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Energía eólica: variaciones

Recientemente, Paco Tortosa, doctor en Geografía, y Carlos Arribas, coordinador de Ecologistas en Acción del País Valenciano, han publicado en estas mismas páginas sus puntos de vista sobre dos cuestiones similares en el fondo, aunque distintas en la forma. La energía eólica por un lado y el Plan Eólico Valenciano por otro. La cuestión no es baladí, pues se trata de compaginar de algún modo la defensa de la naturaleza con la agresión a la misma. Es sabido que toda idea de progreso lleva consigo la rémora de concepto "acción-reacción" y en este caso, probablemente más que en ningún otro, hay que tener muy en cuenta la dualidad "coste-beneficio" y mantener, en cada caso, la prudencia debida en la consideración de los términos en los que se aborda el problema, reconociendo que lo mismo la ciencia geográfica que la ciencia ecológica pueden dejarse muchas plumas en el combate.

Es de indudable importancia la obtención de tipos de energía que contribuyan a paliar los efectos nocivos de los combustibles sólidos y la fisión nuclear empleados mayoritariamente en conseguirla. Por ello, las asociaciones conservacionistas, y entre ellas muy especialmente ADENA/WWF, conscientes de ello, apoyan toda iniciativa que se dirija a la obtención de fuentes de energía limpia, entre las cuales se encuentra la eólica. No obstante, conscientes igualmente de la mudanza ecológica que supone toda innovación, hemos considerado cuidadosamente algunos de los parámetros en los que se sitúa una instalación eólica, de modo que, sopesando y calculando coste y beneficio, no resulte el primero superior al segundo. Una instalación eólica no es solamente una serie de torres sostenedoras de aspas productoras de electricidad, sino un complejo conjunto de situaciones -más que de acciones- cuya virtualidad es imprescindible tener en cuenta, toda vez que en su composición entran factores humanos, factores sociales y otros elementos sensibles como la integración en el paisaje desde el punto de vista metodológico, y el paisaje mismo, además de consideraciones de orden legal.

La importancia de las cuestiones ecológicas ha hecho que las proposiciones que antes eran conocidas y tratadas por especialistas hayan pasado a ser de dominio público. Y es la sociedad la auténticamente interesada -con todas sus consecuencias- en que los proyectos que le afectan sean debidamente tamizados para evitar el ya citado componente de "acción-reacción", que pueda determinar en el tiempo soluciones lesivas para la naturaleza, antes que un hipotético cambio de planes o una posterior rectificación a los planes eólicos desvirtúe lo que se pensó como idóneo. Es de actualidad el conocimiento de que las emisiones de CO2 a la atmósfera son nocivas y que muy probablemente -en ciencia no hay casi nada seguro y en geografía las variaciones son difícilmente predecibles y mensurables- puedan influir en el cambio climático que se dice nos amenaza. Pero no es menos cierto que el componente eólico del total de la energía producida en España es mínimo, sin llegar siquiera al 5%. Pensar que para obtener al menos la cuarta parte de dicha energía sería preciso atiborrar el país de torres eólicas merece una reflexión mesurada. Y también debe pensarse que quizá no sea lo mejor seguir por un camino cuyas perspectivas van a ser probablemente superadas por otros tipos de energías renovables, como la solar térmica y la solar fotovoltáica, para más adelante -en un horizonte de una generación-, acceder a otros de procedencia física cuya terminología no exige el considerable deterioro natural que precisa una instalación eólica. En este sentido, la visión técnica -más que la tecnológica- es preciso que sea tratada con un ideario tan claro como para poder contrarrestar lo que se ha dado en llamar "la enfermedad de la inteligencia".

El Plan Eólico Valenciano no tiene en cuenta -desde nuestro punto de vista- más que la obtención de energía sin más. Los estudios de impacto ambiental de sus planificaciones adolecen del común error -propiciado o ignorado por la Administración- de ser emitidos por los promotores industriales, que muy raras veces tienen en cuenta los factores auténticamente ambientales. Reconocen afecciones que en algunos casos son graves, pero no por ello reducen lo que ellos mismos denominan "correcciones" que casi siempre son simples maquillajes. Ello es lógico, pues si se destruye algo es difícil que el destructor lo presente como un beneficio. El paisaje de la Comunidad enriquecido considerablemente en su aspecto forestal en las últimas décadas, es agredido inmisericordemente por los promotores. Olvidan o desconocen que el paisaje es no sólo una representación sino una porción del espacio real que debe ser aprehendido visualmente. Lo que los promotores reconocen como "alta modificación", esto es, la destrucción de centenares de hectáreas de bosque, crestas de montañas, creación de taludes considerables, invasión de espacios lúdicos, etcétera, lo tipifican como asequible o "compatible" dentro de la ética industrial, si es que este término es aceptable. El paisaje es un "criptosistema", referente de antigüedad, que nunca debe asentir a razones para mudarlo, teniendo en cuenta que los parques eólicos pueden instalarse en otros lugares. El paisaje es un "fenosistema", que contiene la idea de la implicación en un lugar que no debe ser alterado. Es difícil compaginar estos conceptos con los manuales de producción, pero los naturalistas debemos considerarlo así. Lo sistemas productivos pueden mudar, pero las montañas valencianas continuarán en donde están. Y deben continuar siendo lo que son.

La energía eólica tiene "novios" preferentes lejos de nuestras montañas. El alcalde de La Higueruela, en plena Mancha albaceteña dijo recientemente "Mi pueblo no es bonito, pongan aquí los molinos". Creo que no sería ése el parecer ni de los alcaldes ni de los vecinos de las zonas eólicas en las que se ha dividido la Comunidad Valenciana. Es de considerar la energía eólica como buena en general, pero no a costa de suprimir lo que debe permanecer -al menos- como está.

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