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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

A propósito de la inseguridad madrileña

El pasado lunes llegué a Madrid tras pasar unos días de descanso en Ponferrada. Como siempre, el autobús me dejó en las dársenas de la estación Sur de la capital, en Méndez Álvaro.

Y como era normal, un raro temor te inundaba profundamente al llegar a la ciudad...

Los atentados del pasado 11 de marzo no dan tregua ninguna, y en vez de olvidarse y difuminarse, conviven, aún hoy, con nosotros.

La culpa: la nula seguridad que ha habido y que, por tanto, habrá. Un mes después de los fatales ataques, ésta sigue siendo la misma.

Sí, hay más controles, hay más guardias, más personas velando por nuestra seguridad, pero nada de esto es suficiente.

En cualquier ciudad europea este dispositivo lleva ya tiempo funcionando, pero aquí, como siempre, ha habido que esperar a algo grave para hacerlo.

En Heathrow, en Orly, en Schiphol..., la seguridad está elevada al cubo, pero aquí parece que nos van más las raíces cúbicas.

Agarré bien las maletas, por los cacos, no por el miedo escénico, y a mi llegada a los tornos para coger el Cercanías, sorpresa.

Muchos guardias, mucho control, más seguridad, pero esto sólo tiene fines tranquilizadores, nada más, que no nos engañen.

Como si de un peaje se tratase, estas fuerzas de seguridad paraban a aquellos que consideraban peligrosos, pero es que allí sólo había personas con rasgos sudamericanos, rumanos, personas de tez oscura...

¿Qué hubiese pasado si yo en la maleta llevase, en vez de siete kilos de ropa, siete kilos de explosivos? Ya se vería cuando sucediese, ahora es pronto.

Una vez en el tren, la seguridad desaparecía ya totalmente.

Me bajé, tranquilo, en Príncipe Pío para coger el Metro.

Ningún guardia jurado observaba a los allí presentes, nada de nada. Y más que inseguridad, lo único que sientes es debilidad, porque te sientes solo.

Me metí en el convoy y llegué a Plaza de España, y, al fin, las fuerzas de seguridad aparecieron.

Ya era hora. Estaban en grupo, vigilando, viendo a la gente que pasaba...

Y de eso doy fe, porque a una chica que caminaba delante de mí le miraron el trasero, al unísono, con ese contorneo de cuello hacia sus posaderas, con esos pensamientos de albañil que ni Bustamante en sus mejores tiempos.

En lo que es a mí, nada de nada.

No tengo pinta ni de suramericano, ni de rumano ni del resto de esas personas que hacen una vida tan digna o más que yo, y que por el mero hecho de ser diferentes, se llevan todo los males.

Al menos, y esto será lo importante para ellos, podré llegar puntual a las citas con mi novia porque a mí jamás me registrarán.

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