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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La mirada diáfana de la sabiduría

Ermanno Olmi es uno de los grandes de su arte, un aristócrata del cine italiano, que desde hace más de medio siglo nos viene dando los altibajos de su eminente obra en un goteo cada vez más espaciado, arrancado de un retiro totalmente silencioso, que raras veces vulnera y del que, cuando sale, lo hace con una película inimitable, de especie única, bajo el brazo, un monumento de originalidad y de sabiduría.

La última de estas gotas-joyas tiene por título El oficio de las armas y es una especie (como todo en la obra de Olmi) incatalogable de lección de historia. No tiene el genio de Il posto o El árbol de los zuecos, que son milagros del genio del cine, pero están en ella impresas las huellas de la luminosa mirada de este hombre callado y apartado, que de cuando en cuando rompe los muros de la fortaleza de la industria del cine y ofrece a las pantallas algo -mejor o peor conseguido, pero algo- de lo que el cine tiene de imperecedero.

EL OFICIO DE LAS ARMAS

Dirección y guión: Ermanno Olmi. Intérpretes: Hristo Jivkov, Desislava Tenekatjieva, Sandra Ceccarelli, Sasa Vulicevic, Sergio Grammatico. Francia-Italia-Alemania-Bulgaria, 2001. Género: reportaje histórico. Duración: 105 minutos.

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Profanación

Construye Olmi esta vez un fresco histórico lejano, pero apasionante. Es el relato de una de las expediciones que en 1927, poco antes del Saqueo de Roma, ordenó el emperador Carlos V contra los Estados Vaticanos, entonces gobernados por el papa Clemente VII, un miembro de la rama de Padua de la familia Medicis, que encontró en un pariente suyo, Giovanni de Medicis, también de Padua, el principal organizador resistencial de la lucha contra el ejército de mercenarios alemanes enviado por Carlos.

De nuevo la transparencia y la sabiduría de Olmi se apodera de esta obra exquisita, minoritaria, pero que no debieran pasar por alto quienes buscan en el cine, además de un juego y un espectáculo, una forma viva, todavía irreemplazable de conocimiento.

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