Sobre la tolerancia
Cuenta una vieja leyenda medieval, recuperada luego en una película de éxito de hace ya varios años, Lady Halcón, la historia de una pareja de amantes a la que una maldición obliga, cada medio día, y con carácter alterno, a convertirse en un animal (ave rapaz ella, lobo él), y a verse con su forma humana sólo en un brevísimo momento, justamente ése en el que se produce la dolorosa transfiguración del otro.
Esa leyenda parece retornar ahora, convenientemente situada en un planeta lejano, de la mano de una novela de Serge Brussolo que el animador francés Phillipe Leclerc, antiguo ayudante del maestro René Laloux, ha convertido en una curiosa, además de inspirada, historia de animación. Sólo que aquí las cosas son, si cabe, aún más peligrosas: el enamorado es un pyross, un hombre de fuego, y la enamorada una hydrass, un ser de agua, de modo que cualquier contacto entre ellos provoca irremediablemente el dolor o la muerte del otro... o la propia.
LOS CHICOS DE LA LLUVIA
Dirección: Philippe Leclerc. Género: animación fantástica. Francia-Corea, 2002. Duración: 86 minutos.
Con una animación en la que se dan la mano el colosalismo y el más lírico intimismo (una gentileza de Philippe Caza, bien conocido por los amantes hispanos del cómic, no en vano lleva una vida publicando en las revistas más importantes del ramo), Leclerc borda una historia por la que asoma la crítica a la credulidad fanática, el culto al líder o la utilización totalitaria de la ignorancia de las masas; una airosa llamada al espíritu de aventura y un decidido canto a favor de los excluidos.
Fábula futurista
Todo termina -no puede ser de otra manera- en una fábula futurista en la que se loa sin ambages la tolerancia, la admisión de la diversidad del Otro -como debe-, aunque con una resolución muy del gusto manga, con mucho color y música rimbombante.
Pero en general, se deja ver por lo que tiene de discurso para adultos, además de por las referencias u homenajes a la animación o la influencia de algunos de los grandes creadores de nuestros días, desde el propio Laloux hasta ese Hayao Miyazaki del que Caza se declara rendido admirador: para nuestra suerte, se nota.
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