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INTEGRISMO POLÍTICO EN EE UU / 1
Columna
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Los 'neocons'

Ideas y valores siguen organizando, la vida en común de los hombres y sus victorias y sus derrotas legitiman y deslegitiman el poder de los que nos gobiernan. La hegemonía ideológica del conservadurismo integrista que es el que hoy preside el destino político de EE UU y de la derecha mundial ha necesitado tres decenios para imponerse sin que al parecer sus adversarios que lo califican de neoliberalismo se hayan enterado. Pues si bien es cierto que el primado absoluto del mercado y de la mercancía, la privatización sistemática de las empresas y de los servicios públicos, la desregulación máxima de todos los sectores económicos y el olvido / sacrificio de la dimensión social, son rasgos que caracterizan, aunque no agotan la doctrina económica del liberalismo, en nuestro caso sólo parcialmente corresponden a las líneas dominantes de la teoría y de las prácticas del Gobierno de Bush cuya expresión más clara la representan los neocons.

Ya que nada más alejado de la órbita liberal que las continuas intervenciones de la Administración de Bush en la vida económica norteamericana; su resistencia al control de los monopolios; la permanente utilización del presupuesto público para estimular la economía; la atribución directa a las grandes multinacionales amigas con las que se tienen lazos (Bush con Carlyle; Richard Perle con Bechtel; Dick Cheney con Halliburton; Carl Rove con Boeing; Douglas Feith y Paul Wolfowitz con Northrop -fabricante de los B2-; Richard Armitage con Raytheon -fabricante de los misiles Tomahawk, etcétera-) de contratos y créditos. ¿Cómo calificar de liberal un proyecto político, cuya clase dirigente y cuya estructura de poder, que se designa habitualmente como MICE, conjunta en un solo Establishment (E), lo Militar (M) lo industrial / económico (I) y la clase política parlamentaria (C) con el propósito de imponer una dominación mundial y una ideología única? Un establishment además penetrado por el fundamentalismo cristiano que aporta el 81% de sus votos a Bush y que con los predicadores de la Christian Coalition -Billy Graham, Pat Robertson y Jerry Vines- es un fervoroso defensor del Integrismo político. Irving Kristol, uno de los padres fundadores de los neocons, en su libro Neoconservadurismo: autobiografía de una idea sitúa su aparición a finales de la década de los sesenta, como una reacción frente a la debacle del "espíritu americano", cuando los vientos del 68 y de la contracultura intentan arrumbarlo instituyendo como valores triunfantes el pacifismo, la droga y la permisividad de los hippies. El síndrome de la derrota en Vietnam les lleva a la convicción, que Norman Podhoretz teoriza tempranamente, de que es imperativo armarse intelectualmente para devolver a EE UU y a Occidente su prestigio y su potencia.

Leo Strauss y Alan Bloom, sus maestros les ofrecen las primeras razones para oponerse al relativismo político y al igualitarismo cultural. Y llega Reagan y con él, el impulso victorioso de la revolución conservadora capaz de fundir la extrema modernización tecnológica y el ultraconservadurismo en una sola envoltura virilmente patriótica y voluntarista (los guts). De aquí entramos en la era de los Bush y los neoconservadores asientan su doctrina y su poder a lo largo de un proceso que Peter Steinfels, The new conservatives: The men who are changing America y Paul Gottfried The conservative movement han analizado con pertinencia. Su instrumento han sido los think-tanks y los medios de comunicación que han funcionado como plataformas de lanzamiento de ideas, de temas y de personas. La Heritage Foundation, desde 1973, el Hudson Institute, el Project for the New American Century (PNAC), el Hoover Institute, el American Enterprise Institute, el Center por Strategic and International Studies (CSIC), el Carnegie Endowment for International Peace, la Cato Foundation, la Rand Corporation, el Washingotn Institute for Near East Policy en estrecha simbiosis con publicaciones conservadoras como Washington Times, Weekly Standard, New Republic, National Review, Wall Street Journal, Commentary, pero también en órganos más abiertos como The Washington Post, The New York Times, Newsweek e incluso la revista Foreign Affairs, han sido sus soportes fundamentales.

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