"Uno empieza de nuevo en cada cuento"
Medardo Fraile (Madrid, 1925) culmina muchas de sus respuestas con una pregunta: "¿Tú qué opinas?" Más lleno de dudas que de certezas, su conversación parece cortada con el mismo cuchillo que sus relatos: sintética y lacónica, sin finales cerrados.
PREGUNTA. Hace cincuenta años abrió su primer libro con esta frase: "Yo no sé lo que es un cuento". ¿Ya lo sabe?
RESPUESTA. Monterroso decía que el que sabe lo que es un cuento no puede hacer uno bueno.
P. Algo habrá aprendido.
R. Sí, que un cuento no se hace sin trabajar. Uno empieza de nuevo en cada cuento. La autocrítica debe ser cruel y quitar lo superfluo en beneficio de lo esencial.
P. ¿Y qué es lo esencial?
R. A mí me gustan los cuentos en los que aparentemente no ocurre nada. Aparentemente. Cuando me dicen: "Es que ahí no pasa nada"; digo: "Bueno, pasa lo que no pasa". Y uno siente esa falta. Si eres muy obvio te sale un cuento decimonónico, muy atado pero sin espacio para el lector. El lector debe quedarse con la idea de que él podría acabar la historia.
P. ¿Qué le llevó al cuento moderno?
R. Yo había publicado narraciones adolescentes en una revista que unas veces se llamaba Aspiraciones y otras, Amenidades, dependiendo de cuando llegara la policía. Cuando leí los cuentos de Katherine Mansfield me parecieron gigantescos, especialmente tres: En la bahía, Fiesta en el jardín y Las hijas del difunto coronel, con esa sensación de que todo está diluido. Luego leí a Chéjov, a Poe, a Rulfo, otro gigante.
P. ¿Ningún español?
R. Clarín, o la Pardo Bazán, que a veces es más moderna que Clarín.
P. El cuento suele ser el segundo plato de los novelistas españoles. ¿No hay tradición?
R. Más que pocos cuentistas ha habido poca atención hacia ellos. En los años cincuenta, en el café Gijón, se decía: novela grande ande o no ande.
P. ¿No se ha sentido raro en en ese circuito?
R. Sí, por eso nunca he pedido nada. Publiqué una novela, sí, pero encima se llama Autobiografía.
P. La suya ha sido una generación de escritores realistas, pero sus cuentos van más allá del realismo.
R. La realidad también se inventa. Cuando estamos dormidos y soñamos, ¿eso no es realidad?
P. Otra de sus obsesiones ha sido la verdad. ¿Cómo se llevan la verda
d y la realidad?
R. La realidad es más abierta que la verdad. En la realidad entra también la mentira. Harto de eso que llamamos realidad, a veces he dicho que me gusta llamar al pan vino y al vino, pan. Dicen que si aspiramos a la luna, la luna acaba acercándose.
P. ¿Cómo ve la salud del cuento hoy en España?
R. Me gustan mucho los minicuentos de Mateo Díez, y los relatos de José María Merino. ¿Más jóvenes? Ángel Zapata, Eloy Tizón, Hipólito G. Navarro, Pedro Ugarte. Pero las editoriales prestan más atención a los extranjeros. Se traduce muchísimo. Algo que no sucede en otros países. Es una actitud muy española.
P. ¿Española?
R. Yo pasé la Guerra Civil en Madrid y la única vez que invitamos a alguien a cenar fue a uno de las Brigadas Internacionales, un inglés. Teníamos una botella de coñac y se la bebió. A un español ni se la habríamos sacado.
P. ¿Cómo recuerda la guerra?
R. Me la pasé en la calle, jugando. A la guerra. Los chavales íbamos a las barricadas a tirarnos piedras. Lo más impresionante era el atardecer: con los balcones abiertos se oía el parte de guerra.
P. ¿Le parece que es fiel la memoria que nos ha llegado de la guerra?
R. Afortunadamente hay muchos libros sobre la guerra, y si uno quiere puede aprender lo que fue aquello. Pero muchas veces los políticos han manipulado esa memoria según su conveniencia.
P. ¿En qué sentido?
R. El PP idealizó la época de Franco como algo necesario, pero el PSOE también inventó lo que le dio la gana. No hablaban más que de los muertos de Franco, que en efecto fueron montones, pero el Madrid lo de los paseos era impresionante. Llegaban de noche a las casas, preguntaban por alguien, el pobre señor salía en pijama y a la vuelta de la esquina le pegaban dos tiros. En las dos zonas se mató a barullo. Y eso no se ha dicho.
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