Un pésimo poeta
De cara al próximo viernes, Día del Libro, ante la previsible avalancha de autores mediáticos, creo oportuno volver sobre un escritor escocés, cuya historia -la historia de su galáctico éxito reciente- algunos creen que he inventado cuando en realidad es rigurosamente cierta. Me enteré de la existencia de William Topaz McGonagall hace dos años cuando leí en un periódico chileno este titular de noticia: "Peor poeta del mundo logra inmortalidad en Escocia".
Este McGonagall, nacido en 1902, comenzó a escribir a los 47 años, poco después de recibir la visita de una musa en su apartamento de Dundee. Hay gente que confía mucho en las musas y en otras supersticiones, y McGonagall fue de una de esas personas. Desde luego, ignoraba que, como dice Singer, es imposible escribir un buen libro con sólo llevar una pata de conejo en el bolsillo. McGonagall, que ignoraba esto y todo lo demás sobre literatura, se puso a escribir poemas como un descosido y a los pocos meses ya se había convertido en el peor poeta en lengua inglesa de todos los tiempos. Así era visto por sus contemporáneos, que hasta inventaron el poet-baiting, una forma de diversión pública que consistía en ir a las lecturas que él hacía con gaita y morirse allí mismo todos de risa, soltando carcajadas y dándose alegres topetazos contra las paredes. Cansado de que se rieran tanto de él y convencido de su talento y fama, viajó a pie de Dundee hasta el castillo de Balmoral para hablar con la reina Victoria. Pero no sólo no consiguió ser recibido por ella, sino que además la Guardia Real, tras una gran patada en el culo, le hizo rodar cruelmente por la hierba. Cansado de vejaciones en su país, se marchó a Nueva York y en Wall Street escribió uno de sus más gloriosos poemas, uno que empezaba así: "En New York comí salchichas de pork".
Con motivo de su centenario, este hombre logró el reconocimiento póstumo de la ciudad de Dundee, que en reunión extraordinaria del Ayuntamiento decidió hacerle un homenaje y, además, grabar uno de sus peores poemas en uno de los puentes sobre el río Tay. Desde entonces su galáctico éxito no ha hecho más que crecer, las primeras ediciones de sus libros son muy buscadas. "Su poesía es tan mala que es memorable", dijo Niall Scott, director del homenaje. "Nadie puede superarle como reverso de Lord Byron", dijo Mervyn Rolfe, miembro de la Sociedad de Agradecimiento a McGonagall. "Se trata", dijo el alcalde de Dundee, "de rendir homenaje a un hombre que dedicó su vida, de una forma increíblemente inepta, al arte de la rima y de la métrica". "Era un perfecto majadero", sentenció su sobrina nieta, muy orgullosa del homenaje.
Lo curioso es que el poeta de las salchichas de pork no era de Dundee, sino de Edimburgo, donde le detestan. Todo nos parece estrafalario y nos hace reír, y creemos que eso sólo puede pasar en Escocia. Pero si lo pensamos bien, veremos que, sin ir más lejos, en nuestro país continuamente estamos dando premios nacionales o rindiendo homenajes a todo tipo de escritores tan malos como memorables. En muchas plazas, casas o puentes de nuestro país pueden verse grabadas frases escogidas de nuestros genios. Es una práctica habitual entre nosotros rendir culto y grandes homenajes a gloriosas calamidades. Y cuando llega el no menos glorioso Día del Libro, aplaudir o buscar la firma de nuestros más incompetentes escritores es algo que está muy bien visto. Se ve como lo más normal. Y es que, como decía Oscar Wilde, nuestro público lector tiene una insaciable curiosidad por conocerlo todo, excepto aquello que verdaderamente merece la pena.
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