actividades de la Asociación de Amigos del Museo, que ha batallado contra la decisión de la directiva de retirar banderas republicanas y ningunear la importancia de figuras históricas de la aviación mundial, como el general republicano Emilio Herrera, quien diseñara, en los años cuarenta, la escafandra espacial que llevó a la Luna la expedición estadounidense de Armstrong. El astronauta regaló al museo madrileño un pedazo de roca lunar hoy supuestamente extraviado. Entre las mejores noticias museísticas de Madrid destaca la que se refiere a la reciente inauguración del Museo del Traje, en la Ciudad Universitaria, una necesidad largamente insatisfecha; la creciente atracción ejercida por el Museo de Ciencias Naturales, pese a la difícil coexistencia con la Escuela de Ingenieros Industriales en el mismo edificio, y el Museo de Arte del Vidrio de Alcorcón (MAVA), instalado en el castillo de San José de Valderas, único en los de su clase.
El ataque de los coleópteros
Mientras los visitantes se embelesan en cuadros u objetos suntuarios, ninguna pieza de su contemplación está a salvo. Ni siquiera las construidas en materiales tan resistentes como el carey o tan duros como el marfil. Centenares de banderas atesoradas durante dos siglos por el Museo del Ejército; armas de fuego... hasta un bastón de mando del general Francisco Franco, dentro de una vitrina, ha sufrido un horadamiento que muestra galerías labradas que surcan su empuñadura. Lo mismo sucede con la bandera de Filipinas traída a España por las tropas coloniales durante los combates de 1898, que ha sufrido la visita de extraños huéspedes.
¿Quiénes son estos animales voraces? ¿Cómo llegan hasta estos lugares tan guarecidos de cualquier ataque? Son insectos coleópteros, caracterizados por una imparable ansia comedora; pertenecen al género de los derméstidos. Se han instalado en los principales museos de Madrid y en ellos celebran sordamente sus festines. Para aguarlos, en los laboratorios de restauración del Instituto del Patrimonio Histórico Español se mantiene un combate tenso contra su labor de zapa. El agente que facilita la penetración de los insectos es, generalmente, la humedad, en la que casi siempre proliferan. Por ello, el combate no tiene resultados eficaces si se pugna sólo contra los efectos sin remontarse a sus causas.
Desde la limpieza diaria de los objetos artísticos hasta la menor variación de la humedad relativa del aire, todo tiene importancia a la hora de cortar el paso a estos insectos, contra los que no caben parches ni programas de lucha de duración limitada. Para ser eficaz, ha de ser permanente.
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