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Nueva estrategia ante la enfermedad imaginaria

Los hipocondriacos, que consumen el 10%-20% de los recursos sanitarios, pueden tener tratamiento

El hombre que se descubre un cardenal y se convence de que es leucemia. La mujer que se examina los pechos tan frecuentemente que los sensibiliza, y entonces decide que el dolor significa que tiene cáncer. El hombre que ha sufrido acidez de estómago toda su vida, pero a quien, después de leer sobre el cáncer de esófago, no le cabe duda de que eso es lo que él padece. Van al médico con frecuencia, solicitan pruebas innecesarias y distraen a sus amigos y familiares, por no mencionar a sus médicos, con una necesidad aparentemente infinita de que los tranquilicen. Según algunos cálculos, son responsables del 10% al 20% de los crecientes costes sanitarios. Pero el tratamiento de la hipocondría, un trastorno que afecta a una de cada 20 personas que acuden a la consulta médica, ha sido una asignatura pendiente para la medicina. Donde el paciente ve una enfermedad física, el médico ve un problema psicológico, y la frustración se instala a ambos lados de la mesa de consulta.

Neuróticos, narcisistas, autocríticos y tímidos son más proclives a los temores hipocondriacos
La hipocondria afecta a una de cada 20 personas que acuden a la consulta médica

Sin embargo, parece que se ha salido del punto muerto. Nuevos métodos de tratamiento están ofreciendo la primera esperanza desde que los antiguos griegos descubrieron la hipocondría, hace 24 siglos. La terapia cognitiva, de acuerdo con una reciente investigación, ayuda a los pacientes hipocondríacos a evaluar y cambiar las ideas distorsionadas que tienen sobre las enfermedades.

Tras seis sesiones de 90 minutos, el estudio descubrió que el 55% de los 102 participantes eran más capaces de realizar tareas, conducir e involucrarse en actividades sociales. Otros estudios indican que los fármacos antidepresivos también están resultando eficaces. "Tenemos la esperanza de que, con tratamientos eficaces, el diagnóstico de hipocondría resulte una cuestión más aceptable y menos risible, o menos causa de vergüenza", afirma Arthur J. Barsky, director de investigación psiquiátrica del hospital Brigham and Women's de Boston y principal autor del estudio sobre la terapia cognitiva, publicado en marzo en The Journal of the American Medical Association.

Casi todos tenemos de vez en cuando síntomas inexplicables, y muchos experimentan un momento de preocupación ante la posibilidad de que sus sarpullidos, bultos o dolores sean indicio de un verdadero problema. Pero el diagnóstico oficial de hipocondría, de acuerdo con la Asociación Americana de Psiquiatría, está reservado a los pacientes cuyos temores de tener una enfermedad grave persisten al menos durante seis meses y continúan incluso después de que los médicos les hayan asegurado que están sanos.

Los expertos explican que los pacientes con hipocondría parecen registrar las molestias comunes con más intensidad que otras personas. "El sistema nervioso de esas personas es como una radio a la que se le ha subido tanto el volumen que el ruido estático de fondo se les vuelve intolerable", explica Barsky.

Los investigadores han descubierto que la hipocondría, que afecta a hombres y mujeres por igual, parece tener más probabilidades de desarrollarse en personas con ciertos rasgos de personalidad. Los neuróticos, los autocríticos, los introvertidos y los narcisistas parecen especialmente tendentes a sufrir temores hipocondríacos, explica Michael Hollifield, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Nuevo México, en EE UU. Hasta dos tercios de los hipocondríacos presentan además otros trastornos psiquiátricos. Los estudios indican que el 40% sufre depresión grave; entre el 10% y el 20%, un trastorno de pánico; del 5% al 10%, un trastorno obsesivo compulsivo, y algunos padecen un trastorno de ansiedad generalizada.

El temor a la enfermedad se produce en diversos grados de intensidad. La hipocondría puede ser leve, un ligero ruido de fondo, o tan intensa que oculte todos los demás pensamientos. "Puede resultar difícil dormir o pensar en cualquier cosa que no sean los temores hipocondríacos", afirma Brian Fallon, profesor de Psiquiatría clínica en Columbia.

En algunos casos, los pacientes temen tanto a sus enfermedades imaginarias que empeoran los síntomas. "Un dolor de cabeza que a uno le parece producido por un tumor cerebral es mucho peor que si uno lo considera debido a una tensión ocular", explica Barsky. En el hipocondríaco, la preocupación obsesiva se convierte a menudo en pánico, lo cual a su vez conduce a nuevos síntomas. "Como los pacientes están ansiosos, el corazón empieza a acelerárseles y se marean", explica Jonathan S. Abramowitz, psicólogo clínico de la clínica Mayo en Rochester, Minnesota. Los nuevos síntomas causan mayor ansiedad, y el ciclo continúa.

En los casos más extremos, los pacientes pueden preocuparse hasta el punto de desarrollar alucinaciones o quedar prácticamente incapacitados por el temor. "Tienen tanto miedo de lo que está ocurriendo en su cuerpo, que se encierran en casa", dice Hollifield, de la Universidad de Nuevo México. "Piensan que todo lo que hagan va a afectar negativamente a su cuerpo". Pero la hipocondría no provoca normalmente pensamientos suicidas, afirma Don R. Lipsitt, catedrático de Psiquiatría de Harvard, aunque sólo sea porque quienes temen a la enfermedad también temen a la muerte. "Estas personas tienden a llevar una vida muy saludable", afirma.

El estudio del JAMA refleja que los pacientes que recibieron terapia cognitiva siguieron mejorando hasta 12 meses después del tratamiento, aunque el 29% de los incluidos en el grupo control también mejoraron a lo largo del año. Algunos expertos han señalado que los resultados de este estudio eran una señal alentadora de que la hipocondría no era tan imposible de tratar como se creía. "El estudio se centra en las distorsiones cognitivas de los pacientes", dijo Fallon. "Y les proporciona una herramienta práctica con la que enfrentar sus temores y sus sensaciones físicas".

Las primeras investigaciones sobre el tratamiento con fármacos son también prometedoras. Fallon, por ejemplo, ha descubierto que dos antidepresivos, Prozac y Luvox, pueden aliviar los temores y las fijaciones hipocondríacos al 70% o el 80% de los pacientes. Los fármacos parecen más eficaces en los pacientes que creen estar afligidos por una afección específica, asegura Fallon, y menos eficaces en los aquejados por síntomas como dolores de cabeza, dolor de articulaciones o problemas de visión, pero que no saben qué puede estarlos causando.

Russell Noyes, profesor emérito de Psiquiatría de la Universidad de Iowa, está explorando si la terapia interpersonal, que anima a los pacientes a examinar sus relaciones sociales y familiares en busca de claves para sus problemas, es eficaz. Inevitablemente, algunos pacientes mantienen sus convicciones hipocondríacas frente a cualquier esfuerzo por desplazarlas. "Siempre hay quien dice, 'lo que necesito realmente es que alguien me haga una biopsia de hígado", comenta Barsky.

El director de cine Woody Allen ha encarnado en algunas de sus películas el papel de hipocondriaco.
El director de cine Woody Allen ha encarnado en algunas de sus películas el papel de hipocondriaco.UNITED ARTISTS CORPORATION

Ansiedad por la salud

Para los médicos no es fácil tratar a los hipocondriacos. El mero hecho de mencionarle la hipocondría a un paciente, afirma Arthur Barsky, puede causar problemas. "Es como si uno le estuviera diciendo que está fingiendo, que se hace el enfermo, que todo está en su cabeza", dijo. "Es tremendamente peyorativo". Como resultado, algunos expertos han insinuado que los médicos abandonen por completo la palabra y la sustituyan por ansiedad por la salud, que tiene menos connotaciones negativas.

La lógica está en que, si un cambio de nombre puede permitir a más pacientes aceptar su problema, quizá más pacientes busquen tratamiento al mismo. La terapia cognitiva, como demuestra el estudio de Barsky, ha resultado sorprendentemente eficaz para ayudar a los pacientes que ven en cada molestia y en cada dolor un presagio de desastre.

En el estudio, los pacientes cuya fijación por la enfermedad había interferido enormemente con su vida diaria no vieron desaparecer sus síntomas, pero aprendieron a prestarles mucha menos atención.

La terapia les enseñó a reexaminar sus suposiciones acerca de los síntomas. "Hablamos con los pacientes sobre la posible explicación que daban a sus dolores de cabeza, a su tensión o a su falta de sueño", dijo Barsky. Los terapeutas, entre los que había psicólogos, trabajadores sociales y enfermeros, también convencieron a los pacientes de que suspendieran temporalmente la forma en que normalmente se tranquilizaban, como buscar información en Internet, tomarse el pulso o la presión arterial, y pedir cita con el médico.

La complejidad del problema implica que "hay que trabajar con los médicos de atención primaria", afirma Barsky, "porque la hipocondría también afecta al médico".

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