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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

José A. Campos Ortega, el puente entre la embriología y la genética

No hay mejor medida de la labor de un ser humano que su legado, aunque a veces sea difícil de evaluar. En el caso de la ciencia, hay criterios objetivos para hacerlo. Por ejemplo, la longitud, latitud y profundidad de un trabajo. Con estos parámetros en la mano, la estela de José A. Campos Ortega (Valencia, 1940), profesor de Biología del Desarrollo en la Universidad de Colonia (Alemania), fallecido en Colonia el 8 de mayo, dibuja la figura de un científico excepcional que deja una obra extensa y plagada de importantes contribuciones a nuestro entendimiento de la naturaleza.

Educado en Valencia, sintió pronto la inquietud científica que le llevó a abandonar la España de los sesenta para explorar sus intereses en Alemania. Allí empezó a desarrollar su curiosidad en lo que le tomaría la mayor parte de su esfuerzo: el estudio de las reglas y mecanismos de generación, diversificación y organización de los conjuntos neuronales que forman el sistema nervioso animal. José, gran conocedor de la historia de la biología, no era ajeno a los vínculos de su trabajo con el de Santiago Ramón y Cajal. En Göttingen y en Tübingen empieza a trabajar en el cerebro de los monos, pero en los años setenta, y en sintonía con unos pocos biólogos, intuye que la solución a muchas de sus preguntas quizá encuentren respuesta en el análisis de procesos similares en la mosca Drosophila melanogaster. Con esta idea se embarca en el histórico análisis genético a gran escala del desarrollo embrionario de Christiane Nüsslein Volhard y Eric Wieschaus (que obtuvieron el Premio Nobel en 1995). En el curso de estos estudios, José ve con claridad que el entendimiento de los mutantes, y a través de ellos de la función de los genes con los que están relacionados, pasa por una rigurosa descripción de la embriología de la mosca, inexistente hasta ese momento. Con esta inquietud y un grupo de colaboradores emprende, primero en Friburgo y desde 1982 en Colonia, un vigoroso ataque a la embriología de Drosophila. Este esfuerzo encuentra un importante exponente en The embryonic development of Drosophila melanogaster (1985, 1997), escrito con su colaborador Volker Hartenstein, y que es una referencia obligada en la educación de cualquier biólogo del desarrollo.

La identificación de los genes que regulan el desarrollo embrionario en las décadas de los ochenta y los noventa representa uno de los grandes hitos de la biología moderna. En esta época dorada de la biología, la contribución de José es fundamental y, al descubrimiento de una serie de genes esenciales para el desarrollo neuronal, que luego se ha demostrado que existen y cumplen la misma función en vertebrados, hay que añadir la construcción de un puente entre la embriología y la genética que ha marcado la pauta para trabajos similares en otros organismos. En este espíritu de generalización, en los noventa decide extender sus estudios a vertebrados y elige el pez cebra como modelo. Más que un simple paso adelante, éste desarrollo significa una vuelta al principio, a sus referencias originales en el sistema nervioso de vertebrados. La experiencia de Drosophila le había servido, como él indicaba a veces, para desarrollar herramientas experimentales e intelectuales con las que abordar problemas más complejos. Lástima que su contribución se haya truncado cuando apenas empezaba a forjarse con la visión, el rigor y muchas veces originalidad experimental que habían caracterizado su trabajo en Drosophila.

Aunque adoptó la nacionalidad alemana, José nunca dejó de mantener estrechas relaciones con España y, mediante su trabajo en fundaciones, cursos y conferencias, contribuyó ampliamente al desarrollo de la biología moderna en nuestro país. En algún momento intentó regresar, pero estos intentos se vieron frustrados por tropiezos con una actitud que sigue sin entender las coordenadas necesarias para el desarrollo de la ciencia y el progreso que le acompaña.

La comunidad internacional de biólogos ha perdido una de sus figuras más significativas, y los que tuvimos ocasión de tratarle con frecuencia también echaremos de menos al ser humano de vasta cultura con quien cualquier interacción revelaba formas nuevas e interesantes de ver el mundo desde una personalidad modesta, generosa y profunda. Su labor queda reflejada y continuada en su obra, pero también en una escuela, un grupo de científicos, ahora dispersos en universidades e institutos de todo el mundo, que se iniciaron bajo su tutela en Friburgo y en Colonia, y cuyos nombres e impacto en el desarrollo de la biología moderna son un tributo a Campos Ortega.

José A. Campos Ortega.
José A. Campos Ortega.

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