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Columna
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... y 670

El 10 de febrero de 1995 comencé a publicar artículos en esta página. Desde entonces fui numerándolos. Por eso sé que el de hoy es el que hace el 670. Aquel primer artículo se llamaba Ponga un cofrade en su lista y trataba de cómo el PSOE malagueño había incluido en sus listas para las municipales a un candidato independiente con vocación estelar que era, a la vez, cofrade y árbitro de fútbol. ¿Quién podía dar más?

Se han cumplido ya diez años desde que regresé a Andalucía y buena parte de los artículos que he publicado en esta página obedecía al mismo estupor que sentí desde el primer día por el hecho de haberme encontrado al regreso más caspa en el ambiente que la que había cuando me marché, en pleno franquismo.

En la Andalucía que dejé en 1970 languidecían unas cuantas fiestas y procesiones. La región era vista desde fuera como un lugar pintoresco que surtía a los repartos cinematográficos y televisivos de sirvientas dicharacheras y raciales cómicos. Un cuarto de siglo después observé con asombro que aquellas fiestas y procesiones se habían multiplicado y alcanzado una importancia insólita. Aunque, eso sí, ya no las presidían los jefes locales del Movimiento sino dirigentes del PSOE, seguidos con entusiasmo por los del resto de partidos. IU, incluida.

Algunas cosas habían cambiado: ya no exportábamos graciosos sino que los cultivábamos en la televisión pública, frasco de las esencias regionales que, en los últimos tiempos, ha llegado a resucitar a los Hermanos Calatrava, que ya parecían desfasados en los tiempos de la tele en blanco y negro.

No es ya que se mantengan las tradiciones: lo más asombroso es que se inventen otras nuevas que se convierten inmediatamente en costumbres seculares. La Andalucía agraria sigue viva e impone y fomenta sus usos. No parece haberse descubierto una forma de movilización social que no pase por las peñas y cofradías y a nadie le extraña ya que buena parte del Gobierno de la Junta, nada más tomar posesión, decida dedicarse a vivir intensamente la feria de Sevilla. Las prioridades son las prioridades.

Han pasado diez años y sigo sin acostumbrarme. Probablemente, es un problema mío: soy demasiado torpe. En este tiempo, felizmente, he encontrado gente tan rara como yo. Ha aumentado sensiblemente el número de mis amigos y algunos han tenido el feo detalle de morirse. Eso fue lo que hicieron Rafael Pérez Estrada y Carlos Cano, a los que conocí después de este regreso y con los que compartí risas y complicidades, aunque muchas menos de las que hubiera querido. El tiempo no dio para más.

Han sido unos cuantos los lectores que se han terminado convirtiendo en amigos gracias al correo electrónico y a su sagacidad para dar con mi dirección (felix@felixbayon.com). Imagino, porque es una maldición estadística, que también me habré hecho enemigos. Pero esos no cuentan.

Nueve años y pico son muchos años. En este tiempo, he escrito decenas de artículos sobre los políticos eternos. Yo también corría el peligro de terminar convirtiéndome en parte del paisaje. Dejémoslo aquí, en el artículo número 670, que no es un feo número. De verdad que ha sido un placer.

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