La gris memoria sumergida
Aun cuando es de imaginar que el señor ingeniero Juan Benet, además novelista, no anegara con sus embalses todos los pueblos del noroeste español, qué duda cabe que, además de posibles influencias literarias en algunos escritores, ha influido también en otros embalsamando en agua la memoria de muchos pueblos de la zona. Damnificados y beneficiados de las aparatosas obras civiles, que no literarias, en este caso, del señor ingeniero Benet son gente como Julio Llamazares, desde luego y, ahora, Tomás Val, que ha escrito una hermosa, densa, ambiciosa y, en ocasiones, morosa elegía sobre el valor de la memoria. Tomás Val ha hecho un meritorio ejercicio literario para que todo -con algún ocasional desfallecimiento narrativo achacable, quizá, a la intensidad que ha puesto en el relato y que no permite al lector tomarse un respiro- cuadre con notable perfección. No ha renunciado, desde el primer momento, a echar mano de esas fórmulas de la literatura de entretenimiento de calidad, que facilita la lectura y crea una tensión dramática, un enigma a desvelar. En una zona no determinada del noroeste español, en esa tierra castellano-leonesa, que linda con el mundo literario de Celama de Luis Mateo Díez y también, por qué no, con la Región de Benet, Tomás Val, nacido en 1961 en un pueblo ya desaparecido de esa zona, Marcillo de Bureba, un pueblo desaparecido o anegado por las aguas sitúa la acción, real y metafórica (está muy bien conseguida la natural sucesión narrativa de lo que es real, en tiempo presente, y lo que fue real, o imaginado, u olvidado: el lector pasa de un plano a otro con total naturalidad; y eso hay que apuntárselo al novelista).
EL SECRETO DEL AGUA
Tomás Val
Alfaguara. Madrid, 2004
411 páginas. 19,95 euros
El comienzo, ya digo, sigue las normas propias de ese género literario tan noble cuando es, como es el caso, de calidad: el libro encontrado, las pesquisas que emprende el que lo ha hallado, un joven arqueólogo que prefiere no ir a rebuscar entre las ruinas de la memoria del pasado más remoto, en arenas egipcias, por ejemplo, para interesarse por otro pasado, más próximo en el tiempo y en el espacio. Y utilizando como péndulo ese libro misterioso que sitúa el origen de la humanidad no en África como dicen los libros, sino, acaso, en esa zona no determinada pero sí castellano-leonesa, encuentra agua, sí, pero no subterránea, sino bien a la vista, un pantano misterioso, donde puede estar anegada buena parte de la memoria colectiva de unas gentes que vivieron unas guerras, unas gentes que pueden ser muertos en vida porque han olvidado.
Tomás Val ha atravesado también la raya de la realidad, nos lleva a otra dimensión, aunque lo que se ve al otro lado puede superponerse con lo que está a este lado. Hubo una guerra civil, hubo unos muertos, hubo unos huidos al monte y hubo un miedo colectivo, que hizo olvidar. ¿Hay que olvidar para vivir o somos muertos en vida si olvidamos, si perdemos la memoria? Tomás Val ha escrito una excelente novela, llena de intensidad narrativa y de contenido lírico, y la ha escrito al mismo tiempo en que, en esas tierras y otras, gentes sencillas han recobrado la memoria desenterrando huesos, sin más intención que poner nombres a esos restos, a esas víctimas. De esto habla también esta novela.
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