Sospechosos de sentir
Alejandro Cuevas (Valladolid, 1973) con La peste bucólica, que es su tercera novela (con la anterior, La vida no es un auto sacramental, obtuvo una mención especial del Premio Nadal 1999 y, ese mismo año, el prestigioso Premio Ojo Crítico de RNE), ha trazado una tupida tela de araña, donde quedan atrapados muy diferentes modos de narrar, con los que parodia y homenajea distintos géneros: es, ante todo, una novela que se va haciendo dentro de la novela, con un personaje, el autor, que se burla del poderío omnisciente de los narradores de antaño y va dando cuerpo a su protagonista y a las mil aventuras, a cual más disparatada. Le va dando forma a pie de obra, siguiéndole los pasos, tropezando, el autor de ficción, con su protagonista como un detective novato o pelma, y tiene ese ir y venir de uno y otro, algo del género detectivesco, y su dosis de sátira social, y su sustancia futurista, y dosifica además muy bien el autor del autor que está escribiendo la novela, o sea el citado Cuevas, la torrentera lírica, aunque a veces no pueda contener la hemorragia de recuerdos líricos y se le ponga perdido el papel de metáforas.
LA PESTE BUCÓLICA
Alejandro Cuevas
Losada. Madrid, 2004
337 páginas. 18 euros
Ha partido Cuevas con mucho ímpetu, con tal vez excesiva ambición, ya que eran muchas las cosas que quería contar y no siempre quedan bien repartidos humor y lirismo. Pone en pie, en plan futurista, una ciudad en cuarentena, una ciudad asediada en la que es un delito pensar, sentir, leer, escribir, donde a los apestados se les nota a la legua -son los apestados bucólicos, gente peligrosa, asocial, que sólo merecen ser gaseados-. Me resulta muy grato ese intento de encerrarnos en Ciudad Gómez donde se persiguen -como en Fahrenheit 451, la novela, la película: la temperatura a la que arde el papel; o como en Blade Runner con sus replicantes- a los enfermos de sensibilidad, a los débiles que se intoxican con las cosas hermosas, y para ello Cuevas, rozando el humor absurdo y lírico de un Gómez de la Serna o de un surrealista local, nos da páginas memorables, descripciones acertadas y párrafos muy conseguidos.
Pero mezcla ese "futu-lirismo"
con unas desmesuradas dosis de humor, a veces excesivamente grueso, de sal gorda más que de humor inteligentemente negro; pero, al contrario que la mayonesa, el libro se sostiene porque el lector puede quedarse con algunos de los elementos por separado, y hacerse, cada uno, a su modo, su propia salsa, su propia novela. La peste bucólica no es esa piñata de carcajadas que nos prometen en la contracubierta; hay humor, y en muchas ocasiones del bueno, pero el personaje inventado por el autor de la novela que hay dentro de la novela de Cuevas está hecho con materiales algo gastados.
Esa primera persona de protagonista asocial, anárquico, desastrado, zarrapastroso, solitario y antisistema suena a sabido, a conocido. Creo que, en definitiva, al autor real, a Cuevas, y es lo que lamento, se le ha ido, en un descuido, la novela al suelo y no ha sabido, al agacharse a recoger los trozos.
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