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Reportaje:LA EUROPA DE LOS 25 | TRES NUEVAS DEMOCRACIAS

Los países bálticos vuelven a Europa

Letonia, Estonia y Lituania comparten un pasado de yugo soviético y una gran simpatía por EE UU

Algo tan inocuo como la sal gorda se convirtió a finales de marzo en primera página de la prensa de Letonia. Los rumores difundidos por un canal de televisión ruso sobre la prohibición por la Unión Europea a partir del 1 de mayo de este tipo de sal -que buena parte de la población letona utiliza para conservar verduras, pescado y pienso-, llevó a miles de consumidores, sobre todo en la deprimida región de Latgallia, frontera con Bielorrusia, de población mayoritariamente rusa, a lanzarse sobre las tiendas para acaparar tan preciado bien. Antes de que llegase el rotundo desmentido oficial, se habían comprado cantidades industriales de sal gorda y su precio multiplicado por 50.

La anécdota revela algunos de los síntomas aún presentes, 13 años después de la recuperación de la independencia de la URSS, en las sociedades bálticas como el recuerdo de los tiempos de la II Guerra Mundial y de escasez soviéticos, la persistencia de la mentalidad rusa en las zonas rurales y la eurofobia de ese tercio de población de origen ruso que vive en Letonia y Estonia.

Moscú se anexionó las tres repúblicas y las colonizó con miles de trabajadores soviéticos
Las nuevas democracias bálticas no son iguales. Las separan la historia, la religión y el idioma
"La independencia significaba volver a ser una democracia y salir de la prisión soviética"

Los tres países bálticos aprobaron en referendos durante el año pasado su adhesión a la UE -en torno al 67% de síes en Letonia y Estonia y el 91% en Lituania-, pero los euroescépticos probaron suerte con un eslogan falaz: "De una unión a otra". Votar a la UE, venían a decir, era votar contra la casi recién estrenada independencia.

Vytautas Landsbergis, el héroe de la independencia lituana, el profesor de piano que se enfrentó como un pequeño David contra el Goliat soviético en enero de 1991, y aún conserva todo su carisma, rechaza semejante argumento: "Para nosotros la independencia significaba volver a ser una democracia europea y salir de la prisión soviética. Bruselas puede insistir, pero Moscú ordena".

Enn Soosaar, uno de los columnistas más prestigiosos de la prensa estonia, recoge la opinión mayoritaria en los tres países cuando dice: "La UE es también un conjunto de valores morales y pertenecer a ella y a la OTAN nos da un sentido de seguridad y estabilidad como no hemos experimentado nunca".

Las tres repúblicas comparten una trágica historia común al quedar emparedados entre los dos totalitarismos del siglo XX, el nazi y el soviético. Independientes desde 1918, al término de la Primera Guerra Mundial, el pacto Ribbentrop-Molotov de agosto de 1939 selló sus destinos. Un año después se produjo la primera invasión soviética y en 1941 la alemana. La URSS volvería a ocupar los tres países a partir de 1944. Al holocausto de las minorías judías siguieron las deportaciones masivas a Siberia. Moscú no sólo se anexionó las tres repúblicas, sino que las colonizó con el envío de miles de trabajadores de todos los rincones de su imperio.

Las cifras son elocuentes. Los 250.000 judíos que vivían en Lituania antes de la Segunda Guerra Mundial -Vilnius, la capital, era conocida como la Jerusalén del Norte- son hoy unos 4.000 y la colonia judía de Letonia -unas 90.000 personas- fue literalmente borrada del mapa. Además, sólo entre 1945 y 1949, 60.000 estonios, 175.000 letones y 250.000 lituanos murieron o fueron deportados. La caída demográfica causada por el terror -la población de Estonia pasó de 1,1 millones en 1939 a 845.000 en 1945 y la de Lituania de 3,1 millones en 1940 a 2,5 millones a mediados de los años cincuenta- fue cubierta por población rusa, que antes del conflicto mundial, apenas alcanzaba el 10% de la población.

Otros hechos dan una idea al viajero actual del sufrimiento pasado como la conversión de la iglesia de San Casimiro, patrón de Vilnius en la católica Lituania, en Museo del Ateísmo; la utilización de las lápidas de un cementerio judío para los peldaños de las escaleras del Palacio de los Sindicatos en la capital lituana, o la ingenua imagen de la llegada de un "barco blanco" con que los estonios se referían en secreto a la soñada libertad. "Las víctimas no pueden ser castigadas más", dice Landsbergis. "Rusia nunca ha pedido perdón", apunta la escritora letona Nora Ikstena, que aún recuerda cuando escuchaba clandestinamente Radio Liberty o la primera vez que oyó a los Beatles en Radio Luxemburgo.

La memoria de ese pasado atroz explica lo que Gary Peach, director del diario The Baltic Times, la única publicación en inglés de periocidad semanal que cubre las tres repúblicas, califica de "rusofobia, la sospecha de que todo el capital ruso procede de la corrupción y la tendencia a ver la mano negra de la antigua KGB detrás de cada crisis política o conflicto económico". Y también el hecho de que así como nadie olvida el silencio de Europa Occidental durante los años de yugo soviético -"el discurso antinacionalista francés no es el nuestro", afirma el escritor estonio Jüri Talvet-, la mayoría siente una enorme simpatía por EE UU por la razón contraria.

La transición iniciada hace 12 años también fue un proceso duro. Hubo que empezar de cero y las cicatrices aún se notan. El cambio político ha supuesto un salto generacional y un agudo desequilibrio entre la pujanza de las grandes ciudades y el atraso de las zonas rurales. Las nuevas democracias bálticas también comparten una gran inestabilidad política, con constantes cambios de gobierno sólo comparables con la República italiana, y unas altísismas tasas de crecimiento económico, que oscilan entre el 5% y el 8% anual en los últimos tiempos.

Pero ahí terminan las características comunes. Los países bálticos no son iguales ni tan pequeños -Estonia es un poco más grande que Suiza y Letonia ligeramente menor que Irlanda- sino simplemente vecinos y diferentes.La historia, la religión, el idioma, el carácter nacional los separan. La luterana Estonia, cuyo idioma está emparentado con el finlandés y el húngaro, se adscribe a la órbita escandinava, frente a una Letonia de tradición alemana y una Lituania católica, centroeuropea y vinculada en el pasado a Polonia. Tampoco buscan una estrategia común frente a Bruselas más allá de la creación de una vaga "eurorregión o dimensión nórdica" como señala el ex presidente lituano Valdas Adamkus.

Incomunicadas por ferrocarril entre ellas y con los trenes de largo recorrido dirigiéndose todavía hacia el interior de la antigua URSS, la UE significa como dice Evaldas, estudiante de Derecho de 23 años, "poder viajar y mirar por fin en la dirección que estaba prohibida".

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