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Columna
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Sin pasar de página

La prensa escrita es fiel testigo del suceso. Hay socialistas que han perdido las elecciones. A pesar de la contundente victoria de Rodríguez Zapatero en las pasadas elecciones generales, a pesar de la comodidad con que culminó en el Congreso el trámite de investidura como presidente de Gobierno, a pesar de los primeros éxitos de gestión y de opinión pública, por la prensa asoman firmas emblemáticas del entorno socialista (algunos militantes, pero sobre todo periodistas e intelectuales) que ante aires tan favorables chasquean la lengua con pesar. Incluso sentimos sus dientes rechinar, y que sus tripas gruñen víctimas del desarreglo, y que ciertas articulaciones oxidadas se resisten a participar en el avance.

El país está poblado de vencedores de las elecciones que se sienten a desgana, que sospechan ya de la palabra diálogo, que ironizan sobre el término talante, que otean en conceptos como acuerdo o negociación la sombra de terribles amenazas. Incluso, con extrema sensibilidad, se lamentan ya de la "persecución" mediática que está padeciendo el anterior presidente de Gobierno, sin acordarse ni de otros presidentes ni de otras persecuciones, mucho más crueles y prolongadas en el tiempo.

Me temo que legendarios militantes socialistas, vigorosos columnistas de izquierda, irreductibles partidarios de la cosa esa del progreso están que no se aguantan, que no pueden, que les salen las alergias, los granos, las erupciones. Quizás sea que la victoria no ha venido como quisieran, o quizás sea que, lisa y llanamente, se han convertido en criptomilitantes del Partido Popular, aunque ellos aún no lo sepan, como les pasa a algunos homosexuales que habitan en lo más hondo del armario sólo porque aún no han tenido el coraje de decirse a sí mismos quiénes son. La lectura diaria de la prensa tiene estas paradojas: surgen como hongos después de la tormenta socialistas cautos, desanimados, prudentísimos, socialistas que reconocen con frialdad la victoria de su líder, al que empiezan a verle las flaquezas, las hipotecas políticas, las tenebrosas transacciones que van a condicionar su gobierno.

Son gentes que habían consagrado su pluma y sus servicios a criticar los nacionalismos periféricos, a tomarla día a día con Ibarretxe, con Rovireche, con Madrazo, con todos esos espantosos localistas. Son los que hacían chistes sobre la mochila de Labordeta, el de la Chunta, o que se reían de Beiras y su obstinación por hablar siempre en gallego. De pronto se encuentran con que los suyos han ganado, pero presienten que la política que va a practicar el socialismo democrático no les gusta. Todavía peor: perciben que el 15% o 20% de voto periférico vuelve a contar en sede parlamentaria y miran con nostalgia aquellos tiempos de las legiones de Aznar, que no dejaban a su paso títere con cabeza y que bebían sangre, sangre de telediario y de tertulia. ¿Cómo demonios pueden sentirse satisfechos de semejante victoria? Realmente, no saben de qué escribir, cómo escribir, cómo decir que sí, que hemos ganado, pero que maldita la gracia; cómo olvidar tantos años de fascinación por la mirada azul de Mayor Oreja o por el dudoso empaque de esos personajes de comic que copaban altas magistraturas del Estado, esos personajes extravagantes que transitaban por tribunales y fiscalías y a los que ellos jaleaban sin cesar.

Me temo que algunos socialistas han ganado pero que no saben qué hacer con la victoria. Regatean a su jefe de filas los elogios (No están en contra de ZP, pero sí al margen de ZP). Se ven obligados a realizar vagas críticas a la actuación del Partido Popular, pero son fraseos que salen con sacacorchos, como por obligación, a regañadientes, discursos escritos con el mal ánimo de un escolar que tiene que cumplir con los deberes. O todavía peor: como si, secretamente, en el fondo más al fondo del fondo de sí mismos, en los légamos del alma, en las turbulentas aguas del subconsciente, la voluntad no les respondiera. Quizás se habrían sentido mejor si las cosas no hubieran cambiado, vaya, si hubiera ganado el Partido Popular. Al final va a resultar que eso sí que era lo suyo.

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