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Tribuna:DEBATE | Al Qaeda: ¿una amenaza global?
Tribuna
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Islam-Occidente: el estado del espejo

Toda una serie de acontecimientos de naturaleza diferente, el asesinato del jeque Yassin por el Ejército israelí, los atentados en Madrid, la ley sobre el pañuelo en Francia, la persecución de Bin Laden en Afganistán, el caos que amenaza a Irak... modelan el imaginario actual. No discriminar forma parte integrante del mensaje de los terroristas: entre el mundo del islam y cada uno de vosotros, dicen, tiene lugar una guerra total, sin cuartel. Tanto más cruel cuanto que no pretende lograr nada concreto, simplemente golpear, aterrorizar, provocar la amalgama comunitaria del "nosotros" frente al "vosotros". De todos los que se tiran del piso cincuenta y seis y se estrellan, de todos los que perecen en la hoguera de un tren de cercanías, sólo los musulmanes son inocentes, y su sacrificio les abre las puertas del Paraíso. Los otros no tienen nombre ni rostro, son el cristiano y el judío occidental.

Las nebulosas neoconservadoras e islamistas controlan el poder ideológico

Atentado tras atentado, el mundo desarrollado se ve inmerso en un clima en el que todo lo musulmán (no sólo el islamismo) tiende a ser sospechoso. La amenaza favorece un racismo latente y justifica los retrocesos de la democracia así como un vertiginoso fortalecimiento de los poderes policiales. Es "la guerra". Después del 11 de septiembre, el mismo presidente Bush habló de cruzada, si bien luego se corrigió. Cruzada frente a Yihad: ése es el sistema de representación global que ha sustituido al que desapareció con el comunismo.

Privado del socialismo como modelo competitivo, Estados Unidos vuelve a instaurar la bipolaridad poniendo en escena un nuevo episodio de la lucha entre el Bien y el Mal. Pero ese país ha ayudado al nacimiento de este Mal. Para expulsar al Ejército soviético de Afganistán, EE UU financió, formó y armó una guerrilla en la que se encontraron los futuros Bin Laden del mundo musulmán. Es la historia de Frankenstein. Una vez de vuelta a sus países (Argelia, Líbano, Yemen, Egipto o Indonesia), esos gloriosos combatientes anticomunistas se convirtieron en terroristas.

Para combatirlos, Estados Unidos destruyó en Afganistán el régimen talibán que abrigaba su base principal. El mundo aplaudió. Pero cuando el mismo argumento sirvió para justificar la guerra unilateral contra Irak (Sadam Husein nunca fue islamista), el efecto fue devastador. La intervención dividió a los aliados occidentales, favoreció la amalgama y... fortaleció el islamismo. Un año después, Irak se ve amenazado por una guerra civil comunitaria y una república islámica (chií) surgida de las urnas. La ocupación ha suministrado un terreno de acción a los asesinos de Al Qaeda, permitiéndoles poner el pie en un país cuyo acceso les estaba prácticamente prohibido. Y de Marruecos a Indonesia, pasando por España y Turquía, se han multiplicado las metástasis.

La mayoría de los pueblos aceptan, mal que bien y aunque les lleven a la ruina, las autopistas de la mundialización. Sólo el islam, y especialmente el mundo árabe, dictatorial, atrasado, dedicado a rumiar las frustraciones de su gloria perdida, se muestra reacio. Ello no tendría demasiada importancia si la geología no hubiera puesto bajo sus pies la mayoría de las reservas petroleras del planeta. Para los neoconservadores estadounidenses, triunfar sobre esa resistencia masiva, pasiva, negativa, es hoy tan vital como fue en su momento la liberación del sepulcro de Cristo. Sólo una minoría de extremistas de derecha adoptan el credo de "freno al islam" , pero son los que mandan en EE UU, es decir, en el imperio. Su poder es tal, y sus canales tan numerosos, que incluso falsa, incluso rechazada, su visión marca el espacio mental colectivo y tiñe las mentes más abiertas.

Los islamistas son los únicos que aprueban sin reservas esta representación. Es el espejo de la suya. Entre los musulmanes, también son minoría los que afirman sin cuartel el credo islamista. Pero también son los que ocupan el alminar. En un mundo árabe áfono, su discurso incendiario es el único audible. Y, aunque se rechace con horror, estructura el pensamiento. Los abuelos vivieron la caída del imperio otomano y el extraordinario afán de independencia, de libertad, de modernidad. Los padres aplaudieron a Nasser y apoyaron la lucha contra el imperialismo, el sionismo y los regímenes árabes reaccionarios. El hijo mayor fue nacionalista árabe; el siguiente, marxista. Todos perseguían el mismo objetivo: acceder a lo que consideraban que era el valor supremo, el taqadam, el progreso (desarrollo, instrucción, pertenencia al mundo). Se manifestaron, protestaron por sus derechos, exigieron justicia, apoyaron golpes de Estado que denominaron revolución -sin jamás cuestionarse a sí mismos-. Al hijo menor de todos le atrae el islamismo. Con la gran diferencia de que a él le enseñan a dar la espalda al "progreso", a dejar de llamar a la puerta, de intentar convencer o agradar. Se repliega sobre su ley y la historia de sus orígenes, la charía, la expansión ininterrumpida del islam, y fantasea con que ese mundo "moderno" que no quiere nada con él vuele en pedazos.

Para su desgracia, en este escenario, el conflicto palestino-israelí desempeña el papel de símbolo central. Israel ha favorecido históricamente los movimientos islamistas para contrarrestar la influencia de los nacionalistas (Arafat). Y pese a haber cambiado de opinión y haber pasado a combatirlos y a liquidar a sus dirigentes, sigue fortaleciéndoles. El Ejército israelí se retiró del sur de Líbano bajo los golpes del Hezbolá libanés y negoció con este grupo un impresionante intercambio de prisioneros. La destrucción de la Autoridad Palestina, el portazo a los "moderados" palestinos, el plan unilateral de evacuación de Gaza, el asesinato del fundador de Hamás, todo ha contribuido a demostrar a las opiniones públicas palestinas y árabes que los movimientos inspirados por el islam eran los únicos eficaces. A la hora de la "guerra global contra el terrorismo", Sharon prefiere manifiestamente la división comunitaria ("judíos" y "musulmanes") a una división política (ocupantes y ocupados) que no le conviene.

Así, el doble sistema de representación se autoalimenta. Cuanto mayor es el enfrentamiento, más se refuerza el sistema. Se diría una irrefrenable carrera hacia el caos. Sin embargo, lo peor no es ineluctable. Sean cuales sean los problemas, y son demasiado reales, si se mantiene el punto de vista que les globaliza bajo esta forma es porque las nebulosas neoconservadoras e islamistas controlan el poder ideológico. Si Bush perdiera las elecciones, si el pensamiento que le inspira fuera rechazado, no se produciría un milagro pues la caja de Pandora está ya abierta. Pero una vez sustituido el fantasma de una cruzada global por una política pragmática y de gestos auténticamente significativos, la supuesta cohesión del mundo musulmán en torno al fantasma islamista se resquebrajaría. Cuando se firmaron los acuerdos de Oslo, la influencia de Hamás en Palestina y de la Yihad Islámica se hundió brutalmente porque la desesperanza había dado marcha atrás. Un episodio como aquel nos hace ver que lo que desea una aplastante mayoría de la gente es sencillamente vivir. Los psicópatas que mandan a los niños a estallar en pedazos en medio de la multitud necesitan demostrar que el apocalipsis es el único modo de acción posible. En otro plano, si la Unión Europea abriera sus puertas a un país como Turquía, los musulmanes del mundo cesarían de sentirse como los eternos excluidos y posiblemente empezarían por fin a pensar en cuál es su lugar en los tiempos presentes.

Pase lo que pase, la guerra contra el terrorismo será una necesidad vital, lo mismo que la guerra contra la amalgama y la representación especular.

El pueblo español, brutalmente golpeado, ha depuesto a los dirigentes que les arrastraron a la aventura bélica. Su reacción puede llevar a una salida unilateral, lo que constituiría una victoria para el terrorismo. Pero también puede ser la señal que anuncie que la comunidad internacional ha vuelto a poner los pies sobre la tierra.

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