El efecto Mónaco
"Misión imposible", titulaba L´Équipe a toda plana el día en que el Mónaco debía enfrentarse en la eliminatoria con el Real Madrid. Misión, por tanto, cero. Porque la misión imposible no vale la pena, la misión imposible se cumple antes de ser posible y, en consecuencia, vale menos el hecho que la fatalidad.
De todo ello ha participado hasta ahora el mundo dominado por el Gran Capital que, en los pronósticos, resulta como el Real Madrid. El poder financiero globalizado se iguala a la potencia futbolística galactizada. El siglo XXI se inauguró con este pesimismo del destino ya escrito, sin utopías ni ideales, sin imaginarios políticos ni creencias en el más allá. De ese modo la realidad se presentaba invariable, incorregible, determinada por unos y soportada por muchos.
Sin embargo, apenas han transcurrido unos años del milenio para que haya empezado a despertar un inconformismo cada vez más vivo. El fútbol parece cosa trivial para tenerlo por guía pero lo cierto es que su importante carga simbólica afecta a miles de millones de seguidores y el papel que desempeñaba la religión en Occidente, uniendo a muchedumbres de feligreses detrás de un estandarte, se transforma hoy en otros tantos millones de seres humanos adheridos a los evangelios del equipo.
El argumento, en estos días de la omnipresente Champions es, más o menos, éste: no hay nada concluido ni poder irrebatible. O bien, a la vez que el Mónaco batía al Madrid, el Chelsea desmentía la ventaja del casi imbatido Arsenal y veinticuatro horas más tarde, el Deportivo culminaba el efecto de la nueva época.
La banca, ¿es también desbancable? ¿La confortabilidad occidental es derruible ? ¿Los grupos de desharrapados de Al Qaeda creen en la misión imposible? ¿ Los movimientos antiglobalización o en pro de "otro mundo es posible" creen en la posibilidad de la posibilidad? Contra el cierre del mundo proclamado en la teoría de los años noventa, el mundo se entreabre hacia otro porvenir imprevisto y el azar espolvorea de temor el día aburrido en que vino a terminar el siglo XX.
Frente a la sensación de que todo se hallaba decidido y sólo cabía esperar un desarrollo todavía superior del markéting, las empresas se vuelven conscientes de que no hay futuro sin grandes apuestas formadas por nuevas especies del bien y el mal. Hasta hace bien poco las corporaciones modernas eran aquéllas que invertían considerables sumas en I+D, pero hoy el binomio ha quedado rebasado por el I+D+I: Investigación más Desarrollo más Innovación. Y siendo en estos momentos la innovación igual a hacer ver lo no visto, a producir lo impredecible, a obtener metas donde antes no había caminos o a ganar partidos donde previamente los había eludido la convención.
El miedo en Occidente procede ya directamente de la biografía sin programa, la existencia sin garantías, el fin indefinido como eje de la actualidad. Pero, si nada o cada vez menos del todo vislumbra su resultado, ¿por qué no actuar para obtener el otro resultado? Si se revela, al cabo, que la acción basada en un proyecto humano puede acaso triunfar, ¿por qué seguir desentendidos? El Real Madrid es más que el Real Madrid tanto como el Barça es mucho menos. La metáfora del Real se iguala al omnímodo imperio de la realidad.
Al Real Madrid, tomada la totalidad del siglo XX, nadie le ha superado en aquel siglo. O bien: coincidiendo con el eventual fin de aquella historia (de la Humanidad), el Real Madrid mutó en material galáctico: eterno, invencible, inalcanzable. La derrota del Real, no obstante, viene a delatar ahora la falsedad escénica. Lo alto y lo bajo se comunican entre sí y ocasionan una directa interrelación canjeable si las circunstancias lo promueven. O, en definitiva: la estampa del mundo, por consolidada que parezca, ha venido a demostrarse maleable, variante, propicia a nuestra influencia todavía, cuando ya habíamos pensado que la reforma, la revolución, la conmoción o la remontada, se nos había ido de las manos.
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