La solución del enigma
Junto a las obras de Montaigne, Voltaire o Nietzsche, El mundo como voluntad y representación, del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788- 1860), constituye un bagaje intelectual harto solvente para cuantos quieran pensar sobre las cuestiones fundamentales de la existencia, pero se sientan incómodos frente a los modelos de pensamiento impuestos por los profesionales de la filosofía universitaria. El MVR apenas tiene que ver con El ser y el tiempo de Heidegger o con la intrincada filosofía analítica, y poco con los sistemas de Hegel, Fichte y Schelling, contemporáneos a los que Schopenhauer tachaba de "mercachifles" y "soplagaitas" seudofilosóficos debido a la inusitada y farragosa oscuridad de sus discursos. Y es que él sostenía que "quien piensa con claridad, se expresa con claridad"; fiel a este principio, su filosofía es el mejor ejemplo de ello: elegante estilista, Schopenhauer es tan vivaz y ameno en sus exposiciones, tan apasionado queriendo ser objetivo que sus obras siempre sedujeron más a los literatos que a los filósofos estrictos. Tolstói y Proust lo leyeron con devoción; también Thomas Mann y Kafka; y el sempiterno Borges aprendió alemán para "fatigar" las páginas del MVR, y sentenció que "Schopenhauer acaso descifró el universo".
EL MUNDO COMO VOLUNTAD Y REPRESENTACIÓN I Y II
Arthur Schopenhauer
Traducción de Roberto Rodríguez Aramayo
Círculo de Lectores y Fondo de Cultura Económica de España Barcelona y Madrid, 2003
Volumen I, 648 páginas
Volumen II, 632 páginas
27,90 y 27,90 euros
En 1818, Schopenhauer terminó el MVR y enseguida buscó un editor: "Mi obra es un nuevo sistema filosófico; pero nuevo en el más genuino sentido de la palabra; no se trata de otra exposición de lo que ya hay, sino de una serie de pensamientos absolutamente coherentes y que hasta ahora no habían visto la luz en ninguna cabeza humana". Añadía que aquel libro sería "la fuente de otros cien libros que se escribirían en el futuro". Tanta arrogancia se debía a que el nuevo filósofo estaba convencido de haber desentrañado nada más y nada menos que "la solución al enigma de la existencia", aquella que en vano buscaron los pensadores desde la Antigüedad, y que era tan quimérica como la "piedra filosofal" de la alquimia.
Platón, con sus dos mundos,
el verdadero o de las Ideas y el de las copias o apariencias; Kant, con las categorías del entendimiento y la misteriosa "cosa en sí"; y la filosofía de los Upanisad de la India, con su "velo de Maya" que cubre la verdadera esencia de las cosas, coincidieron en una gran verdad: aquello que entendemos por realidad -esto es, nuestra vida cotidiana y sus avatares- es sólo una ficción producida por nuestros sentidos, un sueño del que despertamos al morir, instante en el que se rompe la secuencia de las apariencias y retornamos a la esencia íntima que es común a todo lo existente.
El genial Schopenhauer reelaboró este símil ancestral y formuló uno de los asertos más contundentes de la historia de la filosofía: "Este mundo en el que vivimos y existimos es, en esencia, enteramente voluntad y, a la vez, enteramente representación". Para exponer semejante idea con detalle, de la que extrae "una metafísica, una estética y una ética", necesitó un volumen de 725 páginas -extensión inusual en su época-, el cual incluía también un apéndice titulado Crítica de la filosofía kantiana.
El comienzo de aquel libro es antológico: "El mundo es mi representación". Y el final, harto explícito: "...Nada". En qué consiste este mundo representado y cómo desde él se llega a la nada final es lo que explica Schopenhauer; pero, a la vez, tantas otras cosas como caben en el universo entero. Y lo más importante: proporciona la clave para acceder al corazón mismo del enigma de la existencia; la contraseña reza: "Voluntad de vivir" o "voluntad" a secas. Ésta franquea la puerta que desde el interior de cada individuo -que es un "microcosmos"- conduce al núcleo de todas las cosas, igual que un pasadizo secreto excavado en el subsuelo de la fortaleza asediada lleva a los asaltantes a conquistarla.
Junto a sus enseñanzas gnoseológicas y metafísicas, Schopenhauer presentaba también una cruel radiografía de la existencia: "Toda vida es sufrimiento", proclamó; el egoísmo y el afán de afirmación de cada ser vivo, en pugna con los intereses de los demás, convierten el mundo en un infierno. Lo mejor sería no vivir y que la existencia no hubiera sido nunca, ya que tan irremediable es su carácter miserable. Este mundo es "el peor de los mundos posibles", y la obra de un demonio. Ahora bien, dado que tenemos que permanecer en él -pues el suicidio es ilícito- deberíamos conocer también cómo podemos contribuir a que disminuya el dolor general y llegar quizá a la renuncia voluntaria a perpetuarlo.
Con sus ideas, Schopen-
hauer creyó que cosecharía un éxito rotundo. Su libro pasó inadvertido y, diez años después de su publicación, la mayor parte de los ejemplares de aquella primera edición acabó como maculatura. En 1844, el filósofo propuso a su editor reeditar la obra renunciando a cobrar honorarios; pero, esta vez, el "filósofo pesimista" añadió al volumen inicial (MVR I) otro de idéntica extensión que contenía las reflexiones que se le habían ocurrido durante los años que mediaron entre las dos ediciones. En esencia, el MVR II traía más de lo mismo, aunque expuesto con mayor reposo y enriquecido con la experiencia adquirida en una vida de sinsabores y estudio; era el remate necesario a las brillantes ideas de su juventud, el cuadro terminado con relación al esbozo inicial: "Es lo mejor de cuanto he escrito", afirmaría. Ambos tomos eran, pues, inseparables y debían leerse juntos. Tampoco depararon fama inmediata a Schopenhauer, aunque sí contribuyeron a granjearle un círculo de lectores cada vez más fervientes, a los que el autor gustaba de denominar, más en serio que en broma, sus "primeros evangelistas".
La verdadera fama acudiría
en 1850, con otros dos gruesos volúmenes bajo un título extravagante: Parerga y paralipomena. En los diversos ensayos que contenían, el autor popularizaba unas ideas de corte tan pesimista que el público las acogió con gozosa complacencia.
En 1925, la editorial Aguilar publicó el MVR por primera vez completo en castellano (tomos I y II), en la memorable traducción de Ovejero y Maury, superada ahora por esta nueva versión de Aramayo; desde entonces nunca habían vuelto a aparecer juntos ambos volúmenes.
La empresa es titánica; por eso sorprende que el brillo del resultado final quede empañado por la reiteración compulsiva de expresiones tan poco elegantes como "o sea", "a través suyo" o "por contra"; también, por el evidente descuido en la puntuación. Es discutible, asimismo, el criterio de traducir sin más al castellano las múltiples citas que Schopenhauer consignaba sólo en versión original -muchas de ellas en caracteres griegos-; con ello no se favorece en nada al lector y se ofende al filósofo en su orgullo de políglota impenitente.
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