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Malos tiempos para la manufactura

El artículo titulado El escaso impulso de la política industrial durante la última década pasa factura (EL PAÍS, 4-4-2004, C.V.) hace un repaso del escaso interés de los Gobiernos del PP por la política industrial, que ha derivado hacia un desmantelamiento del aparato productivo, los empresarios son meros "intermediarios", y se destruye empleo (los expedientes de regulación de empleo crecieron un 57% en 2003 respecto al 2002), sin que la red de institutos tecnológicos hayan actuado eficazmente para romper esta tendencia. Al día siguiente, casualidad, en otro artículo (EL PAÍS, 5-4-2004, Apuntes) titulado Un robot con visión que se autoprograma, se informa de la invención de un robot con aplicaciones industriales, diseñado por el equipo de Ingeniería de la U. M. H. de Alicante y, al final, se señala que "hay algunos problemas para que la tecnología que producimos las universidades sean adquiridas e incorporadas en las empresas de nuestro entorno, que no están acostumbradas a adecuar los últimos avances a su cadena de producción".

Y entonces me pregunté: ¿Por qué los empresarios prefieren comercializar a fabricar y son reacios a las modernas tecnologías? Las principales razones pueden ser: la elevación de los costes de fabricación de los sectores manufactureros (intensivos en mano de obra) y la globalización: una mayor competencia y nuevas posibilidades de producción en países menos desarrollados

Así visto, el objetivo de la política industrial está claro: convirtamos los sectores intensivos en trabajo en intensivos en capital, con acciones que incidan en la aplicación de tecnologías que aumenten la productividad y hagan a las empresas menos vulnerables a los costes del factor trabajo. La destrucción del empleo que llevaría consigo se podría paliar con la fabricación de los modernos equipos, lo que supondría un cambio en la cualificación del trabajo. Además, las mayores necesidades de capital para producir, aumentarían la dimensión de las Pymes y su competitividad. No se debe olvidar que, con la aceleración del cambio técnico, a medio plazo no habrá sector industrial (de demanda madura o en crecimiento) que pueda escapar a las modernas tecnologías; pero, si las industrias se han trasladado a otros países, las ventajas anteriores ya no se podrán aprovechar.

Con este objetivo las empresas, los institutos tecnológicos, las universidades y las administraciones públicas deben aunar sus esfuerzos y actuar con decisión. Pero cuidado, que no se pierda el norte. Existen dos clases de nuevas tecnologías: las de producto, que mejoran la calidad o crean bienes/ servicios nuevos (internet, productos más resistentes y menos contaminantes, etc.) y las de proceso, que incrementan la productividad de las empresas (cadenas automatizadas, robots que sustituyen tareas manuales, etc.). Son éstas últimas las que más necesitan los sectores manufactureros. Para su potenciación se pueden utilizar empresas de capital-riesgo, en las que la iniciativa pública participe en la incubación de los proyectos.

Cuando escribía esto, mi hija, me preguntó si me publicarían el artículo y le contesté que con esa ilusión lo hacía. Y esta misma ilusión y confianza es la que no se logra inyectar en los agentes económicos . Si logramos convencer a los empresarios que con las modernas tecnologías se abaratan los costes de producción y facilitamos su adquisición (subvencionando las tecnologías propias), las expectativas de beneficios atraerán nuevas inversiones y daremos un giro de 180º grados a la dinámica actual, donde el capital huye hacia sectores hoy más rentables como la comercialización o la construcción.

Manuel Ibáñez Pascual es licenciado en Ciencias Económicas y profesor de Economía en el I.E.S. la Melva de Elda.

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