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LOS NUEVOS SOCIOS / HUNGRÍA | LA EUROPA DE LOS 25

Una ley de minorías modélica

Guillermo Altares

En una casa baja del centro de Szeged, una ciudad del sur de Hungría cercana a la frontera con Serbia y Rumania, está concentrado el viejo Imperio Austrohúngaro. "Es como una UE en miniatura", corrige Farkasné Weber Zsuzsa, de 53 años, representante alemana en el Consejo de las Minorías que tiene su sede en esa vivienda. Hungría ha creado un complejo sistema legal para integrar a sus 13 minorías étnicas y nacionales que representan en torno al 5% de la población, un sistema que ha sido calificado de "muy desarrollado" por instituciones como el Consejo de Europa. En la Casa de las Minorías de Szeged tienen su sede representantes griegos, armenios, alemanes, polacos, eslovacos y ucranios. Los croatas, serbios y rumanos, así como los romaníes (gitanos), ocupan otros locales.

Las biografías familiares de Farkasné Weber Zsuzsa, de 53 años, o del representante polaco Gajda Ferenc, de 32, pueden ser también un resumen de la historia de Hungría y de Europa. Los descendientes de Weber eran comerciantes e industriales suabos y sajones de Transilvania (Rumania). Sus abuelos se instalaron en Hungría. La familia de Ferenc huyó de Polonia en el siglo XIX y se instaló en Hungría, donde se dedicó al comercio.

"En el terreno de las minorías, en cada uno de los países se debe medir la relación que tiene el derecho escrito con la realidad. Esta distancia es grande cuando no existen las instituciones que garanticen el cumplimiento de las leyes. En este sentido, Hungría está en una situación muy buena. Existe un sistema institucional muy elaborado y nosotros velamos para que exista la menor diferencia posible entre la ley y su aplicación", asegura Jeno Kaltenbach, comisionado del Parlamento para los Derechos de las Minorías Nacionales y Étnicas de Hungría (el equivalente al Defensor del Pueblo).

El Parlamento húngaro aprobó en 1993 un Acta de Derechos de las minorías, que legislaba el derecho "a ser diferentes, basado en el respeto a la libertad individual y a la armonía social". Con excepción de los romaníes, que son en torno al 4% de los 10 millones de húngaros, el resto de las minorías representan porcentajes mínimos de la población; pero el Acta de 1993 protege sus derechos y su cultura. El papel de los Consejos de las Minorías, subvencionados por el Estado, es conservar la lengua materna y organizar jornadas culturales; pero también pueden vetar las decisiones de los ayuntamientos que afectan a las minorías. "Para lograr la condición de minoría nacional tiene que tener un arraigo de al menos 100 años. De acuerdo con este criterio, hay 13 minorías en Hungría. Las minorías nacionales tienen una patria y las étnicas no", explica el representante polaco Gajda Ferenc. La ley prevé que ocho personas pueden promover la iniciativa de crear un Consejo y las elecciones se celebran junto a las municipales. "No sabemos si este sistema va a cambiar con nuestra entrada en la UE. Estas asociaciones funcionan muy bien en Hungría porque no se trata de una mera asociación, sino de un reflejo de la voluntad mayoritaria. Mucha gente considera que la política húngara hacia las minorías es ejemplar", afirma Farkasné Weber Zsuzsa.

Tanto los representantes de las minorías nacionales como el Defensor del Pueblo coinciden en que los problemas de integración que la ley de 1993 no ha conseguido solucionar son los de los romaníes. "Siguen afectados por prejuicios muy negativos y todavía queda mucho que hacer", señala Kaltenbach. La pobreza, la marginación y el racismo mantienen en muchos casos a los romaníes fuera de la sociedad. "El empleo y la educación son dos factores en los que el Estado tiene que hacer un esfuerzo", afirma Setet Feno, de la Fundación pro Derechos Cívicos de los Romaníes.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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