"El baile es un arma asombrosa para un actor"
Leonardo Sbaraglia ha vuelto al barrio de Ventas, al pequeño apartamento que alquiló hace tres años, cuando decidió dejar Buenos Aires para trabajar en Madrid. Entonces llegó tras la estela de Plata quemada, la película de Marcelo Piñeyro que le dio a conocer en España. Ahora, con Cleopatra, de Eduardo Mignogna, todavía en cartel, regresa con La puta y la ballena, de Luis Puenzo.
Sbaraglia (Buenos Aires, 1970) lleva el pelo más largo recogido en una coleta, y una chaqueta blanca que acentúa su belleza romántica. "Es la misma chaqueta que llevaba en Intacto", dice haciendo referencia a la película de Juan Carlos Fresnadillo que le valió en 2001 el Goya al mejor actor. Mientras habla, garabatea símbolos que, a veces, enseña para explicarse. Ha pasado una larga temporada en Argentina y en Estados Unidos. "Estudiando un poco, en Nueva York y en Carolina del Sur. Allí tengo unos amigos". En Buenos Aires le ha dado tiempo a cambiarse de casa -"ahora tengo una preciosa en San Telmo"- y a reencontrarse con los suyos: "El problema con Argentina es que no me doy cuenta de lo que la necesito hasta que no estoy allí. Después de tres años seguidos en Madrid, descubrí que ni podía dejar de ir ni dejar de trabajar allí. Es la fuente de mi identidad". "¿Argentina? Pues estamos mal, pero vamos bien. De la crisis no se sale de un día para otro: el nivel de pobreza es muy alto y la tensión social muy grande pero se están tomando medidas, replanteando leyes, que son esperanzadoras".
"Es un personaje con una máscara muy fuerte, cínica, distante, canalla y burlona"
"En Argentina estamos mal pero vamos bien. De la crisis no se sale de un día para otro"
En La puta y la ballena, de Luis Puenzo (La historia oficial, Gringo viejo), Sbaraglia trabaja junto a Aitana Sánchez-Gijón, Mercè Llorens y Miguel Ángel Solá, entre otros. Él es Emilio, un fotógrafo de los años treinta, guapo y de buena familia, que proclama el amor ligero y sin ataduras. Emilio conoce a una corista española, Lola, con la que decide viajar a la Patagonia. "Era un personaje difícil porque uno no sabe bien si empieza siendo un héroe y acaba siendo un traidor o al revés. Es un personaje con una máscara muy fuerte, cínica, distante, canalla y burlona. Una máscara que él escogió para relacionarse con el mundo. Es alguien que mira las cosas desde la orilla, a quien le gusta observar y que teme comprometerse. Lola [la corista] es todo lo contrario. Él, en el fondo, ni sabe lo que quiere". El conflicto entre el hombre que quiere disfrutar y mantenerse al margen, preservar su libertad, choca con una mujer "que sólo quiere una cosa: meterse en la vida".
"El problema es que a esa máscara con la que él ha aprendido a sobrevivir se le empieza a meter el amor, el amor perdido y, con él, el dolor".
"Cada vez más enamorado y cada vez más dolorido", dice Sbaraglia de un personaje que arranca bailando un tango y acaba igual, con otro tango: "¡No!, ni todos los españoles saben bailar sevillanas ni todos los argentinos sabemos tango. Tuve que aprender y fue genial. El baile es un arma asombrosa para un actor. Sabía danzas griegas, las aprendí para Cenizas del paraíso, pero nunca había aprendido tango. Es un baile que depende mucho del otro, y que para el hombre es más difícil porque es él quien maneja, con la manito atrás, los pasos de la mujer. Todo depende de los gestos, de la presión, así se va para un lado o para otro. Bailar ayuda a comprender muy bien la unidad del cuerpo. Los actores americanos, que tienen mucha tradición, bailan muy bien. Basta ver a Christopher Walken, es maravilloso, un grandísimo bailarín".
La pasión de Sbaraglia por su profesión es contagiosa. A él se la contagio su madre, cuando estudiaba interpretación siendo él un niño. Cita a Peter Brook y su grupo de trabajo ("embarcados en la búsqueda de expresiones teatrales y culturales") y explica ("aunque no me gusta hablar de algo que considero muy íntimo") su método de trabajo con el profesor argentino Fernando Piernos, su "entrenador" en muchos de los trabajos que ha realizado en los últimos años. "Con Fernando aprendes nuevas herramientas, a tener más recursos. Él tiene mucho conocimiento técnico del actor y a mí eso me ayuda mucho. Esta profesión exige muchos resultados y no siempre están dadas las condiciones para poder experimentar". "Lo que nos interesa es investigar la expresión y no la psicología", dice. "Tenemos miles de expresiones pero sólo usamos una mínima parte de ellas. En definitiva, se trata de esa búsqueda, algo que la vida no te da la oportunidad de utilizar pero la ficción sí. No quiero decir que sea la fórmula, sólo es lo que a mí me hace feliz. Algo que me da mucha esperanza, algo que me hace sentir que siempre podré ser mejor actor".
Babelia
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