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La huella de Ingres en la obra de Picasso

París exhibe hasta el 21 de junio los cuadros del pintor malagueño inspirados en el francés

Picasso e Ingres. Sobre el papel, nada que ver. Pablo Picasso (1881-1973) encarna él solo la gran revolución del arte durante el siglo XX, todas las experimentaciones posibles, todos los "ismos" imaginables, mientras que Jean Auguste Dominique Ingres (1780-1867) es uno de los símbolos del clasicismo, de la continuidad, del dogmatismo. En París, hasta el próximo 21 de junio, el Museo Picasso nos pone ante la evidencia de la gran admiración que el español sentía por el francés y cómo su obra fue influida o, mejor, alimentada por lecturas sucesivas de la de su predecesor.

Respecto a Ingres las exposiciones comparativas parecerían limitarse al periodo picassiano de "retorno al clasicismo", a partir del año 1919 y durante la década de 1920, pero eso es falso. Tal y como ya había demostrado Pierre Daix, Picasso descubre a Ingres en el año 1905, cuando "el príncipe Amédée de Broglie, propietario de Le bain turc, cuadro al que su estatuto de tela erótica había prohibido la menor exposición, es presentado en el Salón de Otoño. Esa composición protagonizada por mujeres desnudas inspirará varias obras de Pablo Picasso y, entre ellas, Les demoiselles d'Avignon, pero también otras pinturas en las que encontramos mujeres peinándose, o con los brazos en alto y las manos cruzadas tras la cabeza.

Pero si Le bain turc impresiona mucho a Picasso, éste, un año antes, ya había visitado el museo Ingres de Montauban -en 1911 lo hará de nuevo- y entonces se interesa por ese rigor académico que lleva a consagrar el gesto justo, la expresión que resume un drama. Ingres le ratifica en la convicción picassiana de la importancia del dibujo. El año 1910, Pablo Picasso tiene colgada en las paredes de su estudio una reproducción de La grande odalisque, que, entre 1907 y 1910, va descoyuntándose para transformarse en una obra cubista. Mucho más tarde, en el año 1970, retomará el tema para hacer mucho más evidente su contenido sexual.

El baño turco de Ingres está tras las pinturas de Picasso en Biarritz de 1918. Las bañistas del español retoman las posturas que tanto le impresionaron en la obra del francés. Cincuenta años más tarde, en 1968, el tema reaparece, pero ahora las mujeres desnudas, más provocativas y exuberantes, se sitúan en torno a una piscina, espacio del harén moderno. La dimensión humorística, ajena al trabajo de Ingres, es consustancial al de Picasso y basta comparar en que se transforma Jupiter et Thétis, que, bajo el pincel de Ingres en el año 1811, muestra a un Dios hierático y una joven implorante cuando el lápiz de Picasso, en 1966, ve a un Dios divertido y a una mujer que se le ofrece.

"Todo lo que no es tradición es plagio", decía Eugenio D'Ors, y "todo lo que no es comentario, es copia", parece responder Picasso, que se entretiene explicitando los deseos reprimidos de su admirado monsieur Ingres, esos sexos ocultos tras una túnica oportunamente colocada, o la falsedad de la grandilocuencia de ciertas pasiones que quieren negar la parte más animal del ser humano, o las mil formas que puede adoptar el deseo.

<i>Baigneuses,</i> de Picasso.
Baigneuses, de Picasso.
<i>Le bain turc,</i> de Ingres.
Le bain turc, de Ingres.
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