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LA POSGUERRA DE IRAK

El Papa suplica la liberación de los tres rehenes italianos de Irak

Discreto apoyo a la marcha pacifista convocada por los familiares que exigían los secuestradores

Enric González

Unos pocos miles de personas se sumaron en Roma a la manifestación de las familias de los tres italianos secuestrados en Irak y recorrieron con ellos la corta distancia que separa el castillo de Sant'Angelo de la plaza de San Pedro. Ante la basílica esperaban tres obispos y el jefe de la diplomacia vaticana, monseñor Giovanni Lajolo, con un mensaje de Juan Pablo II en el que el Pontífice suplicaba de nuevo por la liberación de los tres rehenes italianos.

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Las familias y sus acompañantes marcharon en silencio. Por detrás, grupos pacifistas gritaron consignas contra la guerra. La respuesta popular a la iniciativa de las familias, que intentaban cumplir una exigencia impuesta por el grupo secuestrador, fue muy discreta. El Ayuntamiento de Roma tampoco se volcó en el acto: el tráfico de automóviles se mantuvo en la zona y los manifestantes tuvieron que respetar los semáforos. Pese a todo, las tres familias se declararon satisfechas: "Ha sido algo extraordinario, bellísimo, no esperaba que tantas personas quisieran compartir nuestro dolor", comentó Antonella Agliana, hermana de Maurizio Agliana. Los parientes de Salvatore Stefio y Umberto Cupertino hicieron declaraciones similares.

No viajó a Roma la familia de Fabrizio Quattrocchi, el rehén asesinado por el grupo secuestrador. "No nos hemos sentido con fuerzas", dijo Alice, la novia del difunto. "Esperemos que esto sirva para alguna cosa, es importante que las autoridades piensen que deben volver cuatro rehenes, no tres. No descansaremos hasta que el cuerpo de Fabrizio regrese a Génova", declaró un portavoz de los Quattrocchi.

Los secuestradores, un grupo autodenominado Brigadas Verdes de Mahoma, al que el Gobierno italiano considera vinculado con las antiguas fuerzas de seguridad de Sadam Husein, habían exigido una manifestación masiva en Roma contra la guerra y contra la política de Silvio Berlusconi. Ninguno de los grandes partidos quiso sumarse al acto convocado por las familias, para que no pudiera pensarse que la clase política cedía ante un chantaje.

Cuando la manifestación no había iniciado aún su breve trazado, hubo algunos enfrentamientos verbales entre el servicio de orden que rodeaba a los familiares, compuesto por guardaespaldas compañeros de profesión de los rehenes y los grupos de pacifistas y radicales situados a la cola del cortejo. Se alcanzó el acuerdo de separar la marcha en tres tramos: las familias y amigos, que portaban una gigantesca bandera de la paz; los alcaldes y vecinos de las tres localidades de residencia de los rehenes, con estandartes con el nombre del pueblo, y los grupos pacifistas, con pancartas contra la guerra. Estos últimos no pudieron llegar hasta la plaza de San Pedro, donde sólo se admitieron banderas multicolor de la paz.

En la frontera vaticana, el secretario para las Relaciones con los Estados (ministro de Exteriores) de Juan Pablo II, monseñor Lajolo, leyó un mensaje papal: "En nombre del único Dios, que a todos nos juzgará, Juan Pablo II renueva ante los secuestradores la súplica de que devuelvan pronto los rehenes a sus familias", decía uno de los párrafos. Después se guardó un minuto de silencio por la paz.

Participantes en la manifestación agitan una bandera de la paz en la plaza de San Pedro.
Participantes en la manifestación agitan una bandera de la paz en la plaza de San Pedro.REUTERS

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