Diario de una mujer maltratada
Una víctima relata el día a día con el terror psíquico y físico impuesto por su marido
El pasado viernes, el Consejo de Ministros aprobó un Plan de Medidas Urgentes contra la Violencia de Género con el fin de frenar la violencia sexista, que se ha cobrado en lo que va de año la vida de 21 mujeres, seis niños y cuatro familiares del entorno doméstico. Una de las mujeres que experimentaron la violencia física a manos del padre de sus hijos pequeños, y que todavía hoy padece el acoso psicológico de éste, relata cómo es el cruel proceso de anulación.
"Me costó aceptar que era una maltratada. He tardado tres años en separarme"
"Su madre me dijo que si él me pegaba era porque me lo merecía. Como a ella"
"Te hacen daño y duele. Pero duele más cuando lo piensas. Te duele el alma"
La primera vez que alguien le puso nombre a lo que le ocurría fue en la consulta del psiquiatra. Hasta allí había llegado, embarazada de su segundo hijo, por consejo de su médico de cabecera, que le hizo todo tipo de pruebas, pero que no pudo encontrar una razón física para explicar por qué no quería hacer nada, por qué se pasaba los días acostada, y, sobre todo, por qué al salir del trabajo nunca quería volver a casa. "En una sola sesión me hizo ver la verdad: me dijo que yo era una mujer maltratada. Pero me costó aceptarlo. He tardado tres años en separarme".
Así comienza, en el relato de M., el fin de su vida en matrimonio. Su verdadera identidad se oculta por su seguridad, como todo lo que pueda ayudar a que sea reconocida. Tras ese nombre se esconde una de las muchísimas víctimas de lo que se ha convertido en una de las peores lacras sociales: la violencia machista.
Se atreve a contar su historia porque cree que le puede servir a otras mujeres. Pero el miedo a que su agresor la identifique es tal, que se niega a ser fotografiada de espaldas a la cámara. Especialmente porque vive en una ciudad pequeña, cerca de su marido, y en su barrio residen otros familiares de él. También porque, aunque hay una sentencia de separación por malos tratos, el juez ha fijado un régimen de visitas y, cada 15 días, debe dejar con el padre a sus dos hijos de corta edad durante el fin de semana.
"El juez me dijo que esos días hubiera siempre alguien conmigo. Vienen unos amigos. Yo salgo a la puerta, pero hay días que se pone como quiere", cuenta M. El fin de semana posterior al de Semana Santa, prosigue, al padre le tocaba quedarse con los críos, pero se empeñó en que no era así y no quería ir a por ellos. "Al final vino y los niños le preguntaron: '¿Dónde vamos, papá?'. Y les respondió: 'A denunciar a tu madre'. Yo le dije que no tenía por qué decirle eso a los niños y se puso a dar voces. Le dije que dejara de gritar en la puerta", continúa. A pesar de todo, el fin de semana siguiente volvió a la casa para tratar de llevarse de nuevo a los niños. "Viene buscando jaleo. No le abrí la puerta".
M. ha soportado mucha violencia física y también la que queda por dentro, la psicológica. "El psiquiatra me diagnosticó secuestro emocional. Yo no hacía nada, pero nada, si él no me lo decía. Ni siquiera comprarme unas medias. No salía, no veía a nadie", explica sentada en el sofá de su casa. "Me había anulado". Hasta el punto de que, aunque su sueldo era mayor en los empleos que tuvo de la profesión para la que se preparó, él le obligó a abandonarlos uno a uno, porque decía que no le convenían. "O que el jefe o un compañero querían algo conmigo", apostilla. Al final, encontró un empleo de limpiadora.
"Tampoco me dejaba ser madre. No me dejaba ni llevar a los niños al cole, ni recogerlos. No me lo permitía. No tenía contacto físico con ellos. Los acostaba a las ocho, antes de que yo llegara del trabajo", prosigue.
"Al principio de separarme, cuando dejaba a los niños en el colegio, tenía la sensación de que los abandonaba". Para los tres ha sido difícil recuperar la relación: "Me tenían desvalorizada y no me obedecían. No querían bañarse y, si nos sentábamos a comer, no querían". Todavía hoy, sus hijos, cuando se enfadan con ella porque les regaña, le gritan "gorda", "guarra", "mierda". "No son insultos de niño. Pero ellos no tienen la culpa, es lo que han visto", apunta. Y detalla cómo poco después de tener a uno de sus hijos, con la pelvis abierta por el parto, su marido la obligó a tener relaciones sexuales a pesar de que no podía moverse. Como ella se negaba, tomó al bebé en brazos y la golpeó. "Casi siempre que me pegaba cogía a un niño en brazos. Eso me crispaba: ¿qué necesidad hay de que vean? El mayor ha visto mucho".
Con su marido, la familia apenas se relacionaba con otras personas, más que los allegados de él. "Mi familia, no, porque eran malos", cuenta. "Me lo llegué a tragar, que se metían en mi vida. Mis padres venían a verme por la mañana, cuando no estaba él. A mis hijos no los veían jamás".
Hasta el punto era su alienación, que cuando supo que era una mujer maltratada reclamó ayuda, pero para ella. Creía que el problema era suyo y que él cambiaría, si ella cambiaba. Así entró en una organización de mujeres y comenzó a ir a terapia de grupo, con otras que estaban en su situación. "Al principio yo escuchaba y callaba. Pero empecé a decirme: 'Eso me pasa a mí. Eso también. Eso me pasa'. Y te das cuenta de que él no va a cambiar y que si quieres vivir con él, tienes que vivir así. A todas nos pasa lo mismo. Ellos siempre hacen lo mismo: te machacan, hasta que te anulan. Luego esperan a que estés un poco mejor y, entonces, otra vez. Yo siempre he estado bien, mal, bien, mal...".
M. asegura que anularse hasta destruirse no es de un día para otro, sino que es un proceso. Y pone otro ejemplo de su miedo. "Un día se le quemó la cocina cuando hacía la cena de los niños. Se llenó la casa de humo. Al llegar del trabajo, me asusté. Quería ver a los niños para ver si estaban bien. No me dejó. ¡Qué impotencia no saber si estaban vivos o muertos! No dormí en toda la noche. Ahora lo pienso y, fíjate qué tonta, que es abrir la puerta para ver si mis hijos respiran. Pero no me atreví. No podía, era más el miedo que le tenía a él. Y te resignas. Mucha gente me dice: '¿Y por qué no entraste?'. Pero qué fácil es decirlo".
M. tuvo la suerte de que su psiquiatra le indicara el camino. "Yo intenté separarme de mutuo acuerdo. Quería acabar cuanto antes y pensaba que así sería más rápido". El matrimonio acudió a un bufete de su ciudad.
Aquí el relato lo continúa la letrada que representa a M., quien también permanece en el anonimato para evitar que ella sea identificada. "Hicimos un convenio regulador de mutuo acuerdo. Él vino a mi despacho y parecía un padre amantísimo, muy preocupado por sus hijos y compungido porque no quería la separación. Con todos mis años de experiencia, debo decir que es de las pocas veces que me he sentido engañada", explica. Se refiere a que el marido de M. aceptó en un principio las condiciones, pero luego se negó a acatarlas. Fueron a la vía contenciosa y se pidieron medidas urgentes. "Hace años que los jueces no entran en el fondo de los casos, pero pudimos acreditar los malos tratos y tiene una sentencia que los reconoce", continúa la letrada. Aunque ha sido recurrida. "Él ha pedido la custodia de los niños, porque dice que estoy loca", afirma M.
Y se salta el régimen de visitas: todos los días va al colegio a ver a sus hijos, aunque los profesores le han dicho que es perjudicial para los críos. "A él le da igual, porque está enfermo. Él lo ve normal porque es lo que vio en su casa. Su madre me dijo que si él me pegaba era porque me lo merecía. Como a ella le habían hecho antes", cuenta M. Tampoco su propia madre acaba de entender bien que se haya separado. Aunque fue decisivo que viera la película Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín. Al salir, su madre le dijo a M.: "Parece que la han hecho para ti".
M. nunca se atrevió a denunciar a su marido antes de separarse, aunque lo ha tenido que hacer después. Pero sí lo hizo un médico que la trató en Urgencias, cuyo parte le ha servido para la separación. "No sé ni cómo fui al médico. No me dejaba salir de casa. Ese día me torció el cuello. Pero cuando pude salir estuve una hora dando vueltas con el coche. Me fumé un paquete entero. Y me dije que si no le denunciaba en ese momento, nunca lo haría", recuerda. "Necesitas mucho tiempo para hacer eso. Incluso separada, le tienes miedo".
Después ha habido otras agresiones. Como el día en que fue a recoger sus cosas a la casa y le hizo un esguince en la muñeca. "El dolor... Te hacen daño y te duele, claro. Pero duele más cuando lo piensas. Cuando te preguntas: ¿quién es él para hacerme esto?, ¿qué derecho tiene? Te duele el alma, es un dolor de dentro. Es algo que no he logrado superar. Pero tengo que pensar que ya no me lo va a hacer, que tengo que vivir mi vida. Que olvidar".
Si el entorno denunciara...
M. explica que tiene en casa los papeles para solicitar la orden de alejamiento, pero no lo ha hecho porque cree que no sirve para nada más que para "encabronar" aún más a su marido. "Ahora me basta con evitar el contacto, porque él me busca. Le encanta regañar conmigo, porque cuanto más me humilla, él se pone más alto", explica.
En su opinión, la violencia sexista se atajaría antes si el entorno pudiera denunciar. "Los médicos, los especialistas, alguien que esté más capacitado que tú, deberían captar antes lo que te pasa y denunciar. Hay señales. Cuando me quitaba la camiseta, mis compañeras me decían: 'No nos digas que es un golpe, porque tienes la marca de los dedos en el brazo", cuenta. "Incluso he pensado en los vecinos: qué rabia que no fueran capaces de llamar a la policía. Me hubieran salvado muchas veces".
También cree que se hubiera separado antes con un "empujón". "En la asociación me decían: cuando se vaya a trabajar, te vas con los niños. Pero no podía. Si me hubieran acompañado, lo hubiera hecho. Es que, primero, estás hecha una inútil, no tienes fuerza. Y, luego..., te cagas de miedo".
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