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¿Crisis en la industria valenciana?

A la reciente discusión sobre la presunta crisis de los sectores industriales valencianos tal vez le sobre algo de reduccionismo y le falten algunas dosis de sentido común y reflexión sosegada. Como suele suceder en otras ocasiones, señalar a un culpable único de la situación siempre acaba siendo un recurso fácil y proporciona cierta tranquilidad de conciencia a quienes la denuncian, pero, en mi opinión, no contribuye en nada a la obtención de un diagnóstico certero, ni a la búsqueda de las soluciones adecuadas.

Para empezar, puede afirmarse que, en efecto, existen algunos datos que justificarían cierta preocupación sobre el futuro de nuestros sectores tradicionales y la insatisfatoria evolución de su competitividad internacional, pero ello no implica necesariamente que el escenario sea tan dramático, como se mantiene desde algunas instancias, ni tan imposible de abordar, como parece darse por hecho desde otras, tan estimables como aquellas. La versión oficial del Gobierno Valenciano, por ejemplo, no está equivocada del todo: la rápida apreciación del euro (que castiga nuestras ventas al área del dólar y la libra) y la dilatada recesión en algunos de nuestros principales mercados (Francia y Alemania) explican una buena parte de la ralentización de nuestras exportaciones; como, asimismo, el crecimiento español en los últimos años explica una parte del aumento de nuestras importaciones. Y ciertamente así es, en gran medida, si nos atenemos a los datos de la evolución de nuestra balanza comercial en estos últimos años.

Ahora bien, si el estancamiento de las economías centrales de la Unión fuera la única causa estaríamos efectivamente ante una crisis de carácter coyuntural que, siendo preocupante, podría solucionarse por sí misma una vez desaparecida aquélla. No es tan probable, sin embargo, que el mismo razonamiento pueda aplicarse al ámbito de la apreciación del tipo de cambio. Resulta muy difícil, hoy por hoy, vaticinar una progresiva reducción del valor del euro en cuantía suficiente para que se restablezca la situación de partida, y, en todo caso, no podemos actuar como si así fuera; el riesgo que se asume con una estrategia de "esperar y ver" podría ser demasiado alto.

Pero el problema, además, es que existen otros factores de carácter estructural que no dependen de los vaivenes de la coyuntura, especialmente aquellos relacionados con la creciente integración de los mercados internacionales, la reducción sistemática de barreras arancelarias, la eclosión productiva del gigante chino, la inminente incorporación de los nuevos países del este de Europa al mercado único, la ya cercana caducidad del acuerdo multifibras, y, consecuencia parcial de todo ello, la rápida extensión del fenómeno de deslocalización productiva. Asuntos todos ellos difíciles de evitar y contra los que sólo caben estrategias bastante más ambiciosas, activas, y a largo plazo que las que hoy se contemplan por parte de los responsables políticos y empresariales. No debería olvidarse que en economía, como en el relato de Lewis Carroll, es preciso correr cada vez más para mantenerse en el mismo sitio; y desde luego lo que no sirve en ningún caso es conformarse con mantener la nave a la velocidad de crucero.

En realidad, la industria tradicional valenciana se encuentra, de nuevo, ante una encrucijada competitiva similar, aunque quizá más apremiante, a la que ya afrontó con bastante éxito durante los últimos años ochenta y primera mitad de los noventa, pero frente a la cual sólo cabe propiciar una decidida reactivación, junto al necesario impulso presupuestario, de los instrumentos diseñados entonces y que ya demostraron una eficacia fuera de toda duda razonable: el IMPIVA, la red de institutos tecnológicos sectoriales (a los que, recuerdo, están asociadas alrededor de 7.000 empresas industriales) y el IVEX. Los primeros, colaborando aún más intensamente con las empresas en la búsqueda de nuevas estrategias competitivas más pendientes de la innovación, las diferencias en el producto y los segmentos medios-altos de renta, que de los costes y los mercados de bajo precio (en los que, por mucho que insistamos, nunca seremos líderes); y el segundo, ayudando de manera realmente activa a nuestras pymes a mejorar sus estructuras comerciales y logísticas, a conquistar nuevos mercados o a ampliar la cuota en aquellos en los que ya están presentes.

Hay, lógicamente, otras cuestiones estructurales que resolver, como la reducida dimensión de nuestras empresas, resaltada una y otra vez por el responsable de economía de la Generalitat, que necesitarán tratamientos específicos (no exentos de dificultades, dada la indiosincrasia autóctona en este asunto), pero, como se dice por esta tierra: lo que va davant, va davant, y desde luego, no creo que podamos esperar mucho tiempo a que todo esté en regla, para actuar.

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Ahora bien, lamento insistir en que, siendo todo lo anterior muy importante, el principal problema de fondo para nuestro desarrollo económico futuro sigue teniendo mucho que ver con la debilidad estructural de nuestra especialización productiva industrial, la cual continúa muy sesgada hacia sectores tradicionales, con baja productividad, demanda débil y muy escaso contenido tecnológico; lo que naturalmente implica unas previsiones de crecimiento y empleo que, en el mejor de los casos, podrían llegar a ser estables, pero que se mantendrían muy alejadas de lo que podríamos esperar de regiones caracterizadas por una fuerte dinámica endógena innovadora.

Todo ello obliga a situar a la diversificación productiva (aparición de nuevos sectores, productos y servicios) en el eje principal de la estrategia de política industrial para los próximos años en la Comunidad Valenciana; y exige, por tanto, la urgente potenciación y puesta en marcha de instrumentos específicos orientados a la consecución de dicho objetivo. Es la hora de la I+D+i, en efecto, pero no de la manera abstracta en la que ésta suele invocarse, sino bajo la forma de instituciones especializadas, instrumentos precisos, y medidas concretas, sin las cuales aquella acaba significando unas siglas de moda. Hablemos pues de incubadoras de empresas, de parques científicos y tecnológicos, de capital riesgo, de innovación, de nuevos emprendedores, de educación de calidad, del uso intensivo de nuevas tecnologías, y, en fin, de todo aquello que contribuya de un modo u otro a "ensanchar" nuestro tejido productivo hacia opciones menos expuestas a los vaivenes de los precios internacionales y a la imparable irrupción de los países emergentes a los mercados emergentes. Una estrategia ésta, por cierto, que ya debió haber comenzado hace bastante tiempo, y que, lamentablemente, ni siquiera hoy se vislumbra en el horizonte próximo.

Por todo ello, el verdadero problema de nuestro futuro económico quizá no esté relacionado tanto, al menos a medio plazo, con la difícil situación de nuestros sectores tradicionales (para los que hay soluciones), como con la sorprendente incapacidad de nuestros responsables políticos y económicos para entender lo que realmente está pasando en la trastienda de este mundo tan globalizado (y tan local al mismo tiempo), más allá de esa muralla inacabable de cemento y ladrillo en la que, según parece, hemos depositado nuestros provincianos anhelos desarrollistas.

Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universitat de València

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