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Columna
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La soledad de Rajoy

Fernando Vallespín

La sesión de investidura primero, y el casi sucesivo debate sobre la retirada de las tropas nos ha inyectado una buena dosis de vida parlamentaria. Estamos empezando a calmar el mono de hemiciclo acumulado a lo largo de la anterior legislatura. Si esto sigue con la misma intensidad y con el mismo perfil argumentativo, no cabe ninguna duda de que estamos asistiendo al tan esperado retorno de la política. Eso ya es una noticia en sí misma. El cambio ya ha empezado. Y allí donde se esperaba, recuperando al Parlamento.

Lo que no se ha transformado es la situación de soledad del PP. Antes gobernaba contra todos y ahora se opone a todos. Es probable que esta situación se deba al principal objeto del último debate, la precipitada retirada de las tropas de Irak, cuestión sobre la que había un amplio consenso entre todas las fuerzas políticas (con excepción de quienes propiciaron su envío, claro está). A medida que se vaya pluralizando el elenco de temas, sobre todo aquellos que afecten a la regulación de las comunidades autónomas, el ejercicio de la oposición se hará también más amplio. Es lo normal, dada la actual composición de las Cámaras, y habrá de ser bienvenido en aras de esa vuelta de la política y del discurso plural. Es incluso probable, como ya había anunciado Rajoy en su respuesta al discurso de investidura, que en algún momento haya más coincidencia entre el partido del Gobierno y el principal partido de la oposición que entre ese mismo Gobierno y algunos de esos grupos que hoy lo apoyan. El tiempo lo dirá.

La soledad del PP no es, sin embargo, idéntica a la soledad de su líder. En gran medida, porque ha de combatir en dos frentes, el derivado de su cualidad de líder de la oposición y la necesidad de afirmarse como líder de su partido. En estos momentos de estreno, el combate en los dos frentes se ha jugado en el mismo campo, el ejercicio de la labor de oposición al Gobierno. Mediante un buen rendimiento en esta tarea gana puntos en su afirmación sobre el partido. Una de las sorpresas del debate de investidura fue, precisamente, su excelente actuación como parlamentario, que contrastó vivamente con su taciturna imagen durante la campaña electoral. Y no se trató sólo de una cuestión de imagen y de dominio de las formas y técnicas parlamentarias; supo enhebrar también un discurso con garra que nos aventuraba a todos una situación ideal en democracia: tener un buen Gobierno y una buena oposición.

La situación ha cambiado después de este último debate. No porque estuviera mal en su vertiente parlamentaria, sino porque fue inevitable reconocer en él el peso de la herencia aznarista. ¿Por convicción propia o porque se estaba examinando también ante su propio partido, seguramente propicio a no desviarse en nada respecto de la senda trazada por el antiguo líder? Puede que influyera el objeto de la discusión, que impedía marcar una distancia clara respecto a sus posiciones anteriores. Las dudas surgen, sin embargo, si analizamos estos hechos a la luz del nuevo protagonismo de Aznar, reacio a apartarse de la esfera pública y representante aparente de los intereses del partido republicano estadounidense en Europa. ¿Sigue teniendo una similar capacidad de condicionar y disminuir a Rajoy como la que demostró durante la campaña electoral?

Ahí no acaban los problemas de Rajoy. Basta escuchar algunos de los principales programas radiofónicos de la derecha mediática, y leer muchos de los artículos de sus supuestos apoyos potenciales para llegar a la evidencia de que se le están cortado de forma sistemática todos los puentes para emprender un giro al centro. Quizá sea el efecto natural de la rabia contenida por el inesperado resultado electoral. Temo, sin embargo, que obedece al hecho de que esa derecha dura, bien atrincherada en el PP, se resiste a dejar de mandar. Es una derecha sin perspectivas de éxito electoral en un país como el nuestro, que Rajoy haría bien en comenzar a arrinconar. Si quiere hacerlo, ¿podrá conseguirlo?

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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