"Es absurdo decir que una imagen vale más que mil palabras"
Acaba de publicar su libro número 63, un voluminoso Diccionario etimológico de Medicina, editado por la Universidad de Deusto, de la que Santiago Segura es catedrático emérito. La obra hará las delicias de los seguidores de Hipócrates y las de cualquier aficionado a los misterios que esconden las palabras más cercanas al cuerpo humano y su cuidado. A punto de cumplir 82 años, este burgalés de Santaolaya de Bureba, hijo de un emigrante a EEUU y afincado desde hace más de cuatro décadas en Bilbao, es una de las referencias imprescindibles de los estudios clásicos en España. En la actualidad, prepara un estudio sobre los jardines en Grecia y Roma.
Pregunta. ¿Cómo surgió la idea de redactar un diccionario de términos médicos?
"El profesor debe adaptarse al alumno como el cristalino del ojo se adapta a la luz"
Respuesta. Lo extraño es que no lo haya escrito antes, ya que siempre me interesaron las ciencias naturales sobre otras disciplinas. Pero lo que me animó finalmente fue el interés que suscitaba el análisis del léxico científico entre los alumnos de doctorado, sobre todo el referente a la anatomía.
P. El diccionario se ordena a partir de las raíces latinas o griegas de las palabras. ¿Cuáles son las principales referencias?
R. Hay cuatro palabras que son una fuente de léxico magnífica: la cabeza, para cuestiones de pensamiento; la mano, para la acción; el corazón, para el sentimiento, y el pie, para el movimiento. Y luego depende del origen latino o griego. Por ejemplo, en cuanto a la cabeza, la fuente principal para la medicina es la griega kephale, en braquicefalia, hidrocefalia, cefalea. Sin embargo, la latina caput tuvo unas derivaciones más militares: cadete o caudillo. En este último caso, por su desprestigio, se ha sustituido por "cerebro gris", lo que es una bobada, porque el cerebro o es gris o no es cerebro.
P. Además de su dedicación universitaria, usted también ha sido profesor de instituto y autor de un manual de latín con el que han estudiado varias generaciones. ¿Cómo ha conjugado ambas facetas?
R. He dado clases a chicos de 10 años y a señores de 60. Creo que el profesor debe adaptarse al alumno como el cristalino del ojo se adapta a la luz. La clave está en emplear un vocabulario asequible. Recuerdo que cuando daba clases en el Instituto Unamuno de Bilbao tuve que impartir un curso de Geografía Económica a niños de 13 años, una asignatura que se consideraba un hueso. Yo me limitaba a leer la lección y a explicar las palabras que me parecían difíciles, como "agropecuario". Al final, los alumnos aprendían latín, gramática española y, por fin, geografía económica. El entusiasmo fue inesperado.
P. Los alumnos ntendían lo que leían.
R. No hay cosa que reviente más a la gente que se le hable en una lengua que no entiende. Habré dicho muchas tonterías en mi vida, pero seguro que se me ha entendido. Además, ese afán por utilizar un vocabulario rebuscado conlleva muchas veces errores, como la noticia que leí hace unos años en un diario de Bilbao que se refería a la "exhumación" del cadáver de un obispo muerto la víspera. Lo correcto es "entierro" o "inhumación". Por intentar mostrar una competencia lingüística que no tenía, el periodista cometió un error de bulto.
P. Un ejemplo que se multiplica entre locutores de radio y presentadores televisivos.
R. Sí, pero a un periodista de radio o televisión no se le puede exigir lo mismo que a un redactor de un medio escrito. Lo que me preocupa es la pérdida de importancia de la lengua. Estamos en una sociedad que idolatra la imagen, el que no sale en la tele no existe. Fíjese en mi homónimo, el actor: pregunte a los alumnos de la Universidad por Santiago Segura y verá que se acuerdan más de él que de su catedrático. Hay un lema absurdo que dice que una imagen vale más que mil palabras. Yo creo que no, que una palabra es una luz, que un texto no es lo que se dice, sino cómo se dice.
P. Si las cosas están mal para las lenguas modernas, cómo será la situación de las clásicas.
R. Pese a la nula ayuda de las sucesivas leyes educativas al latín y al griego, la gente joven mantiene el interés por la cultura clásica. Sólo hace falta ver la cantidad de grupos de teatro que interpretan las obras de Sófocles, Eurípides o Plauto.
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