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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

De la nieve y otras delicias

En su anterior entrega el narrador daba cuenta de la primera parte del Inventario de García Espuche, en el que el famoso notario barcelonés relata a petición del hidalgo Alonso Quijano las características de la ciudad de Barcelona en torno a la fecha de 1614, año en que Quijano, tornado en Don Quijote, llega a la ciudad que le devuelve, y de un modo fatalmente abrupto, al Quijano natal. En este segundo y, por desgracia, último fragmento del Inventario se nombran sobre todo algunas delicias barcelonesas que quizá hubieron de influir en el dubitativo ánimo del hidalgo a la hora de decantarse por hacer su viaje.

"Ha amanecido un día tan caluroso y está dando el sol tan categórico desde hora tan temprana que, hablándoos del ocio y negocio de la nieve, vos reuniréis imprescindibles detalles y yo, por el tradicional efecto simpático de las letras sobre el ánimo, aliviaré mi angustia, que a nada en esta vida temo más que a un día de verano, cuando, alcanzados por un indescifrable enigma físico, los sentidos se dislocan y hasta la luz es hedor. La nieve es, en lo temporáneo, una de las más gratas aficiones de Barcelona y puede decirse que entre nuestros ciudadanos ha calado hasta el punto de convertirse en obsesión. Tan colectiva, por cierta, que el municipio decidió no ha mucho asumir su transporte y distribución como un servicio más a su cargo, probándose con el caso que no siempre el poder gestiona la fantasía".

El historiador García Espuche culmina su reconstrucción de la Barcelona que acogió en 1614 a Don Quijote

"Como vuestra merced sin duda no ignora, la afición por la nieve proviene de aquel Tratado de la nieve y del uso de ella que dio a la imprenta en 1569, y con visos de acontecimiento, el médico de Juan III, aquel llamado Francisco Franco, nombre no frecuente del que los siglos harán mención obstinada. A fuer de veraz y sincero yo, lector del Tratado, no sé hasta qué punto son documentables muchos de los beneficios que el docto Franco atribuye al enfriamiento de alimentos y bebidas. Pero lo que crea yo es bien peregrino y no halla, así, reposo en tierra: no hay hoy nadie en Barcelona que comulgue con una vida sin nieve. Se trae cada día, cueste lo que cueste. De los pozos de Castellterçol. Y hasta de Sant Llorenç de Morunys. Las dificultades en el aprovisionamiento causan desasosiego y hasta pánico e ira, y quiera Dios, se lo pido, que no os veáis nunca en medio de una turba de sedientos".

"Impelido por la turba me veo en la obligación, querido Quijano, de encarar lo que viene, y ruego lo entendáis derechamente, como una más entre las agujas de marear que me he propuesto reuniros. A Barcelona se la conoce en el orbe como la ciudad de las tabernas y aunque sin duda otros proclaman, las autoridades muy especialmente, los muchos méritos que atesora para ser, más honradamente, ciudad de las comedias y más aún, ciudad de los libros, lo cierto es que ninguno de esos títulos le alcanza en la misma gloria. Hay tabernas. Muchas. ¡Hay vicio, hay juego y hay pecado, Quijano! Quede dicho como quien se revienta un grano: aturdido estoy del purulento tonelaje, pero feliz de descargarlo. Y lo peor para todo viajero honrado es que el vicio es del todo imposible acordonarlo. Calmo, tranquilo quedaría si os dijera que no pusieseis el pie en una zona u otra, si sobre la copia maldiestra de Wyngaerde, yo os trazara líneas netas entre el bien y el mal. Pero en Barcelona, al menos hasta donde divisa el eco de mis años (espanto del calor, ya confundo: sinestesia llaman a esta enfermedad de la palabra), no hallo un momento en que no fuera lo mismo: vicio y virtud se entreveran al doblar la esquina, como si esta ciudad toda hubiese sido edificada con una argamasa vacilante, como de conversos. Os baste saber, porque a buen seguro la visitaréis, que detrás mismo de la casa del Virrey, es decir, en el corazón del orden y la gentileza, en la bien nombrada calle Ample, ahí atrás, os digo, fluye como un denso humor negro la humanidad menor de Escudellers, acampada en el estrago. Bien sé que no la tocaréis; pero en modo alguno me perdonaría que tropezarais con ella".

"Sombrío resto meditando cómo y por qué Dios pobló la tierra de un estadio intermedio de criaturas, ni hombres ni bestias, sin posibilidad de adherirse a ley fija alguna. Pero no quisiera acabar este inventario en tal trance. Miles de buenas razones hay para que os lleguéis hasta aquí, y sólo el apremio de entregarle el pliego al correo me hace acabar aquí. Me habría gustado hablaros de la deliciosa cidra y, aun más, de los pasteles: más de cien tipos mal contados; de la mejor eau de vie, como justamente la calibran los vecinos franceses, agua que no trae la peste, sino el clamor de la vida; de los juegos de pelota que concentran en un bello simulacro las alegrías y las penas de la multitud y de los que en la ciudad, en seis equipos repartida, hay justa fama. No hay tiempo ya. A la puerta llaman. Sólo añadiros que el segundo adjunto lleva algunas pruebas de imprenta de los talleres de Gracián, Simón y Vives, y sus graciosos y bellos tipos. Dado que queréis culminar en Barcelona el misterioso libro que guardáis, 'dorso de vuestra vida', según el claro enigma de la alegoría que usásteis, puede que tambien aquí quisierais imprimirlo por vez primera completo. Dios os guarde. Albert García Espuche. Notario".

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