Tragedia a ras de documento
No necesita mucha averiguación, es fácilmente visible -y esta evidencia crece a medida que su vasta obra se prolonga- que las películas de ficción que Carlos Saura dirige sin haberlas escrito él mismo, esas en las que la disposición de sucesos y comportamientos y el despliegue de hallazgos narrativos y dramáticos proceden de un buen trabajo de escritura ajena, dan impresión de mucha mayor solvencia que las otras, que son ficciones en las que el cineasta añade a la suya la tarea de guionista, duplicándose en escritor (sin llegar a serlo realmente) y filmador, y creando así una quiebra íntima en la construcción del filme.
Una simple ojeada al recuerdo de dos de las últimas obras de Carlos Saura -Tango y Buñuel y la mesa del rey Salomón, filmadas con ambición sobre perchas dramáticas sumamente endebles escritas, al menos en parte sustancial, por él- basta para hacer chocante, y casi desconcertante, el poderoso aliento de ajuste interno y de equilibrio formal que expulsa su nuevo filme, El 7º día. Del rico andamio interior, del austero e inteligente armazón de un guión escrito por Ray Loriga sobre los oscuros y sangrientos sucesos de Puerto Hurraco, ocurridos en la Extremadura de 1990, Carlos Saura arranca las vértebras de lo mejor de sí mismo y compone una película de raro y cauteloso equilibrio, en la que no hay rastro de esa aludida gangrena escondida que muerde por dentro a algunas de las películas que él escribe.
EL 7º DÍA
Dirección: Carlos Saura. Guión: Ray Loriga. Intérpretes: José Luis Gómez, Juan Diego, Victoria Abril, Ramón Fontseré, Alejandra Lozano, Eulalia Ramón, José García. Género: drama. España, 2004. Duración: 106 minutos.
Porque hay en El 7º día acuerdo recio, verdadera fusión entre relato e imagen. Saura hace suya la escritura de otro y vuelve a darnos nueva medida del viejo alcance de su buen gusto y buen oficio, perdidos otras veces en recovecos y laberintos de su mal -o cuando menos discutible- entendimiento de los mecanismos de la autoría cinematográfica. La película causa en ocasiones impresión de que incurre en atropellamientos, en esa especie de apresuramiento a que da lugar la combinación de planos cerrados y bien pulidos o acabados con tomas que parecen tan sólo abocetadas, preplanos. Pero esta arritmia o titubeo de fondo, no siempre fácil de percibir, no resulta decisiva, porque no logra interrumpir el continuo formal de El 7º día, ni impide al director mantener en todo momento dominada la peligrosa, abrupta y agreste materia narrativa a que está dando forma, que es una erupción artística no violenta, sino diáfana y llena de inmediatez, de una aterradora violencia verídica, histórica, ocurrida ahí, al lado, ayer mismo.
Saura abre y da cauce a una imagen convertida por Loriga en penetrante observatorio de las tripas remotas de este lugar y este tiempo. Es El 7º día el rostro de una muchacha española de ahora que cuenta como lo que es, la suya propia, una historia antigua, secretamente vigente; es el observatorio de una España negra, que parece despertar a zarpazos (pero sin estridencias) de un espeso sueño de siglos, cuando en realidad estaba, y está, ahí, al alcance de la mano, soterrada bajo la piel recién lavada de las ciudades y los días.
Y es la tozuda descarga de la persistencia silenciosa del estruendo de esa España negra lo que convierte El 7º día en un filme insólito y de raras calidades, sostenido con humildad a ras de documento y que conjuga con vigor y buen candor las chispas y los elementos de un choque histórico y estético de edades que sigue siendo hoguera encendida en la crónica de la España trágica, blasfema y homicida. Y es, finalmente, de ahí, de que en ella se mueven con ligereza palabras mayores, de donde hay que deducir las dificultades en que el escritor y el director -que a su vez ha movido, con colores que buscan la esencias del blanco y negro, a un hondo reparto- de El 7º día se han visto involucrados, probablemente sin percibir el peso del fardo bajo el que trabajaban.
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