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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Que se vayan de una vez

Ese ramillete de ministros que por fin nos abandona sigue actuando como si fueran ministrables todavía, al contrario que nuestro Francisco Camps, tan lejos de creerse presidente de la Generalitat

La locura

Algunos de los seguidores del analista Jacques Lacan sienten una admiración sin límites hacia la esquizofrenia, que habría venido a sustituir en sus fantasías al Gran Mal de la epilepsia que deleitaba a Baudelaire. La realidad es más prosaica. Cada vez que un desgraciado diagnosticado de esquizo comete una barbaridad, todo el mundo se lleva las manos a la cabeza para no entender nada distinto a la proclama de la necesidad de su encierro. Sin embargo, cualquiera que sea la cosa que se entiende como locura, lo cierto es que siempre tiene el buen gusto de avisar, y sólo una persistente inadvertencia elude la marca de las conductas destinadas al desastre. Además, entre las prioridades de la sanidad pública, los problemas de salud mental no parecen ocupar la pole position. Por no decir que el ranking de criminalidad no está liderado por las personas que encarnan esa des-dicha.

La locura bis

Cosa distinta es determinar si tipos a lo Jiménez Losantos están locos de atar, sufren una pasajera alteración de la conducta o mienten como bellacos cuando atribuyen a Largo Caballero el origen de una guerra civil que tanto habría deseado. El azañista de vocación que busca en el centrismo liberal la abjuración en público de su ingenuo pasado izquierdoso termina en un aznarismo sin fisuras ni elegancia cuyo mayor mérito es injuriar a la Historia y profanar en su intención las tumbas de las víctimas del franquismo. Es lo que ocurre en cierto modo con Francisco Umbral, que además de escribir cada vez peor desde que se convenció de merecer el Cervantes con su esmerada prosa de sonajero, se permite atroces licencias ideológicas, muy alejadas del figurón que asiste con bufanda roja a las fiestas del pecé donde las putas de la Casa de Campo. Y que viva la hueca honradez calderoniana de Julio Anguita.

'Voteu, voteu, que el món s'acaba'

Parece demostrado en la mayoría de países europeos: en cuanto la participación electoral es alta, la izquierda se lleva el gato al agua. Y eso que, en el caso de España, está algo más dispersa que una derecha que abarca desde los liberales de corazón a los nostálgicos del Caudillo. El pasotismo de los setenta, expresado en aquella chalada broma del folleu, folleu, que el món s'acaba, cuando no hacía más que comenzar, se convierte en la necesidad de votar de manera masiva en cuanto el ciudadano se huele que alguna cosa de mucho aprecio social está en peligro. Y ésa es la impresión que transmitió el pepé, no ya en los fatídicos tres últimos días de su gobierno sino durante los fatigosos cuatro años de su última legislatura. Veremos si las medidas que adopten los socialistas desmienten a quienes todavía creen que lo mismo da ocho que ochenta.

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Apropiación indebida

Difícil sería precisar si Juan Gil-Albert era más vanidoso que coqueto, tan seguro de gustar y tan necesitado de hacerlo, y de quien Max Aub escribió cosas terribles pero con gracia en La gallina ciega durante su fugaz regreso a Valencia, por no mencionar lo que contaba Ramón Gaya en privado sobre diversos episodios del exilio mexicano. Sea como sea, lo cierto es que el descubrimiento del gran estilista alcoyano vino en muy buena medida de la mano de poetas como Jaime Gil de Biedma o editores como Carlos Barral, que le publicó enseguida su voluminosa Crónica General. Tengo para mi que la izquierda local, nacionalista o no, se equivocó respecto de la importancia de quien todavía es el mejor prosista valenciano en castellano del siglo pasado, en el contexto de una ciudad triste y mezquina, lo que no es obstáculo para señalar que cierta derecha con más osadía que talento intentó apropiárselo de mala manera para entronizarlo como su Joan Fuster particular y menos conflictivo.

Un maldito embrollo

La racanería moral de esta gente que por fin se larga a la oposición se manifiesta también en las ocurrentes argucias que esgrime para tratar de poner en entredicho al adversario ahora ganador. Alguien tan listillo como nuestro mago demoscópico local le soplaría a Aznar que podía situar a Zapatero en un dilema sin salida si le exigía firmar una carta de asentimiento al relevo reglamentario de las tropas españolas desplazadas a Irak. Si el líder socialista se avenía a ello, el asunto se haría pasar por conformidad con la presencia allí de las tropas, y en caso contrario recaería sobre Zapatero la responsabilidad de negar su merecido descanso al cuerpo expedicionario. Argucias de compañero de pupitre, ya digo, porque la respuesta ha sido tan contundente que el ya ex jefe de gobierno, ese dechado de buenas maneras, no ha podido reprocharle más que una supuesta descortesía.

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