_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Yo quiero ser vanguardista

Anatxu Zabalbeascoa

"El paisaje de pinos mediterráneos me pareció tan hermoso que casi me entraron ganas de volver a pintar paisajes. Y me dije que no había nada malo en realizar paisajes, aunque mi integridad como dadaísta podría verse resentida". El dadaísmo aparece en este libro como un voluntarioso esfuerzo realizado por un hombre que se describe a sí mismo como libre. Suerte parecida corre el surrealismo: "Yo creía haber cumplido con todos los principios del movimiento: sinrazón, automatismo, secuencias psicológicas y oníricas, sin lógica aparente y con absoluto desprecio por la narrativa convencional. (...) No bastaba con calificar un trabajo de surrealista, como algunos intrusos: había que obtener el sello de aprobación del grupo y presentar la obra bajo los auspicios del movimiento para que fuese reconocida como tal". Man Ray, Emmanuel Radnitsky de nombre civil (Filadelfia, 1890-París, 1976), dedicó buena parte de su vida al empeño de convertirse en artista de vanguardia, aunque la propia vida fuera postergando su inicial vocación de pintor, distrayéndolo con otros asuntos como la fotografía, que, salvando sus recelos iniciales, terminaría por convertirse en su principal ocupación.

AUTORRETRATO

Man Ray

Traducción de Catalina Martínez Muñoz

Alba. Barcelona 2004

486 páginas. 31,90 euros

Es difícil juzgar una autobio-

grafía sólo por la calidad de la escritura y el interés de lo narrado, abstrayéndose de las simpatías o recelos que despiertan en nosotros las acciones de quien nos cuenta su vida. Así, en este libro conviven un tipo de fina ironía ("tenía madera de buen fotógrafo de moda, me interesaban más las chicas que la ropa") con un hombre que no oculta, sino que anota, los azotes con los que, ocasionalmente, "domaba" a sus mujeres. Pero no se equivoquen. No es éste el retrato de un arrepentido ni el de un machista furibundo. Es más bien el reflejo de una época. La importancia no reside tanto en las azotainas que pudieron recibir sus parejas como en el hecho de que contarlo no tuviera importancia.

Con todo, Man Ray, en su empeño por convertirse en artista de vanguardia, tuvo una vida para contarla. Y la supo contar. Tenía 70 años cuando terminó este Autorretrato: "Nunca me he embarcado en nada que exigiese un esfuerzo prolongado como el que ha exigido escribir este libro". Y necesitaba anotar lo que se le escapaba: una agitada vida de viajes entre continentes, idiomas, ideologías y culturas que comenzaba a desdibujarse. Esa desubicación, fruto de una vida en movimiento continuo que se marea al detenerse, hace que el libro se desvanezca desorientado al final. Su protagonista no sabe ya dónde ni de qué vivir. Y el libro, naturalmente, no resuelve esa incertidumbre. El manuscrito se difumina al tiempo que aparece ese anciano perplejo que no se reconoce anciano ni perplejo. Como en casi todas las autobiografías, la mayor parte del libro está escrita más como el hombre que creyó ser Man Ray que como el que realmente fue. Así, los lectores conocerán antes al artista que quiso ser que al que finalmente consiguió ser. Aunque ambos terminan por aflorar, porque este autorretrato es más que una mezcla de nombres ilustres y momentos prosaicos, que también. Es el retrato del hombre que recuerda los fallos y las torpezas de sus primeras fotografías pero también el de un artista que se vanagloria de sus ocurrencias y sus ingeniosas conferencias. Además, el libro es una buena instantánea del París de los surrealistas, del propio movimiento artístico, y un recuerdo personal, y por tanto desigual, de otros personajes de la época, como el hermitaño Brancusi (magnífico), el contradictorio Matisse, el absorto Picasso, el fatuo Picabia, el bueno de Braque o la gloria y la ruina del modisto Paul Poiret, él mismo todo un símbolo de un tiempo.

Otros personajes más cercanos a la vida de Man Ray (Duchamp o Kiki de Montparnasse) aparecen y desaparecen en los diversos capítulos del libro revelando, a su vez, distintos momentos de sus propias vidas. Anécdotas tiernas y divertidas, como una sesión en el estudio de Maurice Utrillo que necesitaba sentir la carnalidad de la modelo sobre sus piernas mientras pintaba para terminar dibujando un paisaje, o momentos épicos, como la ocupación de París y la huida de dimensiones bíblicas de buena parte de sus habitantes, cuajan un libro escrito con un estilo claro y llano. Una paradoja más de un artista que buscó para su arte un lenguaje que, aun fascinándole, ni siquiera él llegaba a comprender. Tal vez eso sea el arte y tal vez tratar de averiguar lo incomprensible contribuya a hacer una vida fascinante.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_