En la piel de la realidad
¿Qué está pasando en el mundo de la empresa, ese paraíso de tiburones y trepadores sociales de toda clase, del que tanto se sirve el cine americano y que aquí apenas asoma, muy de cuando en cuando, a las pantallas? Descubrirlo es la intención de este El principio de Arquímedes, segunda colaboración entre el productor y director Gerardo Herrero y la escritora y guionista Belén Gopegui (la primera, Las razones de mis amigos, obtuvo un resonante éxito de crítica, y también de público), una sociedad felizmente inspirada: Gopegui parece haber dado al cineasta una visión muy a ras de suelo, muy pegada a la piel de la realidad que Herrero, sin ninguna veleidad autoral, capta con una cámara hábil para fijar sentimientos o meterse en recovecos mal iluminados de eso que mal llamamos "lo real".
EL PRINCIPIO DE ARQUÍMEDES
Dirección: Gerardo Herrero. Intérpretes: Marta Belaustegui, Roberto Enríquez, Blanca Oteyza, Alberto Jiménez, Manuel Morón, Vicky Peña. Género: drama, 2003. Duración: 100 minutos.
La historia de cuatro personajes, dos parejas que intercambiarán bastante más que saludos matinales y augurios de buen vecino, sirve a Herrero no sólo para firmar la mejor de sus películas hasta la fecha, sino también un contundente, un pelín bienintencionado (¡cómo nos gustaría que los conflictos sindicales fueran tan secundados por los obreros como aquí lo son!), pero decididamente noble diagnóstico de en qué se están convirtiendo las empresas españolas de hoy mismo, verdaderos nidos de creación de desgraciados, maquinarias de explotación y desembozado cinismo, todo ello en nombre de la competitividad.
Ese término-talismán, junto a la insatisfacción, que es el sentimiento más padecido, aunque por distintas razones, por los cuatro personajes (y por algunos secundarios más), son los ejes sobre los que parece centrarse la acción, aunque en el fondo se trata también de otra cosa: de reenfocar las aspiraciones que cada personaje tiene de resituar sus deseos acordes con sueños tan olvidados como, en el fondo, aún no satisfechos. Todo esto cuenta el filme, y lo hace, por fortuna, desde una óptica que sin ocultar su admiración por algunos personajes no por ello sanciona brutalmente a otros. Y el milagro de una comunión entre público y personajes se opera gracias a un trabajo espléndido de todos los actores, no sólo los cuatro protagonistas. Pero sería una injusticia no dejar sentado que Marta Belaustegui está con su personaje como pez en el agua, que Blanca Oteyza encuentra por fin un papel a la altura de su talento, y que Vicky Peña, con un papel de limitado alcance, borda un trabajo serio, solvente y efectivo.
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